Capítulo 26

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Adrián

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Adrián

Pasado
Octubre de 2007 - Diez años

El día de hoy, papá y yo íbamos a una reunión en la casa de la familia de mamá. Era mi cumpleaños y también el aniversario del día en que mamá murió. Esta sería la tercera vez que estaría con ellos en un mismo salón, pues desde que nací, papá y yo nos fuimos a vivir a Madrid, pero habíamos vuelto y ellos parecían querer pasar tiempo conmigo.

Sin embargo, cada vez que los veía, notaba en sus miradas algo de molestia. Incluso hace dos años, cuando regresamos, papá tuvo una discusión con mi tío, y desde entonces trataba de mantenerme alejado de ellos. Él creía que no lo notaba, pero sí lo hacía. Ya no estaba en la edad de ignorar esas cosas y el hecho de que me miraran de esa forma me hacía sentir culpable y me invadía una tristeza profunda.

— ¡Adrián! —me llamó papá—. ¡Adrián! Ven aquí.

— ¡Voy, papá! —respondí y salí de mi habitación.

Mi habitación estaba llena de cajas, muchas de ellas con los libros que papá me compró en Madrid. Ahora que estábamos en Bogotá, él pensó que regalarme algunos de sus libros de cuando era joven adulto sería una buena idea.

Cuando llegué a la habitación de papá, lo vi mirándose en el espejo mientras se arreglaba la corbata. No sabía cómo podía vestirse con esos trajes todos los días; yo no podría. En cuanto me vio, se giró hacia mí y se inclinó un poco. A pesar de mi edad, papá decía que yo era muy alto, y creo que lo saqué de él, al igual que el cabello.

— Hijo, no es nuestra obligación ir —dijo peinándome el cabello—, pero debemos hacerlo por la memoria de tu madre. Si no te sientes cómodo, podemos irnos, es tu cumpleaños, podemos hacer lo que tú quieras.

— Estaré bien, iremos y volveremos —le respondí.

— Ok, pero quiero pedirte algo, ¿está bien? —me preguntó y asentí—. Camina con la frente en alto, nada de bajar la cabeza. Eres un Davis, por lo tanto, eres más fuerte de lo que crees.

No hice más que asentir a lo que papá me decía y sonreír un poco, porque él sonreía, y cuando papá sonreía, era muy contagioso. Nos terminamos de arreglar y salimos de casa, dirigiéndonos hacia el lugar.

A medida que pasábamos por las calles de la ciudad, trataba de crear recuerdos de cada cuadra porque ya no nos iríamos, nos quedaríamos, y yo tenía que aprender a defenderme solo en la ciudad. Aunque no creía que papá me lo permitiera, pues siempre estaba con nosotros su guardaespaldas, que al mismo tiempo era nuestro chofer.

Entonces vi muchas motocicletas andando muy rápido, como si estuvieran en una especie de carrera, y... yo solo quería estar presente en esa carrera, en vez de estar llegando a un lugar que me causaba un vacío en el corazón y una indescriptible tristeza en cada fibra de mi ser.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora