Capítulo 17

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Lucía

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Lucía

Hoy pasé toda la mañana en la hacienda y hace menos de diez minutos que salimos de allí para ir a casa. Estoy un poco cansada de estar sentada, porque me la pasé revisando papeles y la contabilidad junto a mi contadora. Estuvimos analizando las ventas de verduras, frutas y leche, y la silla del despacho de la hacienda es incomodísima. Así que, en cuanto llegue a la casa, trataré de estar de pie o al menos sentarme en el césped para relajarme.

— Por cierto, mientras estaba con la contadora esta mañana, recibí una llamada —digo mientras manejo.

— ¿Quién te llamó? —pregunta Ana, curiosa, y yo sonrío un poco—¿¡Te llamó Adrián!? —exclama, abriendo los ojos.

— Sí —murmuro.

— ¿Y qué te dijo? —pregunta emocionada.

— Me dijo que ya tenía algunos libros en sus manos, los que se usarán para la preventa o algo así —le explico—. Y... me pidió la dirección de mi casa para enviarme un libro.

— ¿¡CÓMO!? —expresa, super sorprendida.

— ¿Qué... qué pasa? —digo, confundida, mientras ella rueda los ojos.

— Tú en serio no captas.

— ¿De qué hablas?

— No se te pasó por la cabeza que tal vez te pidió la dirección para venir a visitarte —me dice como si fuera obvio, y yo sacudo la cabeza.

— Adrián no haría eso —murmuro.

— Yo creo que sí —dice ella.

— Te agrada, ¿verdad? —le pregunto.

— ¿Quién? ¿Adrián, alias el creador del polo norte? —me río y asiento, un poco tímida—, ¿Qué pregunta es esa? Solo los shippeo un poco.

— Ajám, un poco...

— ¡Ludrian! O... ¡Adrilu! —expresa emocionada.

Al llegar a casa, voy directamente a mi escritorio para revisar algunos trabajos y los últimos correos que me han llegado. Me sumerjo en las tareas, consciente de que pronto podré disfrutar del aire libre y jugar un poco con Sky.

Abro mi correo y, como de costumbre, hay una gran cantidad de mensajes, en gran parte gracias al Señor Rodrigo. Él siempre me presenta a sus conocidos y colegas, orgulloso de que una de sus alumnas haya trabajado en una portada y, según él, lo haya hecho de maravilla.

Entonces, se acerca Ana con un vaso de jugo de naranja, creo, por su color.

— ¿Revisando correos? —me pregunta mientras me pasa el vaso. Le doy un sorbo antes de responder.

— Sip.

— ¿No puedes estar en paz teniendo, aunque sea unos cuantos correos sin leer?

— No —murmuro.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora