CAPÍTULO XLVI: Tres Margaritas.

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-Bienvenida querida. Estarás hambrienta. - el rey del espacio la recibió con los brazos abiertos y Marit se relajó un poco más.
En realidad Marit no se acordaba de la última vez que pegó bocado. Y en el fondo quería olvidarlo, pues había sido en aquel lugar tan difícil de describir.
-Pasa. Te ayudarán a vestirte y te traerán la comida que tu pidas. - ordenó a sus sirvientes. Estos hicieron una reverencia y se dieron la vuelta.
El magestuoso zorro seguía a la joven po dónde iba.
-Gracias.
-¡OH!¡Estás herida! - unos mayordomos se acercaron rápidamente a la chica y la sentaron en una silla bastante limpia y empezaron a limpiarle las heridas del cuerpo.
-Gracias amigo por traerla a salvo. - acarició al zorro. Este se restregó cariñoso en las piernas del rey.
-Ya tienes dispuesta tu habitación y ropa limpia. También un baño exclusivamente para ti. Hablaremos cuando hayas acabado. - y dicho esto, el rey del espacio se dio la vuelta.

Unas doncellas acompañaron a Marit hasta unos largos pasillos e infinidad de puertas y habitaciones, hasta que llegaron a una puerta de madera con el pomo adornado de unos encajes de plata y bronce.
Una de las señoritas abrió la puerta y un olor a perfume impregnó cada rincón de los pulmones de la joven. La luz que salía por los ventanales era increíble y de repente Marit se emocionó.
Tanto tiempo encerrada en aquella torre. Tantos años intentando sobrevivir, y ahora no podía dar crédito a dónde se encontraba ahora.
-Señorita, ¿se encuentra bien? ¿Necesita algo? - preguntó bastante preocupada.
-No. Solo es que he estado demasiado tiempo encerrada. - esas palabras costaron pronunciar.
-No se preocupe ahora querida. La ayudaremos en todo lo que necesite. Mi compañera está preparando su baño caliente. - la guió hasta el baño que se hallaba a la izquierda de la habitación.
Cuando las tres estaban dentro, empezaron a desvestir a Marit. Eso a ella la incomodó un poco pero no le importó demasiado. Intentaban ayudarla.
Las chicas que la estaban ayudando, vieron las heridas causadas por su temerosa aventura y se miraron entre ellas.
-Querida, ¿cómo se hizo eso? - señaló sin rozar siquiera la herida, ya limpia por los médicos del castillo.
Marit no quería recordar aquel pasado tan salvaje, pero ellas lo habían preguntado con buena intención y era algo normal ya que la iban a bañar.
-Cuando estuve encerrada, me di cuenta de que podía salir por una vieja trampilla que había en el suelo. No me di cuenta a lo largo de los años anteriores. Fue por el desgaste de la madera. El agujero... El agujero estaba demasiado estrecho y no me importó hacerme estas heridas si conseguía salir de allí. - se miró los hombros y las caderas.
Una de las doncellas se limpió las lágrimas de la tristeza y la abrazó sin pararse a pensar si podía hacerlo. Marit le devolvió el abrazo y las tres se fundieron en una tierna amistad.

Necesitaron tres horas para asearla, peinarla y vestirla como era debido. Marit dio las gracias a las doncellas y las tres bajaron hasta el comedor.

-¿Tienes hambre Marit? - el rey estaba ya sentado en su silla mientras le mostraba el asiento a ella.
-Sí majestad.
-¡Por favor! No me llames así. Me llamo Kritsan. - se presentó.
-Encantada de conocerle. - Marit se dispuso a sonreír y a mirar con ojos tentadores a toda la comida que había en la extensa mesa.
-Sírvete por favor.

Marit tuvo que contenerse un momento para no arrasar con su plato y con lo de alrededor.

En la Tierra, Minna, Phillips y Luzmor descansaban tranquilamente después de llevar a cabo su plan.
Claro que Phillips siempre estaba alerta a todo. No podía dormir plácidamente mientras siguieran con vida aquellos hombres.
El muchacho estaba afilando su espada. Siempre la tenía en sumo cuidado y la limpiaba de la sangre de caballeros.
Empezó a recordar lo que tuvo que hacer para adentrarse en el castillo y disfrazarse de un guardia.
Acabó con la vida de cuatro hombres. Él no sentía nada. Todas esas personas habían sido tan crueles como el rey de haber matado sin motivo alguno a su pueblo.

Y justo cuando ya había guardado los utensilios para preparar su espada, oyó un ruido lejano. Como si el mal por el que entró en Amcar volviera hacia él.
Se levantó de la silla y se asomó a la ventana de madera. Enfrente había un descampado que rodeaba la casa, pero a lo lejos comenzaba un bosque. Uno por el que iba y venía durante su infancia y su madurez.
Aquellos ruidos tan silenciosos, empezaron a sonar con estruendo. Phillips reconoció de repente que eran caballos. Cientos de caballos galopando.
El corazón del muchacho ya latía con fuerza. Podía ser cualquier cosa. En el fondo tenía miedo, pero eso no iba a dejarle vencido.
Lo primero que vio salir del bosque fue un caballo. Un caballo con un hombre. Y no podía ser otro que Dissior.
Sus ojos se abrieron como platos cuando alrededor de su padre aparecían cientos de caballeros armados.
Phillips no se detuvo a mirar más porque cogió su espada y llamó a gritos desde la sala a sus amigos.
Ambos salieron a los escasos segundos, pues también estaban alerta a cualquier acontecimiento.

-¿Qué hacemos? - preguntó nerviosa Minna.
-Lo mismo que hice yo en Amcar. - sentenció Phillips sujetando aún más si espada.
El hada y Luzmor se miraron un poco confusos.
-¿¡ADÓNDE VAS!? ¿TE HAS VUELTO LOCO? - gritó Minna con las manos en la cabeza.
Phillips salió de la casa con espada en mano y mantuvo la compostura. Respiró hondo y dirigió la mirada a Dissior, pues era el que mandaba órdenes.
-¡Vaya, vaya! ¿Me echabas de menos? - se chuleó el chico. Su intención no era otra que enfurecerlo más de lo que ya estaba.
-¡Traédme a todo aquel que podáis! - gritó a su ejército recordando las palabras que le dijo Folmer. - ¡Vivo!

Dicho eso, los caballeros se bajaron de sus caballos, empuñaron sus armas y se abalanzaron hasta llegar a él.
-¡Phillips! - sus dos amigos le gritaban, pero él no hizo caso a nadie. Sólo tenía que volver a concentrarse. Pero esta vez era distinto.
Agarró su espada y apuntó la punta de esta hacia todos los hombres.
Cerró los ojos y justo cuando ya estaban apunto de acabar con el muchacho, la espada de él lanzó una nueva onda expansiva azul que hizo que todos y cada uno de esos soldados volaran por los aires. Las armas caían al suelo y otras caían hasta matar a sus dueños.
Sólo un hombre permaneció en el sitio cuando Phillips abrió los ojos, con la firme esperanza de que hubiese funcionado.
Dissior.
Este mantenía la mirada fija al otro, con la cabeza alta y disfrutando de la reacción del joven.
-¿Qué ocurre? ¿Conmigo no te ha funcionado? - y rompió a reír.
Phillips frunció el ceño preocupado.
Pero no le dio tiempo a volver a intentarlo porque Minna y Luzmor se hallaban tras el chico.
-Te ayudamos. - dijo Minna con su sonrisa. Y juntos empuñaron sus espadas igual que lo había hecho Phillips. Tres gigantescas ondas salieron de las espadas.
Dissior dejó de reírse y sus ojos se abrían tanto que empezó a dolerle. Pero no pudo ni pestañear porque su cuerpo ya estaba volando por los aires.
-¿Cómo sabíais lo de la espada? - preguntó inquieto Phillips ya dentro de la casa.
-Estuve ojeando el libro y encontré un conjuro huyente. Lo probé en mi espada y lo intenté. - le tranquilizó Luzmor.

Los tres amigos ya no podían seguir ahí. Tenían que huir pues ya sabían la existencia de su hogar. Por lo tanto, recogieron todo lo que pudieron, y desaparecieron hasta llegar a lo alto de una colina, lejos de Amcar y de todo reino cercano.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora