Capítulo 45

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Me dejo caer en el asiento del conductor de mi auto en el estacionamiento y sostengo el celular entre mis manos por lo que se siente como una eternidad. Hay varias cosas que tengo que hacer para empezar a enmendar esto y solo darle a Andrew lo que quiere, pero supongo que, antes que nada, debo asumir mis culpas.

Mi corazón se aprieta cuando recuerdo la última vez que su sola asociación conmigo puso en peligro los sueños de Alex. Ahora no es solo su carrera lo que se tambalea. Es su privacidad, su dignidad, todo lo que ella es. Gruño para mis adentros, odiando el instante en el que conocí a Andrew Vanderbilt. Pero no puedo pensar en esto sin desmoronarme, porque si la primera vez la hizo odiarme, es bastante seguro decir sin lugar a dudas que esta vez la voy a perder para siempre.

Decido llamar a Nate para verificar si ella está bien antes de decidir si voy a aparecerme en su casa o de qué maldita manera voy a darle la noticia de que lo que le pasó es mi culpa. La línea repica cuatro veces y cuando estoy bastante seguro de que mi hermano no me va a responder, la llamada es contestada.

Solo que no por la voz de Nate.

- No cuelgues – Me dice la voz de Alex. Apoyo la cabeza contra el volante de mi auto aún estacionado, porque solo su voz me impacta de una manera que es tan ilógica que duele

- Hola, Alex – Respondo, y odio lo rota que sale mi voz

- ¿Estás bien? – Me pregunta ella. A pesar de todo, me conoce lo suficiente para identificar lo alterado que estoy solo por mi tono

- No mucho – Suspiro – Pero no es importante. ¿Cómo estás tú?

- Estoy... - Hace una pausa – No estoy segura. Mayormente perdida. No sé cómo debería sentirme. Físicamente me siento bien, pero no paro de pensar... - Deja que su voz se apague, como si ni siquiera pudiera terminar la frase – Lo siento, debes estar ocupado. Realmente solo quería oír tu voz, ¿necesitas a Nate?

- Te amo – Es lo que se me escapa en contra de toda lógica. No es más que una exhalación, un susurro sin aire. Son las palabras cayendo de mi boca en contra de la lucha de mi cerebro. Sale casi como una tos, y su silencio me hace dudar si me escuchó y solo no sabe cómo reaccionar o si simplemente fue un susurro tan bajo que ni siquiera lo oyó. Me aclaro la garganta, porque cualquiera que sea el caso, no cambia lo que tengo que hacer – En realidad, me gustaría hablar contigo, si eso está bien

- Yo... - La vacilación es tan grande y tan obvia que en otras circunstancias casi me reiría. Sí, me escuchó. Definitivamente no sonó tanto como una tos. Y de verdad la amo, y seguramente nunca voy a poder decírselo de nuevo

- No estaría molestándote ahora si no fuera importante – Insisto, porque tengo la respuesta a los espacios en blanco de su confusión. Estabilizo mi voz lo suficiente para volver las cosas a la normalidad, como si mi estúpido lapsus no hubiera existido

- ¿Molestarme? – Repite, toda enfurruñada – Te vi dos minutos en el hospital y luego desapareciste. He estado tratando de buscar alguna excusa para llamarte desde esta mañana

- ¿Por qué?, ¿Necesitas algo? – Pregunto, momentáneamente distraído del propósito de esta llamada. Ella resopla

- No necesito nada. Solo te quiero ver, pero no quiero poner como excusa lo que pasó para que...

- Estaré en tu casa en 20 minutos – Digo, interrumpiéndola, porque no puedo permitirme emocionarme por el hecho de que quiera verme. No cuando es posible que sea la última vez.

Escucho su risita socarrona mientras cuelgo la llamada y enciendo mi auto.

A la mierda. Hay que hacer esto.

Dos cartas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora