CAPÍTULO IX: Engaños Y Traiciones.

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El rey de Amcar cada día se sentía más completo; más seguro de lo que hacía. Aunque nadie estuviera de su lado. Nadie, excepto Philips. Su hijo.

Dissior ya dejaba salir con más frecuencia al niño, pues ahora era como él, y ya nada podría pararlo. Philips se encargaba de vigilar a su futuro pueblo, y Dissior mataba sin compasión y reinaba en su trono. Feliz.
-Mi rey, - se agachó hasta inclinar la rodilla en el suelo y miró a su padre. - voy a salir a vigilar, si vos, mi rey, me dais vuestro gran permiso. - Una parte de Philips quería hacer lo que su padre le ordenaba constantemente. Pero el otro lado de su corazón bondadoso, deseaba salir a explorar nuevas tierras y conocer personas interesantes. Su corazón seguía floreciendo, pero su otra mitad estaba negra; oscura, como su padre.
- Mi general, tiene su permiso. - decirle a Philips "hijo", era algo que al mismísimo rey le avergonzaba. Por eso nunca lo hacía. Siempre le llamaba "mi general" o "señor". ¡Para un niño! ¡Para su propio hijo! Philips solo lo hacía por no enfadar a su padre. Aún seguía teniéndole un poco de miedo.

El niño de siete años se levantó de aquella reverencia y se marchó. Pero dispuesto a emprender una aventura. Un comienzo. Se sentía grandioso de esa artimaña ingeniada por él mismo. Al salir del castillo, su sonrisa empezó a deslizarse por su cara. Se escaparía y no volvería jamás. Deseaba aquel puesto de rey, pero antes quería investigar. Y descubrir nuevas cosas.

En Amcar, el pueblo, mendigaba por calles que no llegaban ni a eso. Era espeluznante como llegó a cambiar la vida. Para casi todos sus habitantes. Philips caminaba tranquilo, a pierna suelta. Se había salido con la suya. Ya se inventaría cualquier cosa para contar a su padre. Cuando pasó por esas cabañas destrozadas, cubiertas de moho o de barro, sus pasos se ralentizaron rápidamente. Miraba de un lado a otro con curiosidad. Nunca se había parado a observar. Siempre miraba a su rey cuando mataba a alguien y se marchaban. Las mujeres empezaron a mirar al chico con tristeza, los hombres con desprecio, y los otros niños, con miedo. Él, se estaba sintiendo avergonzado. «Yo no he matado a nadie, ¿por qué me miran así?».
Casi al salir del reino, un niño que andaba sólo, con la ropa ajada, y hambriento, cayó al suelo, tropezando con un gran tronco. Philips se detuvo de la impresión y como si en su corazón, empezará a nacer flores, corrió hasta llegar a el niño y le dijo:
- Pequeño, ¿estás bien? - lo cogió de los brazos con delicadeza y lo levantó, hasta ponerlo en pie. Todos los que estaban sentados en el suelo, esperando un milagro, lo pudieron contemplar. Aunque también estaban asustados de lo que pudiera hacer.
Philips se dio cuenta de que todos esos ojos posaban en él, y se giró a comprobarlo. Sí. Todos lo hacían. «¿qué he hecho?» volvió a preguntarse.
No le importó lo que la gente pensaría de él. Aunque en el fondo, sabían porque lo hacían: su padre era el rey y gobernaba todas las tierras que había alrededor. Los habitantes lo odiaba, pero le temían.
Pero aún así, decidió ayudar a aquel pobre chico.
El niño observó a Philips y este, sintió un pequeño dolor punzante en su corazón, en el estómago, en el pecho. Por todo su cuerpo.
- Eres tú. - intentó decir el pequeño. - Tú eres el hijo de Eleonor. - miró con profundidad los ojos de Philips y asintió, afirmando lo que había dicho.

Pasaron muchas cosas como que, Philips se quedó helado cuando aquel muchacho, pronunció ese nombre; esa frase, con esa verdad que lo delataba. El heredero al trono, intentó volver al mundo en el que estaba y dijo:
- ¿Hijo... de quien? - preguntó con infinita curiosidad. - ¿Me conoces? ¿Quién es Eleonor? - lo que iba a ser una pregunta profunda y clara, se convirtió en un interrogatorio.

Por una parte, el pobre mendigo, se preguntó por qué el propio hijo no sé acordaba de su madre. Pero entonces, recordó la historia que su padre - que murió asesinado por Dissior, el rey de Amcar - tantas veces le había contado.


Historia de el pobre mendigo

- Hijo, tienes que intentar dormir. - insistía a su querido hijo.
- Es que no tengo sueño. Si pudieras contarme una historia... - suplicó haciendo pucheritos. A su padre siempre le hacían gracia esas cartas tan graciosas que el pequeñín hacía.
- Está biennn. - dijo por fin. El niño saltó en la cama riendo feliz. Estaba claro que no tenía sueño.
- Empiezo:
Cuenta la leyenda que, el único alcalde que gobernaba estas tierras y este valle, murió asesinado por un hombre. Fue el día que Zamill, el alcalde, propuso unos juegos para ceder su alcaldía. Pero mientras caballeros luchaban con espadas y armaduras, ese hombre malvado llamado Dissior, entró en el torneo y lo mató. - el niño abría la boca del asombro y se entusiasmaba con cada frase dicha. - En su mano izquierda, - lo recordaba muy bien. Él estaba allí, tan sorprendido como todos. - poseía un cetro de metal oscuro con una bola negra como el carbón. Hizo unos movimientos con sus manos y levantó un castillo gigante. - mientras el padre contaba la historia, abría los brazos, los extendía y señalaba hacia la ventana. Su hijo seguía demasiado impresionado.

«Cuenta la leyenda también, que el rey Dissior, se hizo llamar así, era unos de los hombres que iban a luchar por ser alcalde. Hay rumores de que, no lo quería para ser eso, sino para ser rey. El primer rey que el mundo haya tenido jamás. Ese mismo día, cuando el sol se escondió y los animales entraron en sus casitas, el rey salió de su castillo y se dirigió hacia su antigua cabaña. Mató a su esposa y se llevó a su hijo al castillo, con él. Dicen que, de camino, se encontró con una mujer que estaba mendigando por estas calles y se la llevó también. Al cabo de los años, no se volvió a saber nada de esa muchacha.
FIN.»

El pequeño siempre se quedaba profundamente dormido cuando el rey Dissior levantaba de la tierra aquel castillo.

• • •

- El rey, tu padre, mató a Eleonor tu madre. - fue tal el asombro de pronunciar esas palabras, que Philips - que estaba junto al niño - hizo el intento de desamayarse pero el muchachito le ayudó. Philips se reincorporó pensativo.
«¡Claro. Por eso nunca me dejaba salir. Para que no me enterara de que es un asesino. Todo el mundo lo sabía menos yo!» abrió los ojos hacia el castillo, impotente.
- No debí habértelo dicho. Ahora odias a tu padre. - se lamentó el mendigo.
- A veces, es bueno saber las cosas, aunque duelan. - lo observó, aún pensando, y lo abrazó, con ternura. De alguna manera, le estaría eternamente agradecido.
Ahora sí que huiría. Su padre le había traicionado, le había engañado durante todos estos años. Siete años de mentiras. Por eso no podía hacer preguntas y nunca podía salir. Cuando al fin salió del reino, y se encaminó hacia el bosque, unas lágrimas brotaron de sus ojos y no pudieron parar hasta caer por sus mejillas rojas de la impotencia y la rabia.

No quería volver jamás al castillo, ni a Amcar.
Nunca.
Y haría lo posible para que así fuera.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora