CAPÍTULO XVIII: Tesoro Escondido.

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-No tengo ninguna escoba Clanmiana. - se chuleó el rey hacia su gran creación. Estaba claro que tras las miradas de aquel ser, demostraban que Canmia había muerto, la habían destruido; sustituido por algo que jamás se había visto en la vida.

La bruja lo miró con desprecio y con su mano alzada hacia su izquierda, atrajo con brujería una escoba estropeada y sucia. Pero cuando la tuvo sujetada, el palo cambió completamente. La escoba ya no era de color madera. Ahora era negra; oscura, como Clanmiana. Se levantó de aquella tabla de hierro y se miró de arriba a abajo.
-¿Me teníais así vestida? Que ropa más horrenda. - con sus uñas puntiagudas, - otro detalle que se vio y le gustó, aparte de su nariz y su color de piel verdoso - señaló su vestimenta e hizo girar su dedo, haciendo un nuevo hechizo. El general seguía pasmado al ver aquello. El rey miraba con atención como se desarrollaban los acontecimientos, y Philips observaba por una rendija de la puerta, lo que sus ojos no daban crédito. Se tapó la boca alucinando.
De repente, la ropa de Clanmiana cambió a un vestido que llegaba por debajo de las rodillas, de color azul oscuro. Unas botas con un pequeño tacón puntiagudo pequeño, y un sombrero la mar de curioso. Era grande, afilado y negro.
-¿Ves? Esto me gusta más? - le dijo a Dissior muy satisfecha.
-Era la ropa de Canmia. Ahora, eres tú la que está aquí, con nosotros. - le explicó el rey. El jefe del ejército contemplaba la escena mientras escuchaba la conversación. Cuando vio el nuevo atuendo de la bruja un repelús se retorció en su cuerpo; como si emepezara a tenerle miedo. Se hizo el valiente y mantuvo la compostura, rígido y serio.
Cuando Philips miró aquella magia oscura, - quizás más fuerte que la de Dissior, pensó - viendo como se transformaba de ropa un sonido salió por su boca y al instante se la volvió a tapar. Pero fue lo suficientemente alto como para que Clanmiana girara la cabeza rápidamente hacia la puerta. Ni Dissior ni el general - que se encontraba más cerca de la puerta - habían oído nada. La bruja se montó en su escoba y esta subió levitando hasta volar.
El niño sintió que iba a salir por su interrumpido ruido, y se escondió en una de las puertas que había en el pasillo. Entró en la primera que vio, con la esperanza de que no lo encontraran.
Efectivamente, Clanmiana salió por la puerta, dando un empujón al jefe de la caballería, en busca de aquel ruidito que se había colado en la cabeza de la bruja.
-He oído algo. Un ruido muy agudo. - investigó en cada rincón del pasillo. Los dos hombres iban detrás de ella.
-Habrá sido tu imaginación. Aquí nunca baja nadie. Además estas recién creada y puedes tener alucinaciones. - concluyó Dissior. Esta le miró con enfado y continuó volando hasta llegar a lo más alto de aquel sitio tan siniestro. El rey y el general si tenían que subir los cientos de peldaños.
-Uff, menos mal. - Philips jamás se había sentido más aliviado como en ese momento. Ya tranquilo y apoyado en la puerta, una luz encendió aquella estancia en donde se encontraba.
-Un momento. - la voz del niño retumbaba; como si fuera eco. Cuando se dio la vuelta, sus ojos se abrieron más de lo esperado. Eran tumbas. En aquel túnel infinito había tumbas. Personas más lejanas que Philips estaban enterradas en las profundidades del castillo. «¿Quién más lo sabrá?» pensó. Sabía que su padre si era consciente de aquello, pero ¿sólo ellos dos? El camino no tenía fin, o al menos el niño no lo veía.
¿Y si quizás...? No, no podía ser. A Philips se le vino una cosa a la cabeza
Quizás tendría razón, o puede que se estuviera equivocando. Era cuestión de buscar. Hallar a su madre. A la que no reconocía. A la que nunca había visto. Al menos conocía su nombre.
Empezó a buscar con tranquilidad, porque sabía perfectamente que Dissior no iba a estar en su busca.
-Ambius, Emiot, Crusar,... - aquellos eran personas importantes, por eso se encontraban allí. El pequeño no lo sabía. Eran personas que dirigían los pueblos anteriores al suyo. - Zamill,... - tenía la sensación de que encontraba familiar aquel nombre. Pero siguió buscando.
Hasta que... en una de las tantas tumbas que habían, se escribía "Eleonor". Él sabía su nombre - al menos Dissior le contó como se llamaba su madre - Philips se emocionó y comenzó a llorar en silencio, sin hacer ruido. - aunque nadie podía oírle desde ahí - Acarició la dura tabla de piedra, como si pudiera acariciarla a ella.
-Te echo de menos, mamá. - se agachó junto a la figura rectangular de roca y lloró durante horas.
Se despidió de ella con un beso al aire, y prometió ir a verla a menudo. Ahora su próxima misión era salir de allí sin que nadie le viera, hasta llegar a su habitación. Tenía que subir la insufribles escaleras sin hacer el más mínimo ruido.
Al cabo de minutos interminables, Philips lo consiguió. Pudo subir aquella espiral de incertidumbre. Cuando llegó a lo más alto, miró de un lado a otro comprobando que no venía nadie.
«Seguramente estarán los tres reunidos en la sala de padre» pensó intentando aliviarse. Cruzó el pasillo que conducía a otro pasillo a la izquierda para llegar a su habitación. Iba de puntillas, pero rápido. Como le pillarán sería el fin. Justo en la puerta de su alcoba pudo respirar con alivio. Se había librado. Giró el pomo de la puerta y cuando abrió se encontró a la última persona que el joven quería ver. A Clanmiana.
-¿De dónde vienes pequeñajo? - miró con desprecio, interrogando al muchacho.
-Ve... venía de... de co-comer. - el pobre Philips intentaba que no se le notara el nerviosismo pero fue inútil, porque empezó a temblar.
La bruja se acercó a él hasta quedar unos veinte centímetros y le observó detenidamente.
-Enséñame las manos y dime que traes. -¡No! Le iba a pillar. La bruja le había descubierto.
Philips tenía los brazos hacia atrás, escondidos. Pero su magia volvió a actuar de nuevo, apareciendo unos deliciosos bollos de pan en sus manitas. El niño tentó el alimento y quedó impresionado, pero lo disimuló muy bien. Las volvió hacia delante y miró a la bruja con alegría. Esta, hecha una furia, salió de la habitación volando con su escoba.
El niño se sentó en la alfombra del suelo, y se zampó aquellos riquísimos bollos.
Justo cuando acabó de comer, un hada se presentó en su habitación, dando un buen susto a su amigo.
Era Minna.

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