Capítulo 8

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Lucía

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Lucía

La ciudad me recibe con un día soleado y menos tráfico de lo habitual. No sé qué esperar de este día, pero mi meta es simple: no llorar. Desde que tengo memoria, he derramado lágrimas en cada cumpleaños, y no permito que nadie se me acerque, excepto mis caballos.

Cada año, cuando llega el dieciocho de septiembre, mi teléfono se llena de llamadas, incluyendo las de papá y mi hermano Carlos. Sin embargo, nunca, nunca las respondo. Prefiero dejarlas para el día siguiente.

Y luego está mamá. Siempre se escabulle en mi cumpleaños. Recuerdo claramente cuando, a los nueve años, me dejó encerrada en el auto en un estacionamiento, justo en mi día especial. Si no fuera por las alarmas que alertaron sobre una niña encerrada, no sé qué habría sido de mí. Afortunadamente, después de ese incidente, mi abuelo decidió celebrar cada cumpleaños conmigo, tratando de mantener a mamá a distancia. Aunque nunca entendí por qué lo hacía. Mamá siempre desaparece de la ciudad en esta fecha, sin dar explicaciones.

A pesar de estos recuerdos que vienen a mí cada año, trato de mantener la calma y enfocarme en el presente. Hoy es solo otro día, y tengo la intención de enfrentarlo con valentía, como siempre lo hago. Tal vez este año sea diferente. Tal vez pueda encontrar un poco de paz en medio de los recuerdos dolorosos.

Llego al apartamento de Ana y noto que no está esperándome afuera como de costumbre. Aparco la camioneta frente al edificio y salgo con Sky a mi lado. Toco el timbre para hacerle saber que he llegado. La puerta se abre y me encuentro con Nicolás, sonriente como siempre. Pero antes de que pueda reaccionar, todo sucede muy rápido y de repente tengo los ojos vendados. Sky comienza a ladrar frenéticamente, claramente preocupado.

— Nicolás, no sé qué estás haciendo, pero quiero una explicación de esto ahora —le digo, escuchándolo reír—. Si no me dices, Sky te puede atacar.

— No sería capaz.

— Sí que lo es. Y sabes que, aunque lo hayas mimado un montón de veces, si siquiera ve que estoy en peligro...

— Lucía, fea, dile a Sky que se calme —me interrumpe—. Por si no lo sabías, existen las sorpresas. Avanza y sube un escalón.

— Sky, calma —ordeno, y el perro deja de ladrar de inmediato.

— Ahora, haz lo que te dije, pero con cuidado. No quiero que te vayas de cara y que Ana me mate.

— Tengo una venda en los ojos, sabelotodo. Dame indicaciones —le respondo, tratando de ocultar mi nerviosismo.

Me da instrucciones que me hacen subir un montón de escalones... casi me caigo. Pero finalmente nos detenemos y extiendo mis brazos, esperando tocar algo, pero no hay nada.

— Ana, si estás ahí, déjame decirte que esto no me gusta nada —murmuro, sintiéndome un poco incómoda—. Me voy a quitar la venda, ya basta de juegos.

El arte que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora