CAPÍTULO XIV: El Segundo Amor.

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Unos nuevos tiempos se avecinaban. Eran momentos difíciles. Situaciones complicadas. Sobre todo para Melfos. Sentía como si todo su mundo se le cayera encima. Por un lado. Dissior sabía donde estaba, y por lo tanto, iría a por él. Cosa que Melfos no entendía. Por otro lado, Marit podría tener una familia, aunque no fuera del todo seguro. El anciano se pasaba las horas caminando. Daba igual a donde, pero lo hacía. Estaba nervioso y su paciencia se agotaba. Necesitaba respuestas. Y no podía contárselo a nadie. Era alto secreto. ¿Cómo puede escapar de Dissior? Esa pregunta le torturaba. Se había pasado los meses huyendo de él, ocultándose en un pueblecito durante años, y ahora le había encontrado, pero ¿por qué? Siempre tenía eso en su cabeza. Era lo único que rondaba en su mente. Mientras Marit, se pasaba el día jugando con sus amigos, un poco desanimada, ya que no podía ver a Philips y que además, no sabía nada de él. También ayudaba en las tareas del hogar y en el pueblo. Todos la querían, y todos la comparaban con esa muchacha a la que tanto se parecía. Nadie le decía nada sobre eso, pero Melfos si que notaba como hablaban a sus espaldas. Ya lo hacían desde que llegaron la primera vez, pero este, se había enterado ahora.

Mientras tanto en el palacio gobernado por Dissior, seguía sembrando ese miedo y temor a lo que quedaba de sus habitantes. El rey continuaba utilizando sus poderes para aniquilar a todo aquel que se interpusiera en su camino. Se sentía agusto y en armonía. Tenía su felicidad completa. Pero si hablamos del amor, no sería completa del todo. Estaba claro que él quería una mujer malvada dispuesta a hacer todo lo que Dissior le ordenara. Pero sus intenciones siempre eran malas. Nunca quería hacer un bien a alguien. Philips nunca salía de su alcoba. Sólo lo hacía cuando tocaba comer. Luego volvía a su cama y a su almohada. Al menos alguien le escuchaba. Sus lágrimas nunca cesaron. Era inevitable pensar en lo que ocurrió aquel día, hace nueve meses. Aún recordaba cómo veía a su padre ocultado en un árbol observándolo a él y a Marit, viendo también el pueblo donde vivía ella. Pero sobre todo, la trágica muerte de el zorro. Fue espantoso. Ese animal no tenía la culpa de nada. A veces, en el pasillo de palacio, donde se encontraban casi todas las habitaciones menos la del rey, - el estaba en la planta de arriba, quería hasta el máximo poder - se oían los gritos desesperados de Philips. Lo hacía para desahogarse, sabiendo que su padre no lo iba a oír.

Al décimo mes, se empezaron a escuchar por el pueblo, unas noticias muy perturbadoras, que un reino diminuto quería arrasar a Dissior. Este misterioso ejército no era consciente de que Amcar poseía un poder especial y oculto entre los muros del castillo. Un día andando por esas sucias calles de Amcar, Dissior se percató de aquellos comentarios. Se acercó a esa voz que tanto hablaba y le dijo:
-¿De qué reino estás hablando? - amenazó al podre hombre tirado en el suelo. Este se asustó, mientras el rey le apuntaba con su cetro.
-Mi rey, no sé cómo se llama ese reino, pero lo que si sé... Es que vienen a por vos, mi señor - le respondió con la cabeza baja y con miedo.
-Yo no quería esa respuesta. - de repente, Dissior lanzó un hechizo negro y entró en el pecho del mendigo. Cuando se dio media vuelta, dejándolo atrás, se empezaron a oír gritos y llantos. Era despiadado. Desde lejos, en unos de los grandes ventanales de palacio, en una habitación, un niño observaba con atención aquella horrible escena. Una lágrima brotó sin más de sus ojos y descendió cuidadosamente hasta desvanecerse en la alfombra.
-General, prepara a mi ejército de caballería y arqueros. Vamos a hacerle una visita a ese reino que tanto se está hablando. - ordenó Dissior al capitán mientras caminaban.
-Por supuesto, mi rey. - hizo una reverencia y se marchó hacia los entrenamientos.
¿Quién era ese reino tan hablado?

Dissior se dirigió hasta la habitación de Philips. Era el rey, por lo tanto, no tenía por qué llamar a la puerta. Así que entró y comenzó a mirar con atención a su hijo. Este hizo lo mismo. Pasarían minutos mirándose, hasta que uno habló:
-Voy a luchar. - Dissior alzó la cabeza en señal de posesión y de orgullo.
-¿Que ha hecho ese reino? - preguntó Philips.
-No tiene que hacer nada. Simplemente va a ser mío. Y tendré más hombres. Gobernaré otros castillos y ganaré poder. - sentenció con esas palabras. - Y tú te quedarás aquí para verlo.
Philips bajó la cabeza. Siempre ganaba su padre. En todas sus conversaciones vencía.
-Buena suerte, mi rey. - el niño lo dijo desanimado, como si esas palabras se hubiesen desvanecido tras pronunciarlas.
-¿Crees que no sé lo que intentas? ¿Crees que no me he dado cuenta? - Philips se inquietó cuando su padre dijo aquello. - Sé qué en cuanto me vaya a combatir vas a ir al bosque, y verás a esa niña. - le había descubierto. En realidad, Philips quería irse, sí. Quería ver a su amiga. Pero ya no podía. - ¡Te quedarás aquí hasta que yo venga! ¿Queda claro?
-Sí, mi rey. - respondió casi llorando.
Dissior no se despidió, ni le miró, ni le dijo absolutamente nada. Se dio media vuelta y cerró con un portazo. Pero antes de irse, con su cetro, apuntó hacia la cerradura y empezaron a salir una especie de cuerdas negras y finas por toda la manivela. Había encerrado a Philips. Pero este aún no se había dado cuenta.
Salió de palacio tranquilo después de lo que, había hecho. Al cabo de los minutos, todos estaban montados, listos para la guerra. Dissior levantó su palo mágico y pronunció unas extrañas palabras. Después de eso, un conjuro salió de la bola verde del cetro y se expandió por todos sus hombres. Todos se extrañaron.
-¡¡Ahora sois más fuertes que antes. Ahora venceremos!! - gritó el rey a todos ellos. Comenzaron a gritar de ilusión por ganar. Ya no iban a morir. Definitivamente, vencerían.
Mientras estos se dirigían hasta ese curioso reino, este estaba de camino hasta Amcar. Ambos se cruzarían.

Philips estaba muy preocupado. No sabía que hacer, ahora que ya había descubierto que Dissior le había encerrado. Tenía tanta rabia por dentro, que no pudo contener esas lágrimas que empezaron a caer. Pero estas ya no eran unas cuál quiera. Eran mágicas. El pobre apoyó su cabeza a la puerta, harto de ser manejado por alguien que ni siquiera le quiere. Esas gotas mágicas cayeron en el pomo de la puerta metálica, y deshizo el conjuro maldito. Él no era consciente de que tenía el poder de sus lamentos mágicos. Cada vez que sus sentimientos eran más fuertes que cualquier otra cosa, extrañas cosas salían del pequeño niño.
Hizo un último intento, imaginando ya su derrota, pero su mano cayó más de la cuenta, abriéndola.
La cara de asombro de Philips era auténtica, y una sonrisa se dibujo en su cara. Salió corriendo, tanto como pudo, pero lo suficiente lento como para que ningún guardia le viera. Consiguió salir con mucho éxito, pues ya lo había hecho otras veces.
La gente le miraba con curiosidad preguntándose a dónde iría corriendo. A Philips eso no le importaba. Sólo quería ver a Marit. Solo eso. Se tuvo que adentrar en muchos bosques, siempre lo hacía, pero nunca tan rápido.
Cuando por fin llegó al final del último bosque, se detuvo a respirar profundamente. Estaba agotado y muy cansado. Marit se encontraba jugando con sus amigos en la calle principal, justo enfrente del portal mágico.
-¡Marit!¡Marit! - gritó, intentado que Marit captara su atención. Esta se volvió de lo que estaba haciendo y vio que efectivamente, Philips estaba llamándola. Siempre, desde aquel horrible día, lo había estado esperando. Corrió sin pensar en sus amigos, hasta llegar a la entradilla del pueblo.
-¡Phillips! Ohh como me alegro de verte. - ambos se abrazaron con mucho amor. - Pero, ¿que haces aquí? ¿Y tu padre? ¿Sabe que tú...? - Phillips agachaba la cabeza cada vez que la presencia de Dissior estaba en el aire.
-¿Que te ocurre Philips? - preguntó la pobre Marit un poco preocupada.
-Él... Ha ido a luchar contra un reino. Y me encerró en mi alcoba, pero pude escapar gracias a mis poderes mágicos. Quería verte... Para decirte que.... El zorrito... A muerto. - en esos momentos, Philips sintió una pena enorme y sus lágrimas volvieron a salir. Marit se quedó boquiabierta tras escuchar aquella noticia y ambos lloraron. La pena fue tan, tan grande, que los lamentos de los dos hicieron un nuevo hechizo. Esta vez fue el más maravilloso que jamás hayan visto. Esas gotas mágicas se transformaron en una pequeña criatura de zorro. Philips y Marit fueron los más felices del mundo cuando vieron que de sus poderes nació un animalito. Los tres juntos, hacían que el mundo fuese hermoso, que el bosque estuviese verde y que esas risas que se oían valiesen más que cualquier cosa.

En otros lugares completamente distintos, Dissior ya estaba luchando por ganar nuevas armas y caballeros, y un hermoso castillo.
Este contemplaba aquella escena: todo su ejército matando a su enemigo. El ejército del rey lanzaba flechas y bolas de fuego. Dissior ansiaba lanzar su hechizo y derrotarlos de una vez. El reino de Ertioy, el contrario, estaba venciendo a Amcar. Este rey se enfadó, bajó de su majestuoso y oscuro caballo y con su cetro apuntando hacia el reino Ertioy, lanzó ese conjuro maligno tan poderoso. Finalmente Amcar ganó. Dissior se sintió orgulloso de sus hechos y los generales de su ejército comprobaron que no quedaba nadie con vida de Ertioy. Cuando ya iban a dar media vuelta con sus caballos, uno de los generales oyó una voz. Una voz distinta a lo habitual.
-Mi rey. - inclinó la cabeza y continuó - He oído algo. Creo que aún quedan hombres. - le advirtió.
-Iré yo general - finalizó Dissior. Este, con su caballo, cabalgó hasta esa voz tan misteriosa. Costaba seguirla porque se oía demasiado lejos.
Al fin consiguió lo que buscaba. Pero... Esa voz no era la de un hombre moribundo. No. Sino la de una muchacha. Esta estaba vestida con su armadura como un caballero. «¿había estado en la guerra?» pensó el rey de Amcar.
-Ayúde-me, por fa-vor - tartamudeó la mujer. Estaba herida, pero era del otro bando, no podía ayudarla, debía matarla. Dissior no cabía del asombro, pero algo hizo que su cetro no se moviera de donde estaba. La belleza que atraía aquella mujer, enloqueció al rey.
Unos minutos después, los dos cabalgaban hasta Amcar.
Pero Phillips aún estaba con Marit.

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