GabrielPasado
Agosto de 2012Lo más doloroso que puede evidenciar cualquier ser humano es cómo los patrones se siguen repitiendo en la familia a lo largo de los años. Nunca tuve una buena relación con mis padres; siempre fui muy independiente gracias a ello, pero no porque quería, sino porque fui obligado a ello. Ahora mi hija está haciendo lo mismo con mi nieta Lucía y lo más triste es que ella está siguiendo mi ejemplo. No estuve para ella, así que ella tampoco lo está para su hija.
Entré al centro comercial con el corazón en la garganta, buscando a la señora que me llamó hace un rato. A medida que avanzaba y no la veía, las lágrimas amenazaban con salir. Pero cuando por fin la vislumbré, estaba sentada junto a una niña y su madre.
— ¿Cómo es su nombre? —me preguntó ella cuando le extendí la mano para presentarme.
— Justo se lo iba a decir, mi nombre es Gabriel Lenin —le respondí.
— Señor Gabriel, le entrego a su nieta sana y salva —me dijo, y Lucía me tomó de la mano y me dio un pequeño apretón.
— Se lo agradezco. ¿Usted cómo se llama? —le pregunté.
— Rosa Villamarín.
— Señora Rosa, hay algo que no me queda claro... ¿Cómo hizo para localizarme?
— Lucía me dijo que lo llamáramos; sabía su número.
Dirigí mi vista hacia mi nieta y le sonreí. Creo que siempre la preparé para que algo así sucediera, pero nunca pensé que llegaría a pasar. La forma en que la encontré y la situación en la que estaba me entristeció. No debí permitir que se quedara con su madre; debí llevarla conmigo al campo y tal vez así hubiera evitado las situaciones que han pasado en los últimos días. Con esto que acaba de pasar, Elisa ya se pasó. No parece una mujer hecha y derecha, sino una niña malcriada a pesar de la edad que tiene.
— De nuevo, muchas gracias —le dije, y saqué mi tarjeta de presentación para dársela—. Cualquier cosa, no dude en pedírmela, estoy para usted y su hija.
— Es usted muy amable, pero no es nada, era lo menos que podía hacer.
Lucía y yo salimos del centro comercial, pero antes tenía que preguntarle si había comido algo.
— Abuelo, comí antes de salir —me dijo—, como me enseñaste, me preparé la comida yo misma.
Después de que Lucía me contara varias veces que Elisa no le servía la comida necesaria, decidí enseñarle lo básico de la cocina para que no tuviera que esperar a que le sirvieran su comida, sino que ella misma se la preparara. Sonreí con orgullo y tristeza a la vez; ya es toda una mujercita, mi mujercita.
— ¿Hace cuánto fue eso?
— Hace... No sé, ¿qué hora es? —preguntó, y yo miré el reloj de mi muñeca.
— Las 5:00 p.m. —respondí, y ella bajó la mirada.
— Desde las 11:00 a.m. no como nada.
— No te preocupes, llegaremos a la finca y la señora Cecilia te hará una deliciosa tortilla.
— Pero que no tenga espinaca —me pidió ella como condición.
En el camino a casa no hablamos, solo nos dedicamos a escuchar la música que ella puso, pero que al final la hizo quedarse dormida. Lo primero que quería hacer apenas llegáramos a la propiedad era hablar con mi hija. Quería hablar con ella de lo sucedido y decirle que Lucía viviría conmigo desde ahora. Aunque no debía hacerlo, no me quedaba de otra considerando todo lo que había pasado desde que mi nieta llegó al mundo.
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El arte que me llevó a ti
RomanceRecuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...