CAPÍTULO LI: Lágrimas En Los Ojos.

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Dissior mantuvo la mirada fija en Philips. Este mantenía sin temblor su espada. Pero por un momento no se sabía que era más afilado; la espada, o los ojos del joven.
-¡No! - aquella voz hizo que todos la mirasen. Marit caminaba directa a su objetivo con espada en mano y con la vista permanente en su padre.
Cuando llegó a escasos pasos de su hermano y Dissior, apretó aún más el mango de su arma. Tragó saliva preparándose para hacerlo sin pararse a pensar nunca más.
Las sombras de Dissior no se movían. Algo estaba fallando. Todos miraban, incluso Kristan que, a pesar de ser su hermano, no lo consideraba como tal por todos los males provocados.
Marit levantó su espada justo encima del pecho de su padre, quien no se movía ni un palmo, simplemente se dignaba a esperar.
-¿Estás segura Marit? - le preguntó su hermano, rompiendo el silencio.
-Jamás en toda mi vida. - recolocó sus dedos en el mango y justo cuando iba a bajarla, Dissior sacó su brazo que ocupaba su espalda y lanzó un cuchillo hacia el pecho.

Las nubes terminaron de juntarse hasta formar una sola. Negra. Los cuervos acechaban en los picos y bordes de las torres más cercanas para acercarse a la muerte.

Se oían gritos, llantos que rompían los cristales más gruesos del mundo. Minna no podía caminar, era incapaz de levantarse tras ver aquello que permanecería en su cabeza hasta el último día de su vida. Luzmor miró expectante aquel cuerpo yacente en el suelo mojándose de agua por la lluvia.
Dissior se apartó más de donde se encontraba, se levantó y miró con atención.

-Os dije de lo que era capaz. - sus palabras calaron en el corazón de cada uno, como el cuchillo que había destrozado una vida.
A veces solo hace falta un segundo para que todo tu mundo se desmorone. Para que todo lo que existía para ti, desaparezca. No nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos. O nos damos cuenta, pero no sabemos que lo vamos a perder.
Pero tenemos que seguir hacia delante.

No podía rendirse. Ahora no. Marit tenía que acabar con esto de una vez.

Dissior lo contempló un instante más y huyó. Corrió sin más hacia dentro del castillo, ocultándose en lo más profundo, hasta llegar a un túnel que le llevaría a un lugar que ni él mismo sabía.
Las manos de Marit se habían empapado de esa sangre de su hermano. De Philips.
Los llantos de Marit se oían hasta entre las paredes del castillo haciendo un eco que ni los demonios querrían escuchar.
Sus lágrimas caían sin parar, sus amigos se acercaron, pero de nada sirvió porque su tristeza aumentó.
-Marit, - Minna tocó el hombro de la joven con delicadeza. - cariño, vamos. Tenemos que irnos.
La mirada de Marit se paró. Todos la miraban asustados. Giró su cabeza hacia el interior del castillo y recogió la espada de su hermano.
-¡¡NOOOO!! - todos iban hacia ella, pero ya era demasiado tarde, porque la muchacha extendió hacía arriba el pico del arma y una onda expansiva azul celeste se extendió, hasta que desapareció.

Todo quedó en silencio. Philips había muerto. Ya todo dejaba de tener sentido para Marit pero quería matarlo. Quería hincarle la espada en su corazón hasta que dejara de respirar. Y para ella, no seguiría siendo suficiente.

En un instante se apareció en la oscuridad. Parecía un túnel por las paredes tan estrechas, por las piedras desgastadas por el tiempo y por una luz que provenía desde lo que su mirada alcanzaba. Aquella luz se iba acercando a medida que su furia crecía sin remedio.
Dissior no la vio. Sólo pudo verla por la luz azul celeste que desprendía del cuerpo de Marit.

No pudo retroceder, pues era demasiado tarde.

-Esto se acaba aquí y ahora. - sentenció Marit.
-Marit. Marit, escúchame. - aquella voz. Sólo quería volver a escucharla.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora