CAP XXXI

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Las siguientes semanas, se hicieron más largas e incómodas.
 
El juicio estaba cada vez más cerca y pese a que Akai y el resto del FBI insistiesen en que todo estaba controlado y que no debía preocuparse, ella lo hacía. Era inevitable, ¿Cómo no se iba a preocupar después de todos los cargos a los que se enfrentaba?
 
Se seguía sintiendo sucia después de haber pasado semanas lejos de ellos y no sabía cuanto más tiempo duraría esa sensación.
 
Remoloneó en la cama antes de salir de ella y ponerse el primer jersey que sus ojos medio cerrados vieron. Bostezó un par de veces mientras se ponía los vaqueros antes  de subir las escaleras y llegar a la cocina.
 
Kuro empezó a ronronear y acariciarle las piernas con su cola en cuanto entró y ella se inclinó para acariciarle la espalda y detrás de las orejas.
 
“Buenos días, ¿café?” Preguntó una voz más aguda que la del profesor.
 
La pelirroja se rascó los ojos a la vez que se sentaba en el taburete y clavaba su mirada en él. “¿Se puede saber que haces aquí, Kudo?” Le preguntó tan secamente como siempre. “¿No tienes a nadie más a quien incordiar?”
 
“Vamos Shiho, se más agradable anda, sabes que Shinichi es como de la familia.” Intervino el profesor, apareciendo por la entrada acompañado de su hermana.
 
“Akemi.” La miró sorprendida, alzando una ceja con confusión al verlos juntos.
 
“Buenos días, Shiho. Me he encontrado al profesor hace un rato y me ha invitado a venir a almorzar.”
 
“He comprado un pastel que se ha vuelto muy popular por la zona.” Comentó el hombre entusiasmado a la vez que alzaba la mano donde sostenía la caja que tan bien envuelta traía.
 
“Pensaba que habíamos acordado que se tomaría más en serio su dieta.” Respondió la pelirroja clavando sus ojos fijamente en él con una mirada penetrante. “Usted, sólo podrá coger un trozo.”
 
“Vamos, Shiho…” Se quejó intentando hacer pucheros.
 
Kudo esbozó una media sonrisa, intentando no reír, a la vez que servía una taza de café a cada uno. Akemi, no se cortó en reír fuertemente ante el comentario de su hermana menor, mientras el profesor se limitaba a mostrar una mirada de compasión para que la científica cediera un poco más.
 
Se movieron al sofá cuando destaparon el pastel, el profesor y Akemi se sentaron en uno y Shinichi y Shiho en el otro. Ella, optó por beberse el café tranquilamente en silencio mientras los otros tres conversaban sobre cualquier tema. Con el rato, la incomodidad que habían creado los jóvenes desapareció y pese a que la pelirroja no se involucraba apenas en sus charlas, no podía evitar medio sonreír con las tonterías que acababa soltando el detective o con la propia risa contagiosa de su hermana mayor.  
 
Esas semanas que había vivido fuera de la organización, no sabía si la estaban liberando o haciendo enloquecer.
 
Aún era incapaz de sentir la calma durante mucho tiempo. Se sentía siempre alerta, como si el peligro fuese a encontrarla en la siguiente esquina. Daba igual que le recordasen que Gin estaba muerto y que el resto permanecían en la cárcel, ella los seguía viendo en cada sombra, en cada pesadilla.
 
La cabeza empezó a dolerle, últimamente más que de costumbre. Entre la falta de sueño, los pensamientos que la atormentaban y la fuerte ansiedad que no se desprendía de ella, un dolor de cabeza era lo mínimo por lo que podía pasar.
 
Cogió a Kuro de su regazo para dejarlo con cuidado en el suelo y se levantó para dirigirse al baño, en busca de algo que le calmase las punzadas de su sien. Se llenó un vaso de agua y se tragó la pastilla antes de beber de él; se mojó la cara y cerró el frasco para guardarlo entre los muchos otros que el profesor parecía coleccionar. Cogió un par de ellos con la fecha ya caducada y los tiró a la basura del baño antes de colocar el resto mínimamente en un orden. Agasa era un desastre cuando se trataba de mantener una casa ordenada, no le extrañaba que no encontrase la mitad de las cosas que buscaba.
 
Tenía de todo, desde pastillas para el dolor de cabeza a crema para las quemaduras; o de pastillas para la alergia a otras para el colesterol, e incluso para la hipertensión que tan poco se trataba.
 
Sus dedos se pararon cuando leyó uno que le llamó peculiarmente la atención y frunció el ceño extrañada. ¿Alprazolam? El mismo profesor le había comentado en una ocasión que había sufrido de ansiedad en un pasado, pero, ese ansiolítico era muy fuerte y el recipiente no estaba ni abierto. No sabía como había ido a parar ahí, pero lo sacó del armario casi sin darse cuenta.
 
Lo cogió entre sus dedos dudando unos segundos y empezó a rascar con las uñas el precinto de plástico que envolvía la tapa.
 
“¿Estás bien?” La interrumpieron por detrás.
 
La pelirroja guardó rápidamente el recipiente en el bolsillo del jersey verde con un movimiento sigiloso y se giró para enfrentar al moreno como si nada.
 
“Sí.”Respondió rápidamente volteándose de nuevo hacia el espejo, cerrando el armario de las medicinas y tirando el agua restante del vaso en la pica antes de salir del baño. “Solo me duele la cabeza.” Se excusó.
 
“Oye, Shiho.” Le intentó frenar antes de que volviese al salón. “Respecto a lo de aquel día…no tienes porqué evitarme, yo sol-”
 
“Está todo bien, Kudo.” Contestó girándose para mirarle y cruzando los brazos. Le dolía mucho la cabeza como para ponerse a debatir sobre algo tan tonto como eso. “No le des importancia. Sé que es algo pasajero de todas formas.”
 
“Eso no es verdad.” Contradijo él arrugando la cejas antes de rendirse y suspirar. Sabía que la científica no era alguien que pudiese convencer fácilmente, así que no insistió más sobre el tema. Estaba contento con que no le hubieses echado de la casa.
 
“Lo que tú digas.” Rodó los ojos.
 
Entendía que podía no ser el mejor momento para hablar de esto con ella. Su ojeras no habían desaparecido en ningún momento ni aún durmiendo en un lugar tan seguro como ese, al igual que su preocupación y estaba seguro que su curte confesión, era la menor de sus preocupaciones en ese instante.
 
 Pero él, quería seguir estando cerca. Le irradiaba esa sensación parecida a la que crean dos polos opuesto atrayéndose con una fuerza inevitable como imanes. Estaba seguro que ella también podía sentir algo parecido, aunque prefiriese molestarlo e ignorarlo.
 
Sus ojos le habían hablado tantas veces…
 
Le gustaba ese poder que parecía tener con todas las personas de su alrededor. El poder de hacerte sentir importante, poderoso…y al segundo después te hacía sentir completamente insignificante. Y después, otra vez muy importante. Hacía que te confiases para luego dejarte en ridículo.
 
Era encandilador y frustrante a la vez.
 
Sus pies se pararon cuando la notó tensarse dente de él. Abrió la boca para preguntarle pero cuando alzó la mirada, entendió su reacción.
 
“Akai.” Le saludó él con una sonrisa.
 
Shiho pasó de largo y volvió al rincón del sofá ignorándole por completo para beberse su café ya frío.
 
“Shiho.” Le llamó su hermana, dejando una bolsa que no había visto en la cocina. “Akai y yo teníamos pensado hacer curry para comer, ¿Por qué no me ayudas y comemos aquí todos juntos?” Le propuso su hermana con la sonrisa más amable que tenía.
 
Ella quería negarse, pero ni era su casa para hacerlo, ni quería empezar a escuchar a su hermana regañarle sobre lo mucho que necesitaba relacionarse o cualquier otra cosa parecida.
 
“Claro.” Cedió antes de levantarse y dejar a los hombres ahí solos. Al menos, mientras estuviesen haciendo la comida, no tendría que interactuar ni ver al novio de su hermana.
 
Se organizaron la faena entre las dos y Akemi se puso al fuego mientras la menor acababa de cortar los vegetales con la mente aún en otro lugar.
 
Sus pensamientos acaban transformándose en susurros tras sus orejas y las punzadas de su nuca que el medicamento no le había quitado, le hacían que le pitasen los oídos. Habían momentos en los que incluso notaba el aliento del rubio erizando el bello de su cuello, amenazante.
 
Soltó el cuchillo para acercar el cuello de su jersey más a ella, evadiendo esa sensación tan desagradable antes de continuar cortando, intentando también que el temblor de sus manos no se notase.
 
“¿Cómo vas?” Le preguntó Akemi tarareando una canción. Shiho la miró de reojo, sabiendo lo mucho que su hermana se estaba esforzando por tener una buena relación con ella, pero ella misma no tenía la culpa de ser la distante de la familia.
 
“Ya acabo.” Dijo al ver que aún le quedaban más de la mitad de las cosas por cortar. Respiró hondo y se puso a pelar las patatas tan rápido como pudo.
 
La mirada de desesperación y los ojos de Curaçao, aparecieron en su mente acompañado del fuerte grito de una de sus otras víctimas. Se volteó rápido un poco asustada y Akemi arqueó la ceja al ver su reacción.
 
“¿No lo has escuchado?” Preguntó la pelirroja con el pulso acelerado.
 
“¿Escuchar el qué?” Le preguntó sin dejar de remover la olla.
 
“Nada.” Contestó la menor cerrando los ojos un par de segundos antes de seguir con lo suyo y ponerse a cortar lo que había pelado.
 
La fría risa de Gin, era de los sonidos que más la atormentaban. Negó con la cabeza intentándolo hacerla desaparecer pero en ese momento empezó a sentir que le faltaba el aire poco a poco, como si tuviese sus manos entre su cuello apretándole cada vez más la garganta con sus dedos ásperos.
 
 Y la sangre de sus manos, que volvía a ver gotear de sus dedos. Hiperventiló cogiendo el aire que podía, notando como la garganta se le cerraba cada vez más y las manos se cubrían con ese líquido espeso aún frotándoselas.
 
Su hermana le cogió las manos de repente y las guió bajo del grifo, haciéndole volver a sus sentidos por un momento. “Te has cortado.” Dijo un poco preocupada, observando el pequeño corte de su dedo indice, que no brotaba ni la mitad de sangre que su mente le había echo creer y ver.
 
Se acarició el cuello sacando la otra mano de debajo del agua y respiró lentamente para regular sus nervios.
 
“¿Te pasa algo?” Le preguntó la morena preocupada al ver como había palidecido. “Puedo decirle a Akai que se marche si tanto te incomoda…” Le propuso cogiendo una servilleta para secarle la herida.
 
“No, tranquila. No me molesta, no es nada.” Negó con la cabeza, apartando la mano de la herida a la vez que mostraba indiferencia. “Es un corte insignificante, voy a por una tirita y acabo con esto.” Dijo desapareciendo hacia el baño, cerrando la puerta detrás suyo con el pestillo.
 
Se acercó al grifo y se mojó la cara con el agua muy fría, intentando serenarse por completo. Pero aún escuchaba los susurros.
 
Abrió el armario para coger una tirita y se quedó unos segundos mirando hacia su reflejo después de ponérsela. No quería preocupar a su hermana, ni tampoco recibir preguntas incómodas.

Sus ojos se abrieron un segundo y sacó el pequeño frasco que había guardado en su jersey.
 
Quitó el precinto de seguridad y desenroscó la tapa, derramando un par de píldoras sobre la palma de su mano antes de tragárselas sin dudarlo.
 
Y por un momento, pudo respirar tranquilamente mientras los pitidos y su mente se silenciaban. Se apoyó de espaldas en la puerta y se dejó caer lentamente hasta sentarse en el suelo, soltando un suspiro largo con los ojos cerrados. Era el mayor alivio que había sentido esos días.

Toc toc toc
 
El ruido de la puerta la sacó de ese trance de tranquilidad, recordándole donde estaba. “Ya salgo.” Dijo levantándose y peinando su flequillo antes de quitar el cerrojo y salir.
 
El profesor la sorprendió en frente de ella y la miró con un poco de confusión al notar que había puesto el pestillo, pero como siempre, no preguntó ni indagó. Y ella inclinó la cabeza sin decir nada antes de volver a la cocina.
 
La cena fue tranquila y ciertamente agradable. Shiho se había controlado con sus comentarios y apenas había conversado, pero su hermana estaba muy contenta de poder estar así con todos ellos.
 
Pero Shiho sentía que no estaba ahí del todo, su mente estaba medio adormecida y no podía pensar con cierta claridad…pero a la vez sentía una extraña calma que le bloqueaba los recuerdos, aunque solo fuese temporalmente.
     
 
 
 

La otra cara de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora