Recuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Adrián
Me levanto muy temprano para salir a correr. Hace mucho que no lo hacía y creo que ahora me vendría bien. Cuando comencé a ir a terapia, correr era una de las cosas que más me recomendaba mi psicóloga. Decía que si no me gustaba hacer ejercicio, que corriera, pues esta era una de las maneras en las que podía liberar una infinidad de emociones. Sin embargo, tenía que enfocarme en la rabia y la tristeza.
La rabia fue un sentimiento que me acompañó durante toda mi vida. Era señalado por algo sobre lo que no tenía poder y eso me hundía. Hubo un momento en donde quise acabar conmigo, quise hacerme daño... pero algo tenía muy claro: esos sentimientos no eran para siempre. Existen momentos en los que sonreímos, sonreímos de verdad, y es algo por lo que debemos luchar las personas que vivimos con depresión.
Mi psicóloga una vez me dijo: "No hay nada más poderoso que nosotros mismos. Nunca terminamos de saber el poder que tenemos". Ahora mismo no sé qué es de la vida de Jennifer, mi psicóloga. Perdimos el contacto... hasta creo que se fue del país.
Llega la hora del almuerzo y, como de costumbre, voy a casa de papá. Por supuesto, están Alex y Victoria. ¿Cuándo será el día en que desaparezcan? Ni siquiera me dan ganas de saludarlos, simplemente me dirijo al piano.
Para empezar, toco las teclas sin una melodía determinada, hasta que veo que a Alex le molesta el sonido del piano. Así que me animo a tocar Flight of the Bumblebee de Rimsky-Korsakov. Volteo para verlo y me mira con fastidio mientras lee unos papeles. A él no le queda de otra que aguantarse, soy el hijo del dueño de la casa. Así que hago como si nada y me río descaradamente.
Papá llega a donde estoy y me toma del hombro, animándome a seguir. Lo que no sabe es que toco para molestar a sus invitados, para que por fin se harten de mi presencia. Lastimosamente, en el paquete de esta casa venía yo.
Después de almorzar, me acomodo en el sofá de la sala. Al poco tiempo, Victoria se sienta también, ambos con los ojos pegados a nuestros teléfonos. Supongo que está viendo TikTok por la cantidad de sonidos que cambian cada cinco segundos. De repente, escucho chiflidos y sé perfectamente de quién son.
— Llegó la diversión —dice Isaac con una gran sonrisa al entrar a casa.
Emocionado, me levanto de mi asiento y lo abrazo.
— Par de vagos —comenta papá al vernos—. ¿Ya comiste, Isaac?
— No, a eso vengo: a comer.
Aunque ya he comido, me siento con él en la mesa para hacerle compañía y, de paso, enterarme de cualquier novedad, especialmente si habló con Lucía ayer y qué le dijo.
— Sé que estás comiendo, pero quiero saber si hablaste con Lucía —le digo. Él asiente y bebe un poco de jugo.
— Oh, sí, hay algo importante que te quiero decir.