Capítulo 31

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Me levanto y la sigo como un idiota, medio hipnotizado por el movimiento de sus caderas bajo el dobladillo de mi sudadera. Su cocina es amplia y espaciosa, con encimeras de granito de un suave tono palo de rosa y electrodomésticos plateados infinitamente femeninos y delicados. El olor de la torta que está horneando flota en el aire mientras ella camina hacia un gabinete y extrae una botella de tequila. Eso finalmente me saca del hechizo.

- Oh. No, gracias – Le digo, aún siguiendo sus movimientos medio en trance – Mi cena fue media caja de chocolates, así que beber no puede ser una idea inteligente para mí

- ¿Chocolates con alcohol? – Repite, con una risita – Eso solía gustarte – De todas maneras, vierte un generoso chorro de tequila en la licuadora y luego se mueve hacia el refrigerador para sacar una botella de zumo de limón.

Trufas con champagne. Pienso inmediatamente.

Sí, eso solía gustarme. Solo con ella.

- Demasiado viejo – Me excuso. Ella se ríe mientras se estira hacia otro de sus armarios para sacar una copa de margarita. En el estante sobre el que ocupan las copas veo una antinatural cantidad de snacks, y a pesar de que ella me pone nervioso de una manera sin sentido, la verdad es que la idea de simplemente hablar de negocios y largarme se siente incorrecta – Sin embargo, no me opondría a algunas de esas papas fritas y una Coca – Cola

Levanta la cabeza para mirarme antes de encender la licuadora. Está preparando una jarra completa de Margarita, así que no sé si piensa beberse todo eso sola o está esperando que cambie de opinión. Luego, me da la espalda mientras se pone en puntas de pies para alcanzar el estante más alto y agarrar un paquete de papas fritas. Por alguna razón, un viejo recuerdo destella en mi mente y la veo estirándose así para alcanzar un vestido mientras me exhibía con descaro su cuerpo cubierto por el conjunto de lencería más sexy del mundo.

Sacudo la cabeza para alejar el recuerdo mientras ella vierte las papas fritas en un bowl y me hace una seña con la cabeza hacia la mesa de desayuno que ocupa la esquina opuesta de la cocina. Me quito mi chaqueta y la dejo en el respaldo de la silla mientras acerco el bowl de papas hacia mí y meto un puñado a mi boca. Ella vuelve a su refrigerador y examina su contenido.

- No tengo Coca-Cola, pero puedo ofrecerte agua embotellada, ese asqueroso jugo de naranja demasiado dulce que bebe tu hermano o cerveza – Ruedo los ojos, porque en realidad si tiramos un poco de azúcar en ese zumo de limón con el que preparó su bebida, también tenemos limonada, pero decido seguir su juego

- Dame la bendita cerveza – Digo por fin. Ella saca una botella de corona y la destapa antes de venir hacia mí. Niego lentamente con la cabeza mientras la recibo y bebo un sorbo

- ¿Qué?, ¿no hablas de negocios así con todos tus clientes?

- Cierra el pico – La reprendo, aunque le devuelvo la sonrisa.

Termina de servir su coctel sin importarle un pimiento que la estoy mirando fijamente. Se toma su tiempo sacando la torta del horno y desmoldándola antes de venir a sentarse frente a mí en la mesa.

- ¿Cuál asunto vamos a tratar primero? – Es lo que me pregunta luego de todo ese tiempo de silencio cargado

- Pensé que solo teníamos un asunto

- Bueno, te equivocas, porque tenemos tres

- ¿Tres? – Repito estúpidamente. La estancia está llena del aroma de esa torta de chocolate que dejó enfriándose en el mesón, lo que es un extraño escenario para toda la tensión sexual que parece crepitar en el aire

Dos cartas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora