Capítulo 23

48 6 0
                                    


Nate pasa el pestillo de la puerta de su galería luego de despedir a los últimos invitados. Gira con una sonrisa y se recarga en la puerta mientras los pocos que quedamos en el salón estallamos en aplausos. Nate nos hace una reverencia y luego camina hacia nosotros, como embriagado en el júbilo de esta noche y se tambalea hacia los brazos de ella.

Andrew fue uno de los últimos en irse, pero finalmente se largó, respetando el hecho de que esta celebración posterior era un asunto íntimo, en el que solo nos encontramos Nate, Meredith y yo, Sasha y Josh, y por supuesto, ella. Todos se levantan para abrazarlo, felicitarlo y alardear sobre la cantidad de obras que ya se encuentran marcadas como vendidas. Meredith se queda a mi lado, y aunque sonríe y parece tan hinchada de orgullo como yo, está claro que la noche nos ha golpeado a ambos.

Le doy un beso en la sien y me levanto para buscar la botella de vino que dejamos más temprano en la oficina de Nate para hacer el brindis que eventualmente vendría. Siento el cansancio de la noche caer sobre mí y muevo mis hombros tensos mientras camino hacia el armario y encuentro la botella por la que Meredith pagó una suma importante. Me distraigo admirando los documentos legales de compra de las obras de Nate que preparé para él, y sonrío para mis adentros por la pequeña fortuna que el chico hizo esta noche.

Oigo el sonido de tacones por el pasillo y levanto el rostro con una sonrisa esperando encontrar a Meredith. En cambio, quien atraviesa la puerta es ella.

El titubeo en su paso es claro, y parece tan sorprendida como yo. Supongo que no se volvió tan falsa como supuse inicialmente, porque la duda en su expresión es absolutamente clara y no tiene el menor dejo de sofisticación. Es bueno saber que algo de su franca transparencia sigue intacto.

- Hola – Saluda, recomponiéndose antes que yo

- Hola – Respondo suavemente, dejando los documentos a un lado y volviéndolos a apilar en una carpeta

- Ese traje que lleva Nate, ¿se lo diste tú? – Pregunta, recargándose en el marco de la puerta.

Contra todo pronóstico, sonrío.

Nada acerca de esta noche está yendo como imaginé que lo haría cuando volviera a verla. Contaba que yo estaría menos fuera de balance y con el control suficiente para actuar con indiferencia premeditada. Nunca esperé que el canal de mi cordura resultara ser demasiado estrecho para el caudal de mis emociones hasta el punto de no poderme decidir por ninguna.

Supongo que a fin de cuentas mi absoluta confusión terminó por dar una ilusión de indiferencia, porque ella frunce el ceño como si intentara adivinar qué demonios pasa conmigo. Niego lentamente con la cabeza y suspiro.

- Sí, pensé que era una de esas ocasiones que ameritaba un Tom Ford hecho a medida – Respondo sencillamente. Y luego ella me aniquila devolviéndome la sonrisa.

Y entonces llega, como una avalancha.

Cada recuerdo feliz del tiempo que pasé junto a esta mujer me golpea con la fuerza de un tren de carga. Sé que solo han pasado 3 años, pero casi siento que fue una versión mucho más joven de ella la que una vez me abrió la puerta de su casa, con un montón de alfileres en su blusa, y me invitó a una cerveza. Incluso aunque ahora miro una versión más madura de su rostro, un cuerpo más delgado, con ropa mucho más elegante y el pelo mejor estilizado, al verla sonreír todavía veo a la chica que abrió una caja de trufas y suspiró como si le hubiera dado las llaves del cielo. He luchado tanto por enterrar esos recuerdos que casi soy aturdido por el torrente de imágenes de sus manos cosiendo mientras estaba acostada en mi sofá, de su risa resonando en mi piscina, de sus ojos en los míos mientras bebía champagne y se acurrucaba contra mi pecho.

Dos cartas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora