CAPÍTULO III: En El Bosque Y Sin Espada.

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Pasaron varias semanas de lo ocurrido en el pueblo. Los habitantes hablaban demasiado y Eleonor notaba que todas las miradas posaban en ella. Era algo molesto, porque ella no tenía la culpa. Comentaban a sus espaldas sin saber la verdadera realidad.

Eleonor estaba triste, y su único apoyo era su queridísimo hijo. Zamill los visitaba con frecuencia. Ellos, que habían vivido la situación de aquel día, ya veían el pueblo, e incluso el valle, con un color hermoso, ya no estaba oscuro como cuando estaba Dissior.

El torneo estaba apunto de empezar; quedaba una semana. La gente se impacientaba y los caballeros estaban muy nerviosos y entrenaban más de lo normal. Eleonor ya no tenía por quién velar, solo protegía a su niño precioso.

Dissior ya no tenía adonde ir. Se pasó las semanas enteras en el bosque, caminando sin parar. Justo después de salir del pueblo, cayó en la cuenta de que, ya no podría participar en aquel torneo; ya no podría gobernar el pueblo. Pero él nunca se rendía. Iba llegar hasta el final. Por lo tanto, estuvo entrenando en el campo y en el bosque con un palo grueso que encontró en los primeros días de su huida. Tenía la ropa sucia y rota, estaba hambriento (aunque cogiera algunos frutos que hallaba en los arbustos verdes. Pero él, no echaba de menos a su familia; él ya no tenía nada. En su corazón sólo cabía el odio y nada de dolor. Parecía que su corazón se hubiese pintado de tinta negra. Su mirada se oscureció intensamente en esas semanas.

Cada día que pasaba planeaba algo nuevo. Cuando el alcalde contó la gran noticia, Dissior quería forma un reino; su propio reino. Construiría su castillo con ayuda de los mejores caballeros. Formaría su enorme ejército con espadas y armaduras y sería el primer rey que el mundo iba a tener. Se sentía muy orgulloso de sus planes, pero había uno en concreto, que seguía siendo un problema para él.
Los días pasaban lentos a su parecer, pues tenía unas ganas eternas de comenzar a tener su gran premio. Ser rey.

Una mañana, ya cansado de adiestrarse y ensayar, suspiró hambriento. Con suerte para él, encontró unas bellotas que dejaban en el suelo las ardillas cargadas de ellas. Al alzar la cabeza de cogerlas, divisó a lo lejos, un humo que crecía sin fin hacia el cielo. Se puso la mar de contento.
-¡POR FIN ALGUIEN! Espero que me dé algo de comer y un refugio en el que resguardarme - dijo en voz alta como si alguien le estuviera escuchando. Le entraron fuerzas de donde pudo, y se encaminó hacia su bendito humo. Estaba contento y feliz, aunque no esperaba que estuviera tan lejos, pues ya se había hecho de noche. Probablemente estarían durmiendo los que habitaban en la pequeña cabaña de madera. El humo dejó de salir cuando ya el sol había caído.
«Menos mal que he llegado justo a tiempo» - sopló aliviado.
Las luces de las velas ya se habían ido, las velas ya estaban fundidas y pequeñas.
Cuando Dissior acabó el bosque y entró en las tierras, se sintió inquieto, pues no podía entrar; todos estaban durmiendo a esas horas de la noche.

El viento soplaba con suavidad. Sólo se oía el ruido de algunos búhos que habitaban en lo más alto de los enormes árboles verdes. Los pájaros dormían, el sol dormía, todo el mundo dormía, incluso Melfos y su criatura.
Sí. En esa pequeña cabañita dormían profundamente el anciano y el bebé. Pero Dissior no lo sabía. No tenía otro plan más que entrar sin despertar a nadie y coger toda la comida que pudiera. Él saldría feliz y ellos no notaría su presencia al día siguiente.
Tenía la sonrisa de la malicia, de la crueldad. Lo tenía decidido. Entraría por la ventana de al lado.
Cuando pasó por las tierras de Melfos, espachurró todas las verduras que el anciano había plantado con mucho esfuerzo. Era de noche, y no se veía nada.
Excepto una luz más brillante que Dissior había visto jamás, y provenía de la ventana por la que estaba apunto de saltar. Se acercó muy lentamente, temiendo lo peor. Esa luz era como si hubiera bajado un hermoso ángel celestial. Empezaban a salir varios colores mezclados, pero se movían con suavidad; con lentitud.
Cuando él estuvo justo enfrente, lo vio todo; con sus propios ojos ya cegados por la oscuridad que albergaba. Veía a un anciano durmiendo plácidamente. Y de él, salían esas luces tintineantes que se deslizaban por toda la habitación.
Era la magia que él tuvo desde que conoció a su esposa. Melfos no era consciente de los estrellitas minúsculas que nacían en su interior, y que salían tan vivas que las propias estrellas de la noche.
Como sería la oscuridad que vivía en el interior de Dissior, que la luz brillante que flotaba en la habitación del anciano, se dirigió con fuerza hacia en pecho del hombre y lo empujó con maldad, convirtiéndose en una luz negra y oscura. Una magia malvada. Él mismo sintió como su cuerpo adoptaba una fuerza descomunal y sus ojos marrones tornaron a negros como el carbón. Ya no tenía hambre ni sueño. Se quedó completamente sorprendido por vivir tal suceso. Sonrió con malicia y puso en pie su deseoso plan.

Iba a participar en aquel desafío.
Iba a ganar.
Iba a ser rey.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora