Capítulo 12

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Lucía

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Lucía

Subo las escaleras con mucho cuidado hasta llegar a la sala. Me recorre el alivio al ver que no hay nadie despierto. Rápidamente me dirijo a mi habitación, pero maldigo cuando Sky, mi perro, comienza a ladrar. Sin embargo, al verme, sus ladridos cesan. Cierro la puerta de mi habitación con cuidado y Sky se me acerca enérgicamente. Me siento en la cama, pero en menos de nada estoy acostada boca arriba con Sky encima de mí. Se sienta en mi estómago, y me concentro en sus preciosos ojos.

Sky nació con heterocromía, lo que significa que tiene un ojo gris y el otro marrón debido a la producción de melanina, encargada de conceder pigmento a la piel, el cabello y los ojos. Por fortuna, esta cualidad física no interfiere en su visión.

Reacciono y veo que se recuesta. Vale, está muy pesado. Lo muevo a un lado y quedamos de frente. Amo que sea tan grande; su presencia me hace sentir menos sola. Comienzo a acariciarlo y en ese momento golpean la puerta de mi habitación.

— ¿Lucía? —pregunta Ana al otro lado.

— Sí, pasa —murmuro.

Ana entra y me encuentra acariciando a Sky. Ella se acerca y se sienta en el borde de la cama, con una expresión de preocupación.

— Te estuve esperando —dice suavemente—. ¿Dónde estabas?

— Salí un rato —respondo, evitando su mirada.

— Eso es obvio, Lucía —replica, sin apartar la vista de mí—. Pero ¿a dónde fuiste?

—  A donde A...

Por suerte, tocan la puerta antes de que pueda terminar la frase. No estoy lista para procesar todo lo que pasó ayer: correr a los brazos de Adrián, dormir en su apartamento, y la manera en que fue tan dulce y amable conmigo. Aunque dulce quizá no sea la palabra correcta; tal vez fue empático o compasivo.

— ¿Nicolás está aquí? —le pregunto a Ana, intentando cambiar de tema.

— No... —responde Ana, pero es interrumpida por una voz familiar.

— Prometo no volver a perderme un cumpleaños tuyo.

La señora Rosa, la madre de Ana, entra en la habitación. Corro hacia ella y la abrazo con fuerza. Ella me acaricia el cabello con ternura, y no puedo evitar que algunas lágrimas se escapen de mis ojos. La señora Rosa es lo más cercano que tengo a una madre, y después de todo lo que pasó ayer, las lágrimas fluyen con facilidad. Nos separamos, y ella limpia mis lágrimas con una sonrisa comprensiva antes de sentarnos juntas en la cama.

— ¿Cómo estuvo tu gran día? —me pregunta.

— Gran día... —pienso en decirle que pasé el día llorando por la traición de mi madre, pero en su lugar, respondo—: Genial, no me esperaba nada de aquello. Muchas gracias, An, no te imaginas lo feliz que me hiciste.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora