CAP XXIX

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Shiho se pasó todo el camino mirando hacia la ventana y él no se atrevió a cortar ese silencio que les rodeaba.

No podía entender como se sentía, pero no había sido una sensación muy agradable que la gente les señalase de esa manera. Causaba un efecto completamente contrario a cuando él era quien recibía las miradas de sus admiradoras. ¿Cómo podía la gente expresar tanto odio a alguien que realmente no conocían de nada?

El profesor también se veía preocupado, no había parado de mirar a la científica de reojo cada tantos segundos. No sabían si él también había visto todo lo que habían emitido, pero imaginaban que podía hacerse una idea de porqué la pelirroja se veía tan apagada.

"¡Profesor, frene!" Chilló ella de repente.

Las ruedas chirriaron y los tres cerraron los ojos los segundos que el coche derrapó antes de frenar.

"¿Qué ha pasado?" Preguntó el detective un poco sobresaltado sin entender que pasaba, mirando a un lado y a otro de la carretera completamente vacía.

Pero ella se quitó el cinturón sin responderle y salió apresuradamente del coche para acercarse al arcén de la carretera.

El profesor se apartó a un lado y el detective salió del coche tras ella, buscando bajo la luz tenue de las farolas, ahora encendidas, que era eso que tanto le había llamado la atención a la científica.

"Está herido." Le escuchó decir mientras se agachaba al lado del alcantarillado.

Kudo paró a su lado y abrió los ojos en cuanto escuchó un pequeño maullido mezclado con lo que parecían lloros de un animal. Se trataba de un gato, completamente negro y de un tamaño tan pequeño, que parecía que iba a romperse con solo cogerlo.

"¿Qué te ha pasado?" Le preguntó ella con lástima, como si fuese capaz de comunicarse con él, sacándose el pañuelo de su cuello para cogerlo con cuidado y enrollarlo en él.

"Puede que lo haya atacado un perro, un coche o algún gamberro insensible. La gente es muy supersticiosa con ellos, suele asociar a los gatos negro con las brujas o el demonio...a la mayoría no les hace ninguna gracia cruzarse con uno de ellos."

Shiho le examinó con cuidado mientras el gato maullaba sin dejar de temblar, enganchando sus uñas en su chaqueta para quedarse abrazado a ella. Se veía desesperado y no parecía que pudiese sobrevivir la noche por su cuenta si lo ignoraban y lo dejaban ahí tirado.

"Llevémoslo a casa." Dijo el profesor detrás de ellos, observando toda la situación de más cerca. "No podemos dejarlo aquí en el estado en el que se encuentra."

Ella asintió aliviada y volvieron a subir al coche para llegar a la casa del profesor cinco minutos después.

La científica sacó el botiquín del baño, una jeringa con analgésicos y unas gasas y puso al pequeño sobre una toalla para poder tratarle con más precisión las heridas que tenía.

"Parece que no tienes nada roto." Le dijo con un tono dulce mientras le acariciaba suavemente la barbilla y le vendaba una de las patitas más dañadas. "Ahora te sentirás mejor, pero tienes que tener más cuidado." Le dijo escuchando como empezaba a ronronear bajo su tacto.

Shinichi, que estaba sentado a un par de pasos de distancia, miraba a la pelirroja con asombro. Los ojos le brillaban y su sonrisa era más amplia de todas las que había visto. ¿Cómo podía un simple gato sacar ese lado tan dulce que desconocía? No se lo hubiese imaginado nunca, pero se sentía bien al ver esa sonrisa en su rostro después de el día que había tenido. Había encontrado algo, que conseguía apartarle el dolor lo suficiente, como para poder esbozar esa sonrisa tan auténtica.

La otra cara de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora