CAPÍTULO XI: Pensamientos Ocultos.

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Phillips. El joven muchacho que intentaba huir de su vida. Y ahora aún más sabiendo la verdad. Su vida había cambiado en el mismo instante que ayudó a un pobre mendigo. Se estaba dando cuenta de los errores tan profundos que había cometido. Había matado. Lo había hecho. Y eso, era imperdonable. Jamás pensaba que iba a sentirse tan desgraciado. Todas esas cosas horribles, las cometió simplemente para que "su rey" se sintiera orgulloso.

Y ahora, mientras miraba a Marit y a su animalito, se daba cuenta cada vez más.

- Sigues pensando en ello, ¿verdad? - dijo Marit, interfiriendo en los pensamientos del chico. Su cara lo reflejaba todo. Era evidente. El zorro, observando sus ojos, se acercó a él para mostrarle su afecto. Al menos tenía un consuelo enorme. Philips, le acarició.
Dos niños. Un bosque. Ambos escondidos de sus vidas. Intentando experimentar. Con vidas distintas, pero algo les une. La magia y....

Hubo un instante, en el que sus miradas se juntaron para ser una sola. No hablaban, pero sus ojos, sí. Y mientras este acontecimiento ocurría, en la mano izquierda de Philips, comenzaba a salir unas lucecitas minúsculas y brillantes, cuando aún seguía acariciando al zorro.
Las pupilas de cada uno seguían dilatadas, pero la luz brillante interrumpió rápidamente. Los dos quedaron ensimismados cuando contemplando aquello.
- ¿Tú también sabes? - preguntó Marit sorprendida.
- No tengo ni idea... ¿Cómo...? - el zorro era el único al que no le sorprendía. Este empezó a cazar las motitas amarillas y a juguetear con ellas. Se alejó un poco, porque las luces le perseguían.
Los chicos rieron, asustados, mientras miraban con estusiasmo la mano de Philips.
- Yo también se hacerlo. Aprendí hace tiempo. Mira. De pronto, se levantó del suelo, e hizo que todas las hojas de otoño del suelo, volaran alrededor de ellos. Philips miró a todos lados, disfrutando de todo aquello. Era muy hermoso.

Las hojas volvieron a caer suavemente a la tierra, mientras el zorrito corría para atrapar las hojas secas.

-¡Marit! ¡Marit! - se oyó a lo lejos. - Chica, ¿dónde te habías metido?. - dijo por fin, junto a la niña.
-Te estábamos buscando por todas partes. - continuó otra voz más aguda que la anterior.
- Perdonad chicas, es que había visto algo y me entró la curiosidad. - fingió, intentado que no se notara demasiado. Por un pelo les pillan. Philips salió corriendo con el zorro en brazos, despidiéndose con la mirada, antes de que vinieran sus amigas. «Hasta pronto» pensaron los dos. Marit lo observaba alejarse. Esperaba que le fuera bien en aquel reino.

• • •

-¡Buscadlo! ¡No tiene que andar muy lejos! - le dijo a algunos de sus caballeros. Dissior no podía sostener la rabia que tenía dentro de él. «¿Dónde estará este niñato?» pensó.
Los hombres con sus armaduras colocadas, marcharon hacia el bosque con sus respectivos caballos. Pero justo antes de salir por la puerta de la sala del rey, un niño la abrió. Era Philips. De camino, pensó en una mentira. No podía confiar en su padre. Estaba asustado de lo que le pudiera ocurrir si no lo hacía bien.
Los oficiales, le dejaron paso hasta llegar al altar de Dissior.

- Mi rey. - hizo una reverencia con miedo.
-¿¡Dónde has estado!? ¿¡Has ido al pueblo!? ¡Te dije que no fueras! - chilló sin cesar. A Dissior le daría completamente igual si sus voces traspasaban el castillo. No podía permitirse que alguien hablara a Philips de su madre. Al chico no lo dejaba hablar. Pero Dissior, no se daba cuenta de que, su hijo ya lo sabía todo. Este, quería hablar. Deseaba hacerlo. Tenía que gritárselo a los cuatro vientos. Pero no lo hizo. Algo, en su corazón, lo detuvo. No era el momento.
El rey lo miró con desprecio; con asco. Nunca lo había apreciado. No le había querido nunca, y eso a Philips, le dolía.
- No quiero oírte decir ni una miserable palabra. Cinco latigazos te servirán lo suficiente para que aprendas la lección. - sentenció el rey.

-Sí. Mi rey. - derrotado, dejó caerse en el suelo de baldosas, con algunas lágrimas cayendo por sus ojos. Pero esas lágrimas eran mágicas. Simplemente traspasaron la piel. Con un hechizo que Philips jamás, olvidaría.
El nuevo general del ejército, levantó al niño del suelo, hasta llevarlo a aquella sala que siempre temía. Allí, castigaban a los que no respetaban las normas de Amcar. Cuando entraron, el pequeño no pudo sorprenderse más al ver toda esa gente abatida, tirada en el suelo. Cansados de tantos latigazos, de tantas palizas y sobre todo, de esos malvados hechizos del rey. La habitación era grande, y muy oscura. Se podían contar las velas en encendidas. Sólo habían tres.

Dissior se encontraba junto a una tabla de piedra horizontal, sostenida por otra más pequeña y en vertical.
-Ahora, pagarás por tus actos. Como todos. - declaró nuevamente el rey.
-Pad... Mi rey, déjame que te explique... Por favor - tenía que intentarlo, tenía que impedir que le hiciera ese castigo. Sólo era un niño. Él no se merecía nada de eso. Volvió a soltar unas lágrimas, pero estas no eran como las otras. Las que soltó al principio, hicieron que Philips no sintiera el dolor tan desagradable que le harían. Aunque él no supiera que no iban a dolerle.

-Por favor, mi... rey, ¡por favor! - suplicó una última vez. Fue la última vez que suplicaría en su vida. Ya no volvería a hacerlo.
Terminaron esos largos azotes. En el primero, se quedó muy sorprendido, dolía sólo un poco, pero era soportable. No tenía ni idea de por qué. Pero en los cuatro siguientes, fingió. Disimuló aquel dolor. Lloraba de mentira, pero sus gotas caían por otros motivos.
Dissior contemplaba la escena. ¿Cómo podría? Pero lo hizo. No tenía compasiones. Cuando salieron todos de ese infierno, Dissior ordenó a su hijo que se fuera a su habitación a reflexionar. Este obedeció pensativo.

Pasaron horas, hasta que el sol se escondió un día más y la luna salía temerosa. También tenía miedo de ser castigada. Permanecía quieta, como algunos. Philips se tumbó en su mullida cama e hizo caso de lo que su padre le dijo. Iba a reflexionar.
Fue un día lleno de sorpresas; descubrió que él podía hacer magia, había conocido por fin a la curiosa Marit, junto con su amigo el zorro, y había sido castigado por su propio padre, el rey.

Marit y Phillips salieron de sus distintas camas y se sentaron sobre el poyete de piedra de la ventana a observar a la hermosa luna, mientras ambos, pensaban el uno del otro.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora