Capítulo 10

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Lucía

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Lucía

Observo cómo Adrián se aleja y un peso pesado se posa en mi pecho. Su partida me deja con un sabor amargo, la sensación de que algo se ha roto entre nosotros. ¿Por qué me resulta tan difícil lidiar con estas situaciones? Debería haber sido más comprensiva, más empática, pero en lugar de eso, mi actitud solo logró ahuyentarlo.

Me siento culpable, porque es evidente que se fue por mi comportamiento. No puedo evitar pensar en cómo reaccioné cuando hizo esa simple pregunta sobre mi familia. Debería saber que las personas no tienen la culpa de cómo sea mi relación con mamá y mis hermanos, pero, aun así, no puedo evitar sentirme afectada por el tema.

Ana tenía razón al decirme que él no sabía nada, que tenía que hablar con él y aclarar las cosas. Pero en ese momento, me sentí tan vulnerable, tan expuesta, que solo quería huir.

Lo invité a la fiesta porque quería que estuviera aquí, quería compartir este día feliz con él. Y sí, lo conseguí, estoy rodeada de las personas que más quiero. Pero de alguna manera, esta pequeña disputa ha arruinado mi felicidad. Me molesta profundamente que algo tan insignificante haya arruinado lo que debería haber sido un día perfecto.

— Lucía... Hija —papá me llama, pero mi mente está en otro lado, en un lugar lleno de dolor y confusión.

Levanto la vista, forzando una sonrisa, pero sé que no puedo ocultar la tormenta que hay dentro de mí.

— Me voy, pero si quieres puedes venir a la casa. Tus hermanos y tu madre estarán felices de verte —dice, extendiendo una invitación que no puedo aceptar. Si supiera lo que mamá hizo en casa, si entendiera el dolor que ha causado...

— No... No lo sabes —resoplo, luchando contra las lágrimas que amenazan con brotar—. La señora Marta fue a mi casa el lunes, con la excusa de celebrar mi cumpleaños, pero ¿adivina qué?

Ana me mira con preocupación, pero no puedo detenerme ahora. Necesito sacar esto, sacar toda esta angustia y tristeza que me consume por dentro.

— Mi querida madre, solo fue para quitarme los papeles de los bienes que me heredó mi abuelo —termino por decir, y el silencio que sigue es ensordecedor. Papá y Ana se quedan quietos, asimilando lo que acabo de revelar.

— Pequeña, no sé qué decirte, yo no sabía... —papá comienza, pero no puede terminar. Su expresión refleja una mezcla de dolor y frustración.

— No pasa nada, papá —le digo, tratando de sonar valiente, aunque lo único que quiero hacer es desmoronarme—. Ya estoy acostumbrada a ello.

— No... Esto no debió pasar, Lucía —dice, acercándose a mí con una mezcla de enojo y pesar. Me envuelve en un abrazo reconfortante, un refugio contra el caos que se desata en mi interior.

Es un abrazo lleno de protección, como los que me daba cuando era niña y me sentía vulnerable. Por un momento, me permito aferrarme a él, permitiendo que sus brazos me sostengan en medio de la tormenta.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora