CAPÍTULO XLIX: Cuervos Negros.

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Philips, Luzmor y Minna habían encontrado una pequeña granja abandonada en uno de sus interminables caminos.
Ya era de noche, las luciérnagas iluminaban los pequeños prados verdes. Los pinos alzados rígidos y fuertes y la luna llena blanca que hacia que todo estuviese con más paz.

Pero al joven Luzmor no le dejaba de inquietar su situación. Quería salvar a Marit. Necesitaba abrazarla.
Se despertó enfadado y golpeó con todo lo que había delante de él.
Aquellos ruidos alertaron a Philips. Este ya no podía dormir. Se había olvidado de conciliar el sueño tras las duras pérdidas y crueldades que le habían ocurrido.

-¿Te pasa algo con la columna? - preguntó mientras sujetaba su arma de la cintura. Al ver a su amigo se tranquilizó. Bajó la guardia y se acercó a él.
Luzmor seguía pegando patadas a unos de los palos de madera que sujetaban el tejado de la granja.
-¡Sí! ¡Estoy harto de esto! - le miró a la cara y lo soltó.
-¿No quieres seguir? - Philips empezaba a mosquearse.
-Si que quiero seguir. Estoy harto de seguir escondiéndonos. Quiero luchar. Quiero entrar en ese castillo y acabar con ese... - cerró la boca, intentando respetar por una parte al padre de Philips. Cerró los ojos y salió de la granja para que le diese un poco el aire fresco. El otro muchacho le acompaño detrás, intentando buscar las palabras adecuadas para calmarle.

-Escúchame Luzmor. - le tocó el hombro y este le miró con tristeza. - Encontraremos a Marit. Te lo prometo. Solo necesito que esperes. Tengo que encontrar la fuerza suficiente para terminar con esto. - ahora era Philips el que miraba en el cielo, a las estrellas. - Ella está ahí arriba. Está a salvo. Ella misma nos lo dijo.

-Eso tú no lo sabes. - tragó con dificultad temiéndose cualquier cosa.
-Has pasado por mucho Luzmor. Has venido con nosotros sin conocer apenas a mi hermana. Has luchado y te has quedado. Tengo mucho que agradecerte.
-Haría cualquier cosa por ella. Desde que la vi, algo había cambiado dentro de mí. Desde que se la llevaron no consigo estar bien.

Y sin decir nada, Philips lo abrazó. Sabía que Luzmor lo necesitaba, pero en el fondo, ambos lo anhelaban.

Por la mañana, antes de que salieran los primeros rayos de sol, los tres amigos recogían sus cosas y montaban en sus caballos para terminar con todo.
-Pase lo que pase estaremos juntos. - aclaró Minna.
Estaba preocupada. Ella se había enterado unas horas antes de que volverían al castillo para acabar con Dissior.
Su mirada reflejaba inseguridad y temor, pero al estar al lado de ellos, esos sentimientos menguaban, dejando paso a otros más fuertes.

• • •

En el castillo del cielo, las nubes negras empezaban a asomar el horizonte, mientras las blancas huían dejando atrás aquel siniestro reino.
Los cuervos rodeaban el castillo, pues olían algo más que una guerra. Los caballeros cerraron las ventanas con rejas que antes no existían.
Se prepararon calababozos y armas.
El ejército de Dissior se hallaba dentro de la puerta principal esperando cualquier amenaza.
Mientras tanto, dentro el rey preparaba su arma secreta. Sus veinte mujeres.
Todas desprendían ese fuego negro que ardía en sus ojos. Ese poder se podía ver a una distancia bastante lejana.
La tensión y el poder alertaron al rey. El mismo presentía que se acercaban. No supo cómo, pero se preparó.
Cuando ya estaba todo preparado, Dissior salió de la sala del trono donde esperaban su queridísimo plan. Quería comprobar que todo estaba en perfecto estado.
Pero justo antes de salir por la puerta, una figura oscura se hallaba de pie al fondo del pasillo de la izquierda.
-¿Quién eres tú? - le gritó a voces, pensando que era un intruso.
Él no tenía miedo, así que se fue acercando, y conforme lo iba haciendo, se dio cuenta de que era una joven. Pero no tenía rostro, ni ropa.
Solo pudo ver que tenía medio cuerpo desvaneciéndose en el aire como si fuera polvo o ceniza.
Si corazón latio más rápido y aquella silueta femenina abrió los ojos.
-¿Clanmiana? - dijo entrecerrando los ojos.
Tras pronunciar su nombre, aquella figura corrió hacia Dissior. Este retrocedía con rapidez, pero ella era más rápida. Hasta que le traspasó el cuerpo de este, y se esfumó dejando unas motitas en el aire que poco después desaparecieron.
Estaba claro que esa sombra le persiguiera para siempre. El fantasma de aquella joven que conoció en la batalla hace años, vagaría en el castillo, rondando entre las paredes y atemorizando a todo aquel que le rompió el corazón.

Pasaron horas y el suceso que le ocurrió a Dissior lo dejó estar. Ahora eso no le importaba. Sabía que aquella muchacha no dejaría de molestar ni aunque hubiera muerto.
Él esperó sentado en su trono impaciente. Con sus chicas alrededor.
-Preparaos. - y las veinte se pusieron rígidas al instante.

Philips y los demás llegaron a Amcar. El lugar estaba vacío. A esas alturas ya no quedaba nadie. El lugar parecía el pueblo más triste del mundo. Como si nadie hubiera vivido ahí. Philips se estremeció un poco, pero se recompuso enseguida.
-Poneros detrás mía. - Luzmor y Minna hicieron lo que se le pidió y ambos tocaron el hombro de Philips.
-Tengo miedo.
-Minna, estaremos a tu lado. Siempre juntos. - le tranquilizó Luzmor.

Philips cogió su espada y la puso a la altura de su cabeza. Un brillo descomunal empezó a salir de ella, abriendo una barrera azul. Unos segundos más tarde, habían desaparecido.
Aparecieron en la misma puerta por la que el muchacho huyó aquel día con su espada.
La puerta, era un agujero gigantesco que dejaba entrar a los pájaros. Había que subir unas pequeñas y extensas escaleras que daban a la entraba.
Unos cuervos se acercaron a ellos y Minna se asustó. Eso significaba algo malo, estaba segura.
Nadie dijo una palabra. Cada uno pensaba una cosa distinta, pero se mantenían unidos. Sus manos dolían de tanto apretar con fuerza el arma que tenían escondida.

• • •

-¡Vamos Kristan! No podemos perder esta oportunidad. - Las piernas de Marit temblaban. No iban a desperdiciar más el tiempo. ¿Por qué no ir ahora?
-Querida, se dónde están. - dijo Kristan, uno de los reyes que gobernaban el espacio mientras se acercaba a ella. Se estaba ajustando su armadura, pues él también iba a formar parte de aquella lucha. - Están con Dissior.
Marit tuvo que sostenerse en una de las paredes de piedra.
Ella intuía que estarían con él. Pero no quería escuchar aquellas palabras. Ella quería encontrarse con su familia en cualquier parte.
Pero no con él.
¿Que estarán haciendo? ¿Se encontrarán bien?
Kristan la sujeto de los brazos con suavidad y la ayudo a tranquilizarse.
-Vamos. No te preocupes. Estarán bien. - él también tenía miedo pero eso no iba a dejar que se fueran débiles.

Marit iba vestida como una auténtica guerrera. Llevaba el pelo recogido en una cola y un conjunto de ropa cómodo de pantalones y una blusa verde con unas botas negras.
Detrás, a su espalda llevaba un saco fino donde guardaba unas fechas y un arco enorme.
Pero su verdadera arma se encontraba dentro de ella. La verdadera magia.
-¿Dónde están? - preguntó Marit impaciente.
-Abajo. - le dijo Kristan señalando hacia el suelo.

• • •
Los cuervos negros rodeaban las torres del castillo que flotaban en unas vaporosas nubes grisáceas.
Dissior se encontraban ya en el umbral con su arma, justo detrás del ejército.
Este estaba esparcido por todas partes para que les fuera más difícil a los visitantes.

Minna, Luzmor y Philips entraron sin más, dando unos escasos pasos, cuando vieron a cientos de hombres rígidos como una espada.
Ellos se detuvieron un momento, se miraron y continuaron.
-¡Atacad! - gritó a pleno pulmón el rey.
Los primeros hombres salieron corriendo hacia Philips y los demás. Este sacó su espada y la empuñó hacia los caballeros mientras corría.
Una onda azul lanzó por los aires a todos ellos.
Dissior lo vio todo y volvió a gritar, cada vez más enfurecido.
Los siguientes fueron desaparecidos por un hechizo que sacó del bolsillo de Luzmor.
Harto de todo eso, Dissior hizo que todo su ejército se dirigiera a ellos.
Y el momento de Minna llegó, pero una brisa de frío los detuvo a todos.
Algunos empezaban a temblar. Minna se detuvo en seco, Philips miraba hacia todos lados y Dissior ya estaba cansado.
-¡¿Qué demonios hacéis!? ¡Detendlos! - sus ojos estaban al rojo vivo. Las venas de su cuello latían con desesperación. - Atacad vosotras. - sentenció a su arma viendo que su ejército temblaba de frío por todos lados del castillo. Algunos se retocían en el suelo, otros ya habían muerto.
Pero lo más curioso es que los tres visitantes no sentían nada de frío. Ni ellos ni el rey.

Y justo en medio de la batalla, un humo blanco como la nieve apareció sin más.
En cuestión de unos segundos, Kristan y Marit se mostraron antes todos los presentes.

La impresión y la emoción, las miradas y la rabia, pero el amor y la euforia, podían verse reflejado en las caras y los ojos de todos.
-¡¡MARIT!!

Esta desvío la mirada hacia su nombre. Su hermano. Al que tanto tiempo había echado de menos. Al que tanto había añorado, se encontraba a unos pasos de los abrazos, de los besos.
-Philips. - sus ojos brillaban como el sol recién salido de entre las montañas. Pero Kristan los interrumpió porque Dissior ya estaba ordenando a aquellas siluetas negras que atacaran sin piedad.

-A POR ELLOS.


Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora