Capítulo 37

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Lucía

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Lucía

— Estaré justo aquí —me dice Adrián mientras nos distanciamos un poco de la bulliciosa fiesta para que pueda hablar con mamá.

Caminamos juntas hasta encontrar una butaca y nos sentamos en silencio. A pesar de las arrugas que el tiempo había dejado en su rostro, seguía siendo una mujer hermosa. Las dudas se han acumulado en mi mente a lo largo de los años, y estar aquí con ella genera una incertidumbre que me asfixia.

— Lucía, yo...

— ¿Por qué? ¿Por qué fuiste tan cruel conmigo?

— No sabía lo que hacía y no sabes cuánto lo lamento —dice, su voz quebrada por el peso de los años y los remordimientos.

— No me diste comida... No me cuidaste cuando más te necesitaba —mi voz se rompe y siento las lágrimas brotar.

— Lo sé y lo siento mucho —responde con lágrimas en los ojos—. Estaba cegada. Tenías algo tan valioso que realmente... merecías, y era el amor de tu abuelo.

Bajo la mirada hacia mis pies. Esto duele, duele mucho.

— Perdí a mi mamá pocos meses después de nacer. Tu abuelo quedó viudo, y yo me quedé sin madre. Lo tenía a él, pero... él viajaba mucho. Su forma de demostrar cariño era llenándome de regalos y creo que después de tantos años, lo entiendo.

— Él nunca me mencionó nada de eso... —le digo, y ella niega con la cabeza.

— Supongo que era mejor no hablar de ello. Mira en lo que me convertí.

Ella está destrozada, y puedo ver los pedazos que ha intentado unir a lo largo de su vida, pero que jamás pudo. No puedo negar que me duele el alma.

— En cuanto a los bienes de mi abuelo...

— No te preocupes, los mereces más que yo —dice entre sollozos y lágrimas—. En ese momento, creí que... creí que al tener algo de él, recompensaría todo el daño.

Se sorbe la nariz varias veces e inhala como si se estuviera ahogando y necesitara mucho aire.

— El día que tomé los archivos de tus bienes... No sé ni por qué lo hice, Lucía. Lo lamento tanto —murmura y mis lágrimas caen como una fuerte llovizna—. Cada vez que intentaba acercarme a ti, me dolía, porque sabía que mis actos no eran los correctos y que tú... que tú no te merecías eso.

— Cuando fuiste a buscarme después de... de ir a la casa de Ana —trago grueso, intentando calmarme—, ¿qué te hizo cambiar de opinión?

A pesar de haber sido un poco grosera con ella ese día, me sorprendió profundamente que viniera a buscarme. De hecho, me alegró. Su intento de arreglar las cosas conmigo me conmovió, pero yo estaba tan cansada de llorar y sufrir por lo mismo que simplemente no pude evitar ser grosera con ella.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora