Adrián
Hoy invité a Isaac a almorzar en casa de papá. Hace mucho que no se ven, debido al trabajo de Isaac y su tiempo limitado, siempre dividido entre su familia y conmigo. Además, sus constantes indirectas sobre no ser invitado a comer ya me tenían harto.
Al llegar a la casa de papá, noto que no hay carros aparcados en el parqueadero, lo que significa que ni Victoria ni Alex están. Subimos las escaleras en silencio, intentando sorprender a papá. Al entrar en la sala, lo vemos sentado en el sofá, con las piernas cruzadas, unos papeles en una mano y un vaso en la otra.
— Nunca dejarás de sentarte de esa manera, ¿verdad? —bromea Isaac, rompiendo el silencio.
Papá levanta la mirada y, al ver a Isaac, su rostro se ilumina.
— Pero miren quién se dignó a venir —responde entre risas, dejando los papeles y el vaso en la mesa de centro antes de levantarse para abrazar a Isaac.
— Ya era hora de que se honraran con mi presencia —dice Isaac, devolviendo el abrazo.
Isaac y papá siempre han sido muy unidos, igual que yo con papá. La confianza y apoyo que papá nos brindaba durante la época del instituto fortaleció nuestro vínculo.
— No hay necesidad de ser empalagosos —murmuro, fingiendo molestia.
Ambos me miran con mala cara, intercambian una mirada cómplice y, de repente, se lanzan sobre mí para hacer un abrazo de tres. Este tipo de bromas y muestras de cariño son comunes entre nosotros, especialmente porque papá a veces se comporta más como un amigo que como un padre.
— Este momento me recuerda a preparatoria y la expulsión —murmura Isaac, trayendo a la memoria un viejo recuerdo.
— ¿Tenías que arruinar el momento así? —dice papá, con una seriedad fingida que casi nos engaña—. Ustedes hicieron historia en esa institución.
— Menos mal eres abogado —le respondo, y papá bufa, provocando que Isaac y yo estallemos en carcajadas.
Recuerdo cómo una vez Isaac y yo rayamos las paredes de los baños del instituto. Nunca supimos cómo las directivas se enteraron, pero lo consideraron una ofensa grave. Papá intervino, y gracias a su habilidad para argumentar, logró que nos integraran de nuevo. Se especializa en lo penal, pero no hay nadie que le gane en argumentos.
De pronto, un carraspeo hace que vuelva al presente y encuentro a Victoria observándonos desde la puerta.
— Llegué en buen momento —dice ella sonriendo, y yo no puedo evitar poner los ojos en blanco—. Hola, chicos.
— En el incorrecto, querrás decir —le responde Isaac con una sonrisa sarcástica.
Pasamos a la mesa y Susana nos sirve el almuerzo. Victoria se sienta sola en una esquina, mientras papá, Isaac y yo nos agrupamos en la otra, muy juntos. Sin embargo, esa distribución no ayuda a que la comida sea más agradable; al contrario, es incómoda.
ESTÁS LEYENDO
El arte que me llevó a ti
RomanceRecuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...