CAPÍTULO XXVII: Unión Para Su Corazón.

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Marit ahora poseía distintos poderes, como diferentes sentimientos.
Ya no podía hacer subir la lluvia al cielo, ni hacer que nevara, ni nada que se le pareciera a ayudar a las personas o divertirse.
Su función ahora consistía en hacer y construir el mal. Estaba hechizado. Un conjuro maligno, pero no era consciente de ello. Sólo sentía esa necesidad.
Un día, - con permiso de Dissior - en compañía del rey, salieron al pueblo a hacer posible esa necesidad.
Todo lo que Dissior le ordenaba, ella lo cumplía.
-Destruye aquella cabaña. Ya no la necesitan. - se apresuró a decir.
La niña obedeció, pero cada vez que hacía algo así; una maldad, su pecho le dolía. Notaba un pinchazo retorciéndose con fuerza dentro de ella.
La Marit buena, la amable y cariñosa, intentaba atrapar a la niña que destruía todo lo que le ordenaban.
La cabaña que destruyó llevaba años sin ocuparse por nadie. A Dissior le molestaba esa casa, más que nada porque era suya. Y de su esposa Eleonor.
La mayor parte del tejado yacía tirado en el suelo. Había salido en la otra parte que aún se sostenía, musgo verde.
La oscuridad que sobresalía de las ventanas rotas hizo que Dissior recordara aquella tarde en la que... acabó con una vida y arrasó con muchas más.
El barro inundaba las calles del pueblo, pero ya era frecuente allí. La mayoría de las casa habían sido destruidas por el ejército del rey, o por él mismo. No le importaba nadie. Ni nada.

Horas más tarde, después de hacer infelices a otras familias pobres que mendigaban en rincones, Marit volvió a su habitación, siguiendo las mismas órdenes que siempre le imponía su padre. Cada dos o tres días desde que llegaron los prisioneros de Dissior, moría alguna persona que podría llevar años encerrada.
Melfos se encontraba peor que nunca. Necesitaba comer, y Philips también. Ambos eran personas sensibles y delicadas, pero Minna podía aguantar. Lo que no soportaba era no tener sus poderes. Se inquietaba en su propio espacio y no se le ocurría nada por intentar salir.
Un pobre hombre se apoyó en los barrotes y la miró. Esta hizo lo mismo, pero ella lo observó con pena. No quería acabar como él. Seguro que ese hombre no se merecía estar ahí.
La voz que aquel muchacho la sacó de sus sentimientos:
-He visto co-mo te-te convertí-as... en u-na mucha-cha... joven. - el ritmo de su voz significaba que le quedaba poco tiempo de vida, y eso hizo que Minna se estremeciera.
-Ehh, sí. Pero ahora no puedo hacer nada. - bajó la cabeza decepcionada y triste.
-Si que... pue-des. Lo-lo sé. - tragó con dificultad y tuvo que sentarse despacio en el suelo porque sus fuerzas le fallaban.
En ese momento, Minna recordó que podía hacer una cosa. Una cosa que ni la magia podía hacer. Llorar.
Los Munfos tenían una forma de llamarse sin utilizar la magia.
La creó ella misma hacía siglos. Nunca se sabía cuando podría haber una amenaza.
Su cara se iluminó y buscó de nuevo al pobre muchacho que la había dado la luz, pero muy increíble que fuera, el joven yacía en el suelo. Minna observó su pecho y comprobó asustada que, había dejado de respirar.
La joven se llevó las manos a la boca sorprendida y empezó a llorar. Sus lágrimas empezaron a salir fuertes y rápidas. Una detrás de otra sin parar.

De repente entre los árboles, un sonido fuerte despertó a todos los Munfos, en especial al guardián de estos.
-¡Minna nos necesita! - corrió a prepararse y todos corrían de un lado a otro sin parar.
Con ayuda de todos los Munfos, el guardián fue transportado hasta la más profunda parte del castillo de Dissior, en Amcar.
-¿Minna? - buscó sin parar en cada de las mazmorras. Su vista se sorprendía cada vez que veía a un prisionero en un agujero con barrotes. El guardián era duro y valiente, pero todo aquello hizo que una sencilla lágrima brotara.
-¿Guardián? - la voz del Munfo sobresaltó a la joven, que aún seguía llorando por la muerte del joven hombre.
-¿Dónde estás? No te veo. - bajó aún más la voz, temiendo que alguien lo descubriera. Pero después de hablar, se le ocurrió una gran idea.
Junto sus manos hacia delante, y empezó a salir una luz amarilla brillante. Como una linterna que lo iluminaba todo.
-Veo una luz. - Minna estaba deseando de verlo por fin.
Aquel lugar era enorme, y oscuro. Cada paso que daba te sorprendía cada vez más. Era imposible no fijarse en todo.
El guardián también se empezaba poner nervioso, porque no tenían mucho tiempo.
Pero al fin, el Munfo encontró a Melfos.
-Aquí, justo en frente. - el guardián se giro desde donde provenía aquella voz y el guardián se quedó de piedra al ver que Minna no estaba en Munfo, sino en humana.
-¿Qué te ha ocurrido? - le preguntó muy emocionado y preocupado.
-Dissior nos ha quitado los poderes. A los tres. Melfos está enfermo, y Philips está durmiendo, pero creo que también lo está.
El guardián los vio un momento y habló:
-Os voy a sacar de aquí. - juntó de nuevo sus manos y lanzó un hechizo justo en los barrotes. Este rebotó y chocó contra una roca pegada en la pared.
-Es imposible guardián. Están hechizados. Lo sé. Solo necesito que les des alimento y algo que les ayude a recuperarse.
El guardián, decepcionado porque su conjuro no había resultado útil, frunció el ceño y se acercó a los agujeros de Melfos y Philips.

Al ser tan pequeño, pudo entrar entre los palos de metal. Posó su mano izquierda en el pecho de Melfos, que se encontraba tirado en el suelo y soltó un grito ahogado.
-¡¿Qué ocurre!? ¿Está bien? - se asustó y se llevó de nuevo las manos a la boca cuando el guardián gritó.
-Esta muerto.
Minna se derrumbó en el suelo aún despierta y fijó su mirada hasta un punto fijo, distante y sin rumbo a ningún lugar.
-Puedo hacer que despierte si traigo a más Munfos.
Un pequeño movimiento despertó a Minna y se levantó corriendo hasta sus barrotes llorando. No dijo nada, pero en su interior pedía que se cumpliera ese deseo.
Si no lo hacía, Marit podía deshacerse en el aire, se destruiría y no recuperaría lo que más la quería.
El guardián se incorporó, cerró los ojos y pronunció en su cabeza una serie de palabras.
Unos segundos más tarde, cientos de Munfos aparecieron de la nada. Contemplaron la escena y no pudieron evitar soltar alguna lágrima o un grito ahogado, otros se taparon la boca con sorpresa. No esperaban encontrar algo así.
-Unir vuestras manos, juntos y lo despertaremos. - todos cerraron los ojos al mismo tiempo y unieron sus manecillas. Unas luces salían de cada mano, uniéndose finalmente, en el centro del pecho de Melfos.
En ese instante, el pecho del anciano subió rápidamente hacia arriba, como si respirara con brusquedad.
El corazón de Minna latía muy deprisa desesperadamente. Y Philips aún dormía plácidamente. Le dolía demasiado la cabeza, y pensó en que si quizás dormía, puede que se le quitara un poco el dolor.

Como un destello, los ojos de Melfos se abrieron. Los Munfos aún seguían con los ojos cerrados mientras se concentraban, y Minna ahora lloraba de felicidad. Juntó sus manos dando gracias a su familia. Sin ellos...
El anciano comenzó a respirar levemente, confuso por lo que le estaba pasando. Posó sus ojos rápidamente en la escena; en aquellas diminutas personitas que formaban un enorme círculo a su alrededor.
-¿Que ha ocurrido? ¿Qué...? - se rascó la cabeza extrañado y el guardián se acercó hasta y él, y le dijo:
- Te hemos devuelto a la vida, amigo. Ahora estás vivo.
Melfos lo miró con incredulidad, paralizado por aquellas palabras. Las creía imposibles. Se incorporó con dificultad y se sentó en la silla que tenía en justo al lado.
-Ten. Comida y agua. - el guardián dejó de mirarlo y su mirada se posicionó en el suelo de piedra y, junto con sus manos, hizo aparecer una gran cantidad de comida y una jarra de madera con agua. Melfos quedó maravillado una vez más. - Esto te dará fuerzas para continuar. Ahora el pequeño muchacho.
Hizo una reverencia y se marchó de aquel agujero y entrando en otro.
Philips debió notar la presencia de los Munfos, porque se despertó.
-¡Hola amigos! Cuanto tiempo. - su cara se entristeció lentamente y bajó la cabeza triste.
-Hemos venido a ayudaros, pero he probado el hechizo y no ha surtido efecto. Os he traído alimento para reponer fuerzas. - el guardián hizo la misma operación y al instante aparecieron todo tipo de alimentos, de fruta, hasta pasteles. - Coge lo que quieras. Necesitas alimentarte bien.

Minna reposaba aliviada en su silla, mientras los miraba a todos. A pesar de que estaban encerrados, todos se encontraban bien. Los Munfos habían devuelto a la vida al anciano y eso valía demasiado.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora