Lucía
Al regresar a casa, deposito suavemente a Sky en la cama, donde el perro se acomoda y se sumerge en un sueño plácido. Pero mi mente sigue despierta, zumbando con pensamientos y emociones que necesitan ser liberados. Así que, impulsada por un impulso repentino, me dirijo hacia mis herramientas de expresión: pinturas y lienzo.
Cada trazo se convierte en un acto de catarsis, una forma de liberar lo que lleva tanto tiempo atrapado dentro de mí. Cada pliegue del lienzo parece recordarme a él, como si cada línea dibujada fuera un reflejo de Adrián. Horas pasan volando mientras me sumerjo en este mundo de colores y formas, creando una imagen que captura la esencia de lo que siento.
Al finalizar, contemplo mi obra, que retrata nuestra conexión de una manera que me deja sin aliento. Somos él y yo, entrelazados en una danza de colores y emociones. Pero mientras observo mi creación, también me enfrento a una encrucijada. ¿Qué debo hacer con todo este torbellino de sentimientos? Intento contenerlos, pero ¿él también se siente abrumado cuando estamos juntos?
La pregunta persiste, martilleando en mi mente mientras reflexiono sobre la paradoja de la soledad. Aunque me siento cómoda con ella, hay momentos en los que anhelo la presencia de alguien más. La casa, aunque bonita, a veces se siente demasiado vacía. Ana y papá están ahí, pero sus vidas ocupadas los mantienen lejos la mayor parte del tiempo.
Existe una distancia física que se une a la distancia emocional, especialmente cuando se trata de mi madre, que nunca mostró interés en mí. Y luego está mi abuelo, cuya ausencia aún se siente como un agujero en mi corazón. Convivir con otros me reconforta, pero también necesito mi espacio, una contradicción que me acompaña en mi vida diaria.
Al otro día, me preparo un té y me siento en mi huerto para disfrutar de la tranquilidad matutina, mientras Sky juega alegremente con una pelota que le lanzo. De repente, el suave murmullo de un automóvil rompe la paz. Dejo mi taza de té y me dirijo hacia la entrada, donde me espera una sorpresa inesperada: mi madre.
Su presencia aquí es desconcertante, nunca antes había visitado mi hogar, mucho menos sin previo aviso. La observo descender del automóvil con cautela, como si cada paso fuera medido y evaluado antes de darlo. La incertidumbre se refleja en su rostro, un gesto que no puedo ignorar.
— Lucía, ¿Cómo estás? —expresa en un tono extraño, su voz resuena con una nota de falsa cordialidad.
— Hola, mamá. ¿Qué haces aquí? —mi tono es cauteloso, no estoy segura de qué esperar de esta visita inesperada.
— Vine a visitarte. No haces más que vivir como una ermitaña. De vez en cuando mereces compañía, ¿no crees? —explica mientras se acomoda un morral en su hombro derecho. ¿Está aquí para quedarse o solo de paso?
— Es mejor sola que mal acompañada —respondo con seriedad, cruzando los brazos.
Sky comienza a gruñirle, como siempre lo hace cuando la ve. Supongo que él entiende la dinámica complicada entre mi madre y yo, el dolor que ha causado en nuestra relación.
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El arte que me llevó a ti
RomanceRecuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...