Capítulo 28

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Lucía

Siempre recordaré el veintisiete de octubre, no solo porque es el cumpleaños de Adrián, sino por lo que sucedió ayer. Ambos confesamos que estamos enamorados el uno del otro y fue increíble. Solo pensar en lo que pasó me hace sonreír frente al espejo mientras me preparo para encontrarme con papá.

Últimamente ha estado muy raro, como si me estuviera evitando, así que hoy insistí tanto que finalmente accedió a vernos.

Una vez vestida y lista, abro la puerta de mi habitación y me topo con Ana. Le sonrío y me dirijo a la mesa para coger las llaves de la camioneta.

— Quiero que me cuentes cómo te fue ayer —me dice, tomándome de la mano.

— Pues... ya sabes, al final sí lo pude ver y hablamos.

— ¿Solo hablaron? Por Dios, es evidente que estás así de feliz porque pasó algo más con Adrián —dice muy seria. No puedo evitar reírme y ella abre los ojos sorprendida—. Dios mío, sí pasó.

— Nos besamos, otra vez —murmuro.

— Lo sabía. ¿Y cómo fue? Dijiste que hablaron, ¿qué te dijo? —pregunta con curiosidad mientras miro la hora en mi teléfono.

— Luego te cuento, tengo que encontrarme con papá ahora.

— No, no, no. Cuéntame ahora, resúmelo —me dice, cruzándose de brazos.

— Mmm, a ver —murmuro mientras ella espera impaciente—. Le confesé que estaba enamorada de él después de que me dijera que soy una de las materias más inefables de su vida. Fue tan bonito, casi no le creí porque habíamos tomado una botella de vino...

— Habla despacio.

— ... y porque desapareció por días. Me dijo que me buscaría hasta el otro lado del mundo de ser necesario. Le dije que estaba enamorada y él respondió que cada parte de él me pertenece. Eso me dejó helada, pero de una manera bonita. Luego me besó... mucho, y yo a él, mucho. Después me dijo que estaba enamorado de mí también. Fin.

— Vaya...

— Me tengo que ir. ¡Nos vemos! —digo mientras abro la puerta—. Cuida a mi bebé.

Bajo las escaleras lo más rápido posible para evitar más preguntas porque realmente iba tarde. Ya me imagino a papá esperándome pacientemente. Lo bueno es que el lugar donde nos encontraríamos no está muy lejos de la casa de Ana, así que mientras conduzco, escucho música y tarareo emocionada. Cuando llego a la cafetería, veo que papá ya ha pedido algo de beber, lo cual me hace sonreír.

Cuando me ve, me saluda con una mano y me acerco para sentarme frente a él.

— Hola, pequeña.

— Hola, papá —le respondo con una sonrisa—. Siento el retraso.

— No te preocupes, hija. ¿Quieres pedir algo?

— No, papá, acabo de comer —le contesto y él me sonríe—. ¿Ahora sí me puedes decir qué pasa?

— Sí, pero no creo que haya solución alguna a todo esto —dice, pasándose las manos por la cara, desesperado.

De cierta forma, creo saber de qué va a hablar. He oído por parte de mi hermano Carlos que las cosas no están bien con mamá. No es para menos; siempre han tenido discusiones. Desde que era muy pequeña, mis hermanos y yo éramos testigos de ello. Antes de hablar, toma un poco de agua y se afloja la corbata.

— La situación con tu madre es difícil. Y si de verdad quieres saber lo que está pasando, es necesario que te cuente desde nuestro inicio —dice en voz baja—. Cuando conocí a tu madre, quedé locamente enamorado de ella y, desde luego, ella de mí. Con el pasar del tiempo, nuestro cariño fue creciendo..., tanto que decidimos casarnos.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora