Capítulo 50

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No decimos nada más mientras conduce hacia nuestro destino, pero cuando enciendo la radio, tiene puesta la emisora que solíamos escuchar cuando íbamos juntos hacia algún lado en su auto o en el mío; esa que pasa clásicos del rock, así que casi de inmediato ambos empezamos a tararear canciones que estuvieron de moda cuando él era un niño y mucho antes de que yo naciera.

No tiene sentido que luego de todo lo que ha pasado, sea tan fácil ir con él en un auto, con las ventanas abajo y escuchando música como si solo fuéramos dos adolescentes despreocupados.

Es muy neoyorkino de su parte que un domingo a esta hora se las arregle para encontrar un parquímetro en pleno Broadway, pero casi lo hace parecer fácil y no estamos ni a dos cuadras del restaurante. Baja del auto y empieza a caminar a mi lado. El verano no se ha ido del todo, y la noche es cálida de una manera agradable. Él camina en silencio junto a mí y, de manera desprevenida, su mano choca con la mía.

No es mi intención apartarme del modo en que lo hago, porque sé que es Gabriel el hombre que va a mi lado, y mi cerebro entiende que nunca me haría daño...Pero mi cuerpo no entiende nada, y su toque me hace encogerme y apretar mi mano contra mi pecho. Su mirada se clava en mí, y casi inmediatamente mete las manos en los bolsillos de sus jeans.

- Lo siento – Susurramos los dos al mismo tiempo. Él niega con la cabeza

- Oye, está bien – Me da una sonrisa vacilante, obviamente más destinada a calmarme que al verdadero deseo de sonreír – No te voy a mentir, estoy un poco nervioso por estar aquí contigo esta noche, así que supongo que no había pensado en que es un acto de valentía el hecho de que hayas decidido hacer esto

- Eso es una idiotez – Lo reprendo – Hemos salido juntos un millón de veces

- Alex, no eres la misma persona que salió conmigo ese millón de veces, y eso está bien. Es muy propio de ti actuar como una máquina sin frenos, pero no te puedes obligar a que todo sea igual. Tienes que dejarte sentir lo que sientes, lo que sea. Y si no quieres que te toquen, eso está bien. Si no estás lista para vestirte como antes, eso también está bien. No tienes que fingir que todo es normal, porque nada lo es, y va a tomar un tiempo antes de que lo sea de nuevo.

Me muerdo el labio para contener las lágrimas, porque no tiene sentido que él entienda. Esas palabras habrían tenido más lógica saliendo de la boca de Meredith que de la suya. Él no vivió nada de esto en su carne y en sus huesos del modo en que lo hizo ella o del modo en que lo hice yo. Pero eso no quiere decir que no lo haya vivido o que no le haya dolido su parte justa, porque fue él quien se quedó para recoger los pedazos cuando la tormenta pasó.

Pero ya estamos en la puerta del restaurante mientras todo eso pasa por mi mente, así que es tarde para decírselo porque puede que rompa en llanto, y no quiero hacerlo en este lugar al que me encanta venir. Así que, en su lugar, abro la puerta y paso antes que él. Hay una mesa vacía junto a las vidrieras que dan a la calle y tomo asiento mientras me dejo distraer por las luces de Broadway. El olor a ajo y orégano flota en el aire, y el vinilo del forro del asiento chilla un poco cuando él se desliza en la silla frente a mí.

Vuelvo la mirada hacia él y lo encuentro distraído mirando el lugar. Lo llaman el Studio, porque queda justo frente al teatro Studio 54, y el mote se ha quedado tanto que ni me acuerdo cuál es su verdadero nombre. Está iluminado por una serie de faroles de luz amarilla que emulan una calle de Italia, con una extraña mezcla de bar de carretera típicamente americano. La decoración no tiene mucho sentido en sí, salvo porque es agradable y cálida. Hasta este instante, con Gabriel Atlas justo frente a mí, me doy cuenta de que también es extrañamente íntima.

Dos cartas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora