ElisaMi familia siempre se ha destacado por su ambición y poder, y yo, como la única heredera de Gabriel Lenin, no iba a quedarme atrás. Desafortunadamente, mi madre murió en un accidente automovilístico cuando yo era muy pequeña, lo que hizo que mi tío materno me criara junto a mi padre. Aunque estaba presente, mi padre era muy ausente emocionalmente.
Mi padre trató de demostrarme amor, pero no lo suficiente, no como yo quería y esperaba. Cada vez que había una presentación o evento en mi instituto, jamás asistía. Recuerdo mirar con recelo a mis compañeras por la compañía que tenían de sus padres; les llevaban flores, peluches y ese tipo de cosas, y en mi mente siempre estaba el pensamiento: "yo no tengo padres".
Gabriel, a pesar de ser mi padre, nunca estaba conmigo. Para él eran más importantes sus negocios y sus preciados animales. Mi tío solía decirme: "ya vendrá, y te comprará algo", pero yo no quería su dinero, quería que estuviera conmigo.
Con el tiempo, conocí a mi esposo Eduardo, un muchacho encantador, que además venía de una familia muy unida, muy al contrario de la mía. Me enamoré de él al instante. Decidimos casarnos muy jóvenes y tuvimos tres hijos: dos varones y una niña. Lucía, mi hija, es la menor y la consentida de los hombres de la casa.
Mi padre Gabriel dejó las reuniones y negocios a un lado para centrarse en Lucía. Siempre estuvo para ella. Hubiera dado lo que fuera para recibir esa atención. En un momento, incluso me pidió la custodia de Lucía, pues estaba encantado con ella, pero yo se la negué. Lucía era mi niña.
A partir de ese momento, empezó a hacerse cargo de Lucía, la recogía del instituto y la llevaba a sus reuniones. Cosa que nunca hizo conmigo. Muchas veces me cuestionaba por qué. ¿No era merecedora de su amor paternal? ¿No fui lo suficiente para él en el momento en que llegué a su vida? Mi corazón se llenó de envidia, sentía envidia de mi propia hija. Y es entonces cuando decidí hacerme a un lado en su crecimiento y enfocarme solo en mis dos hijos, Leonardo y Carlos.
Yo nací y crecí sin una figura materna, al igual que sin una figura paterna, y soy feliz a mi modo. Lucía podía hacerlo, y más si no está tan sola como yo lo estaba. Tiene a mi padre y a Eduardo, mi esposo.
Es una lástima que toda mi infancia haya sido desolada, porque me transformó en la persona que soy ahora. Y no sé si alguna vez pueda cambiar por mí misma.
Miro por la ventana de mi habitación mientras me tomo un té de hierbas. Hace poco llegué a la ciudad, pues estaba en la propiedad que me dejó mi padre. Suelo ir cada tanto para despejarme, y esta vez lo necesitaba más que nunca: mi hija Lucía cumplía años. En estas fechas no soy la mejor compañía para nadie. De repente, la puerta se abre de golpe y entra Eduardo, mi esposo.
— Por fin das la cara —manifiesta furioso.
— ¿Ahora qué pasa? —le pregunto, genuinamente confundida.
— ¿¡Qué que pasa!? —me pregunta, aún más furioso.
— Cálmate, querido, que te va a dar algo —le digo, tomando un sorbo de mi té—. Ya no estamos en la edad de pelear como adolescentes.
Cuando éramos más jóvenes, peleábamos mucho, como cualquier matrimonio. Él tiene un carácter muy fuerte, y yo, en cambio, solía ser más calmada, hasta que pierdo la paciencia. Eduardo cierra la puerta de un portazo y comienza a caminar de un lado a otro.
— ¿Qué pasa, me extrañaste? —le digo, mirándolo directamente a los ojos.
— ¿¡Cómo fuiste capaz!? —grita mientras se suelta la corbata.
— ¿De qué hablas? —pregunto, genuinamente confundida. Él resopla, aún furioso. Se planta frente a mí y me toma del mentón con fuerza.
— Intentar robar a tu hija, ¿en serio? —expresa, fuera de sí—. ¿Qué te pasa por la cabeza? Esta vez fuiste demasiado lejos.
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El arte que me llevó a ti
RomanceRecuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...