Lucía
— Entonces ¿Los invitaste aquí? —me pregunta Ana, visiblemente confundida.
Hace mucho tiempo que nadie, especialmente un chico, había venido a visitarme a casa o a la hacienda. Siempre soy yo quien se encuentra con ellos en la ciudad, en algún restaurante u otro lugar. No es que no quisiera que vinieran, simplemente nunca lo permitía. Desde que tengo uso de razón, he considerado estos espacios muy íntimos. Pero Adrián ha cambiado todo eso.
Estamos en la caballeriza y Ana me mira esperando una respuesta.
— Sí, llegarán en media hora —murmuro, todavía absorta en mis pensamientos.
— ¿Por qué no demuestras que te alegra verlo? —me pregunta Ana mientras se recoge el cabello.
— Estoy feliz por ello —respondo, dirigiéndome de nuevo hacia la casa—, solo que no puedo controlar mis nervios. Sabes cómo me pongo cuando estoy con él.
— Créeme, lo sé.
Nos sentamos en la cocina con Miguel y Thiago para discutir algunos detalles sobre la hacienda que quiero organizar. Ana, a mi lado, aporta ideas que anoto meticulosamente en mi agenda. Mi plan es hacer nuevos espacios para los animales, pintar algunas cercas en los límites de la hacienda y sembrar árboles.
— Por el momento hay un total de doce caballos, y pronto tendremos trece por el embarazo de la yegua más joven —les informo, y ellos asienten con interés—. Necesitamos preparar un espacio adecuado para ella.
— Lu, y los comederos de las vacas que me habías dicho que te recordara —me recuerda Ana.
— Cierto, anota eso también, Miguel, por favor —le pido, y Miguel asiente diligentemente.
— Listo, señorita.
— ¿Dónde crees que podría ir el establo para ellas? —pregunto a Thiago.
— Te recomiendo elegir un terreno elevado con buena topografía y drenaje, preferiblemente con suelos arenosos que soporten bien el peso sin compactarse. Yo me encargo de eso. De hecho, puedo comenzar a buscar el área adecuada si lo deseas —me ofrece.
— Sí, por favor —murmuro—. Pero ahora recibiré visitas. Si necesitas algo, Miguel puede ayudarte.
— Perfecto, entonces me voy —dice Thiago antes de salir de la cocina.
Con todo en marcha para la expansión de la hacienda, hay más actividad aquí con la llegada de los trabajadores, aunque prefiero mantener el número de personas aquí al mínimo. Continúo cuadrando algunos detalles con Miguel por unos minutos más, cuando de repente es llamado a la entrada de la casa. Ana y yo nos quedamos terminando de escribir unos últimos detalles.
— Niña Lucía —me llama Miguel, quitándose el sombrero—, llegaron los jóvenes de los que me había hablado.
— Gracias, Miguel, ya los recibo —le digo con una sonrisa, y él asiente antes de retirarse.
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El arte que me llevó a ti
RomanceRecuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...