Gabriel Atlas.
- Esa chica debe quererte mucho – Me dice Raymond Gilbert desde el otro lado de su mesa de juntas.
Parpadeo estúpidamente hacia él, porque francamente no tengo idea por qué este político prominente me citó en su oficina o de qué demonios está hablando.
- ¿Disculpe? – Me veo obligado a decir, porque...¿Uh?
- Se me acaba de olvidar su nombre. Morena, bonita. No muy alta. Con un culo que quita el hipo. Estuvo envuelta en todo el escándalo de Vanderbilt – Concluye, con un movimiento de indiferencia de su mano
- ¿Alexandra? – Pregunto, sin podérmelo creer yo mismo
- ¡Alexandra! – Asiente él alegremente.
Se ríe cuando ve la confusión pintada en mi cara, porque honestamente no entiendo por qué me encuentro en la oficina de un congresista y ex patrocinador del hospital de Andrew Vanderbilt hablando de una mujer de la que me despedí en una playa hace 3 meses y a la cual no he vuelto a ver.
- Vino a verme – Aclara por fin, luego de deleitarse un rato con mi expresión perdida – La reconocí de inmediato, y accedí a verla porque la mujer que hundió a Andrew Vanderbilt tiene un par de ovarios del tamaño del cañón del colorado
- Lo siento... ¿Qué?
- Ese cerdo intento tocar a mi hija, ¿sabe? – Me dice el congresista Gilbert – Así que amenacé con cortarle las pelotas y dejar que se desangrara si, al menos, no me daba mi hospital como recompensa. Si usted me conoce, sabe que podía hacerlo
No voy a entrar a opinar sobre ello, pero sé que, de acuerdo con su reputación en la cultura popular, ha hecho cosas peores y se ha reído de ello en la cara de sus enemigos. Así de poderoso es.
- Uh...eso creo – Balbuceo como un imbécil
- En todo caso, la chica me contó todo lo que Vanderbilt le hizo a ella, y a usted, para llevar a término ese hospital. Estaba en deuda con la chica, porque en parte todo eso ocurrió por mi culpa, ¿ve?
- Honestamente, no – Admito con toda sinceridad. El congresista se ríe
- Es gracioso, Altas – Me dice, sonriendo – Un infierno de caso el que montó la chica a su favor. Todo concordaba, así que decidí creer en ella. Voy a darle la licitación del hospital a esa firma de ambientalistas abraza árboles que usted representaba. También hablé con un par de amigos en la barra de abogados
- ¿Uh?
- Hay mucha corrupción en su gremio, ¿Sabe? Están ahogados en alegatos de abogados corruptos y tienen 3 meses de atraso poniéndose al día con las denuncias pendientes. Una pena, francamente. La solicitud para revocar su tarjeta profesional debe haberse perdido en todo ese jaleo – Se encoge de hombros con una expresión falsamente pesarosa – Supongo que puede volver a su firma y seguir defendiendo a las guacamayas, y todo eso que hace – Y luego me ofrece su mano para que la estreche, tan como si nada.
Lo hago, porque el legado de Harvard pesa en mis venas, pero francamente no entiendo una mierda acerca de lo que acaba de pasar. El congresista sonríe.
- Normalmente mi asistente se habría encargado de estas cosas, pero quería ver su cara cuando se lo dijera. Esa chica está enamorada de usted, Altas. Y sería un imbécil si deja escapar a una mujer así – Me dice, levantando las cejas. Estoy tan descolocado que solo exhalo y niego con la cabeza
- Lo sé. Gracias – Él solo asiente y me señala la puerta sin ninguna sutileza, indicándome que esa fue toda la reunión.
Minutos más tarde me encuentro en una acera de Park Avenue habiendo recuperado mi vida, pero sin saber muy bien qué hacer con ella.
No es que no piense en ella de todos modos, pero por alguna razón el hecho de que Alex haya decidido hacer esto luego de 3 meses de silencio hace que no pueda sacármela de la cabeza, porque la mujer que dejé en esa playa me quería y no quería lastimarme, pero no podía dejar ir las heridas viejas. Heridas por ponerla en medio de una guerra que no era suya y por no quererla como se lo merecía. Heridas que irónicamente se habrían reivindicado por el hecho de que yo perdiera mi tarjeta profesional, y así cada uno habría jodido al otro y el marcador quedaría en 0.
Pero supongo que vengarse no es lo que quería. Supongo que simplemente nos quisimos a destiempo, pero nos quisimos. Nos queremos.
Y solo así, sé lo que tengo qué hacer.
Conduzco hasta ese restaurante de Broadway que tanto le gusta y me pido una pizza y una cerveza. Luego, rebusco en mi maleta por algún papel en blanco, y como no tengo nada, escribo al reverso de la copia de un contrato de compra por una de las más recientes obras de Nate.
Querida Alex.
Ugh, que porquería. Una carta de amor nunca debería empezar así. Déjame hacerlo mejor.
Cielo:
No sé si habías tenido oportunidad de leer mi escritura a mano, pero los garabatos de mi letra te explicarán por qué habría preferido escribirte esta carta en mi computadora y luego imprimirla, pero desde hace 4 años te debo una carta hecha a mano, y una promesa es una promesa. La primera vez que me dijiste que las cartas eran sinónimo de romance me dijiste que debía escribirte una, aunque no fuera de amor.
Mal por ti, porque una carta de amor es exactamente lo que estoy escribiéndote aquí.
Estoy sentado en ese restaurante frente al Studio 54 que tanto te gusta. Aunque pienso en ti todo el tiempo, en este lugar tu presencia parece viva, como si fueras a aparecer por la puerta en cualquier momento. No te voy a mentir, la idea de verte me da taquicardia como si fuera un adolescente enamorado.
Supongo que lo soy. Enamorado, quiero decir. No adolescente.
Acabo de salir de la oficina del Congresista Gilbert. No quiero ni saber cómo ideaste ese plan, pero acabas de devolverme mis sueños. Francamente, lo primero que pensé es que no era justo. Yo te quité los tuyos una vez, y dejar las cosas así habría sido justicia divina. Excepto que eso no es lo que buscas, ¿Verdad? No es venganza y reivindicación lo que persigues, sino hacer las cosas bien.
Así que gracias. Infinitas. Por siempre.
También, porque sé que no te lo dije y me gusta la idea de que quede escrito para siempre, mucho más duradero e indeleble que mi voz, quiero decirte que te perdono. Siento un millón de cosas por ti, pero el rencor no es una de ellas. Han pasado 3 meses y no parece tener mucho sentido estar lejos de ti cuando te tengo en la mente cada vez que respiro.
De todos modos, para que esta carta sea de amor, supongo que debería incluir algún poema o algo más épico, pero solo soy yo, tan de carne y hueso y tan, tan enamorado de ti. No tiene sentido que te lo diga, pero así es. No soy el mismo hombre de esa noche en la playa, lleno de heridas y de dolor. No soy el mismo que hace 4 años no supo quererte, y me muero por invitarte a conocer esta nueva versión de mí. Me muero por empezar de nuevo.
Pero, sobre todo, me muero por saber que estás bien y eres feliz, conmigo o sin mí, porque a pesar de todo lo que pasó, cada vez que te recuerdo, te recuerdo sonriendo.
Así que sonríe, y recuerda que, en algún lugar, hay un hombre que piensa en ti.
Sinceramente tuyo:
Gabriel Atlas.
Luego doblo el papel en 3 partes y voy a una oficina de correos, donde compro un sobre y un sello postal. Escribo al reverso la dirección de su casa y sus datos y se la entrego al encargado, que por un recargo adicional me asegura que la carta le llegará hoy mismo.
No me importa si la carta es incoherente con nuestra situación actual, y francamente no me importa si me responde. Es la carta que se merece, y la que le debía hace tantos años. También, contiene todas las palabras que nos quedaron pendientes la última vez, y me alegra habérselas dicho.
Sintiendo que respiro por primera vez en 3 meses, vuelvo a casa y sigo con mi vida.
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Dos cartas de amor
ChickLitAlex siempre había soñado con una carta de amor, pero en realidad no la estaba esperando. Ciertamente, no la estaba esperando de él. La abrumadora química sexual con un Gabriel Atlas roto y despechado era algo para lo que no estaba preparada. No es...