CAPÍTULO XXX: Llora Y Huye.

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-¡No lo entiendo! - la cabeza de Melfos daba vueltas haciendo que se mareara de un lado a otro. - No veo ninguna explicación a lo que ocurrió ayer.
Después de la repentina marcha de Marit y la llegada inevitable de Clanmiana, las lágrimas no dejaron de cesar hasta la mañana del día siguiente. No había dormido nada, pues se había quedado derpierto toda la noche pensando. Minna le hizo compañía y a veces sacan conclusiones absurdas como:
-Estaba confundida.
-Alguien la obligó.
-Fue un truco.
Eran pocas, al ser una escena muy bonita pero extraña a la vez
Esa noche, Philips durmió plácidamente al ver que Marit había llorado al verlos y que le había dado la mano a Melfos. Se sentía feliz. Le daba igual su reacción de después.
«Puede que lo haga de nuevo» pensó justo cuando se levantó por la mañana.

Arriba, en la sala de Dissior, un rey echaba fuego en las orejas figuradamente. Estaba más cabreado que nunca. Sus ojos se mostraban negros, como la oscuridad de la noche, y su cetro si parecía que ardía literalmente.
Clanmiana se mantuvo firme ante él, tras contarle todo lo que vieron sus ojos.
-¡Tienes que controlarla!
-Sí, mi rey. - la bruja bajó la cabeza, y esperó a que Dissior le ordenara que se retirara.
-¡No me vale con que me respondas! - Dissior de repente se encaró con ella furioso.
Ambos se observaron fijamente. Era inútil pelearse, ya se Dissior era el rey más poderoso del mundo, - o eso pensaba él - y Clanmiana era la primera bruja, por lo tanto la más poderosa y creada por él.
Esta se inclinó ante él y dio media vuelta, dejando a Dissior justo donde sus miradas se habían enfrentado.

Marit aguardaba como siempre en la habitación donde ahora vivía. Un mundo tan grande, y ahora para ella solo tenía cuatro paredes, que poco se iban acercando a ella.
Su mundo había desaparecido. La habían apartado de todo lo que la hacía feliz: los Munfos, su pueblo, sus amigos, Melfos y Philips. Ahora no le quedaba nada, más que ella misma, y ahora se necesitaba más que nunca.
Pero estaba débil, necesitaba fuerzas. La Marit que había en el interior, pensó y pensó con fuerza, pero no se le ocurría nada. Pensaba en todo el tiempo que había pasado con Minna. Le habia enseñado muchas cosas, pero también le había contado secretos que, hacían encender una luz en un túnel sin fin
Por fin se acordó de aquel recuerdo. Estaban en el bosque con los Munfos, y Minna se encontraba con Marit. Juntas hablaban de la magia de ellos y de la oscuridad.
Era una conversación un poco al alcance de una niña, pero Marit ya no lo era. Se había enfrentado a muchas cosas, y aún tenía que hacerlo de nuevo.
Minna le contó que los Munfos tenían una clave para imvocarse cuando más se necesitaban. Llorar. Eso invocaba a los munfitos y se aparecían ante la persona mágica que lloraba.
Marit apretó con fuerza desde el fondo y empezó a recordar la tarde anterior, cuando bajó a las mazmorras y acariciaba la mano de Melfos.
Por fuera, los ojos negros de Marit brillaban con intensidad. Hasta que rebosaron y caían sin cesar las lágrimas.

En el bosque, el guardián de los Munfos sintió una nueva alerta, pero era fuerte y oscura a la vez. No sabía que hacer.
Las normas que impuso Minna debían cumplirse, aunque se dudara de transportarse. Así que el Munfo advirtió a todos sus miembros y estos ayudaron al guardián a llegar hasta esas lágrimas.

Marit seguía apretando sin parar, rezando porque ese hechizo surtiera efecto.
Segundos después el Munfo se presentó en una habitación que desconocía, pero si a la niña que lloraba sin parar sentada en la cama.
La estancia permaneció iluminada por una luz cegadora unos instantes por el guardián.
La Marit buena sacó todo su poder e hizo que su otra parte hablara.
-Guardián. - le costó mucho decir una simple palabra, pero lo consiguió.
-Marit, ¿Estás bien? - el Munfo quería oír la respuesta, pero tenía miedo de que no fuese la adecuada. Su cara mostró tristeza y temor a pesar de que era el más valiente de todos los Munfos.
-Necesito que me ayudes. Y rápido. - sus lágrimas brotaban y caían al suelo hasta desaparecer en la alfombra que ocupaba casi toda la habitación.
El guardián asintió aliviado y le tendió su manecilla. Esta, con fuerza, se la dio y ambos desaparecieron dejando vacía y en completo silencio una sala que pronto, gritaría de obsesión.

Horas más tarde, la rabia e impotencia de Clanmiana ascendería en llamas cuando entrara en la alcoba de Marit.
-¡¿Por qué tengo que hacerme cargo de una niñata hechizada!? Yo solo quería que el rey me diese un puesto más alto en la realeza. Me merezco algo mejor. Si la mato, no tendríamos tantos problemas y gobernaríamos juntos. - su cabeza empezaba a dar mil vueltas. Y ella no dejaba de moverse por toda su habitación.
No tenía cama, pero si un armario; destrozado. Su ropa se componía de vestidos y sombreros, todos oscuros y algo descosidos. Su lámpara en forma de telaraña deslumbraba en la penumbra. Tenía algunos ventanales grandes, pero el sol no podía colarse por unas cortinas rojas y negras que destacaban en el interior.

Después de un pequeño periodo de tiempo, Clanmiana se preparó con decisión a la habitación de la pequeña. Cogió su escoba y salió por la puerta.
Ella no sabía que si la mataba, tendría unas consecuencias. Dissior utilizaba a su hija para planes en el futuro y no podía permitirse deshacerse de Marit. Tuvo que andar algunos pasillos hasta llegar a la puerta que abrió con fuerza. Su cara se descolocó al momento. Buscó por todas partes de la estancia, pero sin rastro alguno. Se llevó las manos a la cabeza, pensativa. La rabia empezaba a invadir su cuerpo. Gritó. Fue uno agudo y temeroso. Sin duda, ese sonido estremecería a cualquier persona.
Un hechizo salió de su pecho y este se lanzó hasta el tejado del castillo hasta las nubes.
Salió volando con su escoba por los pasillos hasta llegar a las mazmorras.
-Como la vuelva a ver en las mazmorras la mato. - cuando pronunció aquellas palabras, su escoba empujó con más fuerza a la velocidad, haciéndola ir más deprisa aún.
Saltó de ella justo en la puerta donde se encontraban los prisioneros. Apuntó el pico de la escoba, haciendo salir un hechizo verde oscuro y brillante. La puerta voló en mil pedazos y los prisioneros brincaron del ruido tan alarmante.
Tus tacones de punta resonaban por toda la profundidad. Por cada agujero que pasaba, asustaba a la víctima. No se paró en ninguna, excepto en la de Melfos.
-¡¿DÓNDE ESTÁ!? - su mirada asustó al anciano, mientras este se hacia mil preguntas.
-¿Qué? - su cara de miedo y desconcierto indicaba que no tenía ni idea de la huida de Marit.
-¡La niña! ¿Dónde diablos está? - su paciencia se agotaba, cogió su escoba y apuntó justo a Melfos.
Este levantó los brazos y su cara de incredulidad hizo que Minna saltara para protegerlo.
-Aquí no ha bajado nadie. Ni siquiera el rey. - tuvo miedo. Pero el miedo de perder al anciano fue peor.
Philips asomó su cabeza, escondido entre la pared de piedra, rezando porque no se acercara a él, aunque en el fondo sería valiente. Por todos.
-No me mientas, hadita. Bajó antes, ¿por qué no iba a hacerlo de nuevo? - se chuleó delante de ella y se puso a mirar a los tres con curiosidad.
-Sabemos que está hechizada. ¡Lo sabemos! ¡No puede bajar sin que lo ordenéis! - la paciencia de Melfos también se agotaba por momentos. Lo habían descubierto.
Tras pensar varias horas, Minna dijo uno de esos hechizos oscuros. Melfos la miró y empezó a llorar, pero mantuvo la compostura y esperaría al futuro.
Y aquí estaba.
Era cierto.
Marit había sido hechizada.
Pero ahora, había escapado.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora