Lucía
La ciudad me recibe con un día soleado y menos tráfico de lo habitual. No sé qué esperar de este día, pero mi meta es simple: no llorar. Desde que tengo memoria, he derramado lágrimas en cada cumpleaños, y no permito que nadie se me acerque, excepto mis caballos.
Cada año, cuando llega el dieciocho de septiembre, mi teléfono se llena de llamadas, incluyendo las de papá y mi hermano Carlos. Sin embargo, nunca, nunca las respondo. Prefiero dejarlas para el día siguiente.
Y luego está mamá. Siempre se escabulle en mi cumpleaños. Recuerdo claramente cuando, a los nueve años, me dejó encerrada en el auto en un estacionamiento, justo en mi día especial. Si no fuera por las alarmas que alertaron sobre una niña encerrada, no sé qué habría sido de mí. Afortunadamente, después de ese incidente, mi abuelo decidió celebrar cada cumpleaños conmigo, tratando de mantener a mamá a distancia. Aunque nunca entendí por qué lo hacía. Mamá siempre desaparece de la ciudad en esta fecha, sin dar explicaciones.
A pesar de estos recuerdos que vienen a mí cada año, trato de mantener la calma y enfocarme en el presente. Hoy es solo otro día, y tengo la intención de enfrentarlo con valentía, como siempre lo hago. Tal vez este año sea diferente. Tal vez pueda encontrar un poco de paz en medio de los recuerdos dolorosos.
Llego al apartamento de Ana y noto que no está esperándome afuera como de costumbre. Aparco la camioneta frente al edificio y salgo con Sky a mi lado. Toco el timbre para hacerle saber que he llegado. La puerta se abre y me encuentro con Nicolás, sonriente como siempre. Pero antes de que pueda reaccionar, todo sucede muy rápido y de repente tengo los ojos vendados. Sky comienza a ladrar frenéticamente, claramente preocupado.
— Nicolás, no sé qué estás haciendo, pero quiero una explicación de esto ahora —le digo, escuchándolo reír—. Si no me dices, Sky te puede atacar.
— No sería capaz.
— Sí que lo es. Y sabes que, aunque lo hayas mimado un montón de veces, si siquiera ve que estoy en peligro...
— Lucía, fea, dile a Sky que se calme —me interrumpe—. Por si no lo sabías, existen las sorpresas. Avanza y sube un escalón.
— Sky, calma —ordeno, y el perro deja de ladrar de inmediato.
— Ahora, haz lo que te dije, pero con cuidado. No quiero que te vayas de cara y que Ana me mate.
— Tengo una venda en los ojos, sabelotodo. Dame indicaciones —le respondo, tratando de ocultar mi nerviosismo.
Me da instrucciones que me hacen subir un montón de escalones... casi me caigo. Pero finalmente nos detenemos y extiendo mis brazos, esperando tocar algo, pero no hay nada.
— Ana, si estás ahí, déjame decirte que esto no me gusta nada —murmuro, sintiéndome un poco incómoda—. Me voy a quitar la venda, ya basta de juegos.
Me quito la venda rápidamente y lo que veo frente a mí me deja sin palabras. Están papá, Ana, Claudia, una editora que trabaja para el señor Rodrigo que conozco desde hace mucho, y una decoración de cumpleaños en tonos beige y blanco. No puedo articular palabra, estoy completamente estupefacta.
— ¡Feliz cumpleaños, Lucía! —gritan todos a coro, rompiendo el silencio con alegría y entusiasmo.
Es algo que realmente me deja en shock, porque esperaba de todo, menos esto. Aunque lo sospeché durante las escaleras, después de amenazar a Nicolás... pero es increíble y emocionante. Y como no avanzo, Ana llega a donde estoy y me abraza.
— Hace mucho que no celebrábamos juntas —susurra, solo para nosotras dos.
— Gracias, de verdad —murmuro cuando nos separamos del abrazo.
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El arte que me llevó a ti
RomansaRecuerdo mi época en el instituto, donde dibujaba flores de manera casual, sin ir más allá. Fue entonces cuando mi abuelo, me aseguró que tenía talento. A pesar de sus palabras, no lograba ver más allá de lo que para mí eran meras líneas y círculos...