Parte 3: Punto de Quiebre - Capítulo 43

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Gabriel Atlas.

Giro en mi cama por milésima vez mientras mis párpados se separan. Son cerca de las 5 de la mañana ahora, pero Nate estaba harto de mí y me envió a dormir. Tal vez debería haberme emborrachado un poco y de esa manera no me lo estaría pensando tanto, pero es posible que empezara a llamarla e hiciera una escena.

Verla salir de la galería con ese imbécil me preocupó lo suficiente para pedirle a Nate que la localizara. Más sorprendente aún, en lugar de llamarme loco, lo que hizo fue sacar el celular de su bolsillo y mostrarme que ella le estaba compartiendo su ubicación en tiempo real y que en realidad sí había tomado algunas precauciones para salir con el bastardo. Supongo que por eso no hubo muchas interpretaciones posibles cuando el marcador de su ubicación finalmente se detuvo en un hotel.

El Plaza, de todos los malditos hoteles de la ciudad.

Para el momento en el que finalmente me voy a la cama, luego de acosar a Nate para que me muestre su celular cada media hora sin cambios, ella lleva 7 horas en ese hotel. Nunca me había considerado un hombre celoso, pero solo el hecho de imaginármela dormida junto a ese hijo de puta hace que mi cerebro se vuelva loco, así que ni siquiera puedo terminar de pensar acerca de lo que seguramente estuvo haciendo con él.

Nunca he odiado a nadie más de lo que odio a ese hombre, y estoy tan furioso con ella que honestamente solo quisiera no verla otra vez.

Es irónico que esté teniendo ese pensamiento justo cuando escucho algo chocarse contra la puerta de mi casa. Suena como si hubieran lanzado un costal de patatas contra la puerta, y me asusta lo suficiente como para sacarme de mi estupor. Me levanto de un salto y me dirijo a la mirilla, pero solo veo el pasillo vacío.

Empiezo a darme la vuelta para volver a mi habitación cuando escucho un gimoteo viniendo del otro lado de la puerta. De acuerdo, esto es raro. Vuelvo a la mirilla, pero nuevamente no veo nada, así que abro la puerta sin pensármelo mucho.

Y el cuerpo de Alex cae desmadejado en mi pasillo.

Ojalá pudiera decir que mi primera reacción es lanzarme hacia ella y verificar que esté bien, pero pasa un minuto entero en el que solo me quedo de pie mirándola sin entender nada, mientras el pánico me paraliza y un sinfín de escenarios horribles cruzan mi mente. Tiene puesto el mismo vestido color durazno con el que la vi hace horas. Las sandalias de tacón siguen amarradas a sus pies. Lleva el pelo suelto, sin las suaves ondas con las que usualmente lo moldea, sino en su ondulado natural. Sus párpados siguen maquillados, aunque sus labios están desnudos. Su pecho sube y baja tenuemente con cada respiración, y su rostro está surcado por las lágrimas.

Eso finalmente hace que me incline a su lado y la acune suavemente contra mí. Definitivamente está respirando, lo que termina de disipar el absoluto horror que sentí cuando abrí la puerta y la vi caer a mis pies. Inicialmente creo que está borracha, pero, aunque sus ojos están cerrados, cuando la acuno en mis brazos se aprieta contra mí y hunde el rostro en el hueco de mi cuello no huelo ni un rastro de alcohol en su aliento.

- Gabriel – Susurra – Gabriel, ¿dónde estás?

- Estoy aquí, nena, ¿qué tienes? – Mi voz tiene un extraño efecto sobre ella, porque busca mi cercanía como si quisiera meterse dentro de mi pecho mientras rompe en llanto convulsamente.

Ya apareció borracha en mi puerta una vez, y en esa ocasión exudaba alcohol por cada poro. Aunque todo acerca de su aparición esta noche es extraño, no huele a alcohol en absoluto. Solo huele a ella, a ese perfume de Bulgari que empecé a asociar con esta nueva versión de Alex, y a ese champú de rosas que siempre me la ha recordado.

Dos cartas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora