El olor salado del mar me sorprende mucho antes de lo que lo esperaba, y aunque la noche es fresca, bajo un poco mi ventanilla porque adoro ese aroma.
- Aun no es muy tarde. ¿Te parece bien si paramos en el supermercado para hacer las compras?, ¿o prefieres hacerlo en la mañana? - Miro el reloj del salpicadero y creo que es tarde para los supermercados de Brooklyn, pero a medida que nos adentramos en Los Hamptons, el comercio está completamente vivo y aunque el verano pasó hace mucho, las calles bullen de gente
- Me parece bien parar – Asiento
- Vale
Nos detenemos en un minimercado de grandes vidrieras sostenidas por paneles de madera verde oliva e iluminado con una araña de hierro que derrama suave luz amarilla sobre la estancia. Honestamente, solo los ricos tendrían una lámpara de araña en un mercado.
La chica tras el mostrador mira fascinada a Gabriel, y aunque no me hace exactamente mala cara, parece abiertamente curiosa cuando me ve. No sé si lo conoce y se pregunta quién soy yo y por qué no soy Meredith, o si solo está pensando qué demonios hace una chica como yo con un hombre como él. Créeme, también me pregunto eso.
Me rezago frente a la góndola de los cereales mientras Gabriel va a buscar una canasta. Se detiene a mi lado y me da un besito en la mejilla.
- ¿Cuál te gusta? – Me pregunta. No me pierdo lo surrealista de estar haciendo un mercado con Gabriel Atlas, así que tomo una caja de FrootLoops y la dejo caer en la canasta
- Esos son los favoritos de Matt – Sonríe
- Bueno, tienes un niño que será un genio cuando crezca – Asiento solemnemente, porque de verdad creo que se puede catalogar razonablemente bien a una persona con base en el cereal que prefiere.
Él se ríe y me toma de la mano para caminar hacia el siguiente pasillo.
Gabriel compra las cosas importantes, y yo voy detrás de él añadiendo chocolatinas, malvaviscos, cerveza y condones a la canasta. Me mira cuando añado la caja (sí señor, una caja entera), pero no soy una de esas niñas remilgadas a las que les da vergüenza comprar condones, así que me encojo de hombros inocentemente. Por alguna razón, eso lo hace detenerse de elegir unas pastas y darme un beso de los que definitivamente no deben darse en un lugar público. Cacahuate nos reprende con un ladrido, y no sé si es un chihuahua muy moralista o si la estábamos aplastando un poco.
Gabriel elige un par de botellas de vino y, oh si, una de champagne, y finalmente nos dirigimos a la caja registradora.
- Qué hay, Gabe – Lo saluda la chica tras el mostrador. Debe tener unos 18 años, tiene el pelo rojo con una escandalosa mecha azul en el flequillo y va demasiado maquillada, pero es bonita
- Hola, Melanie – Sonríe él, mientras saca la compra de la canasta
- Te fuiste pronto este verano – Observa ella distraídamente, mientras registra mis cereales
- Había mucho que hacer en la ciudad – Responde él simplemente
- Ah, la gente de Nueva York y sus vidas agitadas – Suspira ella dramáticamente
- Bueno, no todos podemos llevar una tranquila vida con brisa de mar todo el año
- Cállate, sabes que me iría a la ciudad hoy mismo si pudiera
Gabriel le sonríe mientras saca la billetera del bolsillo de sus jeans y rebusca hasta dar con su tarjeta de crédito. Lo detengo, poniendo mi mano sobre la suya.
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Dos cartas de amor
ChickLitAlex siempre había soñado con una carta de amor, pero en realidad no la estaba esperando. Ciertamente, no la estaba esperando de él. La abrumadora química sexual con un Gabriel Atlas roto y despechado era algo para lo que no estaba preparada. No es...