CAPÍTULO XXVIII: ¿Qué Es Una Estrella, Abuela?

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Canción Snow White (From "Blancanieves y la leyenda del cazador")

Pasaron semanas desde que Dissior encerró para siempre al anciano, a su hijo y a una munfita que se había convertido en una joven muchacha.

Esta estaba desesperada. Su cabeza le daba vueltas sin parar y, sin sus poderes, jamás saldría de ahí, o eso pensó ella.
El guardián iba todos los días a visitarlos. Le traía comida suficiente y agua. Melfos se encontraba bastante mejor y su ánimo subió un poco. Pero apenas hablaba.
Philips seguía siendo un niño, pero era listo. Intentaba hablar con Melfos de cualquier cosa. A veces, jugaba con las pocas piedras que tenía en su mazmorra y se imaginaba que, le venía a rescatar, a él y a sus amigos.
Estaba claro que ninguno dejaba a un lado todo lo ocurrido. Era imposible olvidar que, por muy doloroso que fuera, Marit ahora era otra.
Nadie tenía idea de que, Marit aún seguía dentro de sí misma. De que si Melfos utilizaba su magia, Marit despertaría un instante.

Una noche sin saber qué hacer, Marit sin ser consciente de lo qué hacía, bajó a las mazmorras. Sola. Sin nadie.
No sabía lo que hacía, pero algo en su interior la empujaba a hacerlo. La Marit de dentro, la arrastraba a su necesidad.
Sus ojos mostraban tristeza, ahogo y oscuridad. Apenas comía y a pesar de todo, se sentía muy sola.
Salió de su habitación insegura y miró de un estremo del pasillo a otro. No había nadie. Ni rastro de Clanmiana o de Dissior.
Pero la Marit oscura de repente retrocedió. Aún así, su interior seguía empujando con fuerza. Y volvió a salir. Esta vez no volvería a la habitación hasta ver una cosa.
Cruzó varios pasillos. Yo se sabía el camino pero algo la guiaba hasta donde iba. Apenas veía. La noche calaba entre los cristales de todo el castillo y acechaba por todas partes. A Marit le encantaba mirar la luna y las estrellas, era su momento favorito del día, poder contemplarlas con intensidad.
Cuando acabó de atravesar tres pasillos, vio una puerta al fondo del cuarto. Una puerta de madera desgastada y cerrada con llave. Volvió a lanzar a la Marit oscura y siguieron caminando.
Marit podía ser tan poderosa, que aún seguía viva en su propio interior, todavía oía cosas y sentía, pero estaba débil.
Por fin llegaron a su destino, pero la puerta contenía un candado de hierro muy grande. Necesitaba la llave, pero no tenía tiempo suficiente como para buscarla así que, con todas sus fuerzas desde el interior, lanzó un conjuro azul y cegador, que hizo abrirla. Cogió el picaporte y la abrió de par en par. Una oscuridad inmensa asomaba desde el fondo, si es que lo había. Lo que sí se podía ver eran unas infinitas escaleras que se iban borrando por la densa negrura.
Volvió a empujar y ambas comenzaron a descender despacio. Por como bajaban, parecía que las escaleras iban en forma de espiral. Como un caracol gigante que daba vueltas.
T

ardó unos minutos en bajar al final de la inmensa escalera.
Otra nueva oscuridad la atravesó y un frío aterrador se colaba por sus entrañas. Puede que hubiera algún agujero y entrara por ahí.
Caminaron despacio y con suavidad. Mirando a todas y cada una de... las mazmorras. Sí. Marit bajó a lo más profundo del castillo para ver a unos prisioneros en especial.
Pasó un buen rato cuando al fin halló lo que, parte de su corazón buscaba con ansias. Aquel lugar es aterrador, pensó en su interior.
Minna levantó la cabeza en cuánto notó que algo se había movido. Sus ojos al instante, saltaron de alegría y sus lágrimas salieron sin avisar. Se tapó la boca y se arrodilló tirada en el suelo duro.
-Ma-marit. - sus palabras costaban salir de tal asombro. Sus fuerzas menguaron de la sorpresa y su cuerpo enteró empezó a temblar.
La niña no la miró, pues se dispuso a buscar a Melfos. Era su objetivo y tenía que reponer fuerzas para él.
Philips hizo lo mismo cuando la vio. Se levantó se inmediato y se plantó justo en los barrotes, viéndola todo lo el tiempo que podía hacerlo. Tenía que verla, decirle muchas cosas. Pero lo que más quería era abrazarla con fuerza. La echaba de menos. Recordó entonces aquel día de sus cumpleaños. No pudieron estar juntos, pero gracias a Minna cumplió su deseo de estar con ella. La quería. Y mucho.
-Marit. ¿Qué...? - sacó una mano del agujero y deseó que ella le diese la mano. Pero no lo hizo.
Si cambió una cosa. Marit le estaba mirando fijamente. La niña buena que había en el interior de su cuerpo lloraba sin parar, pero no podía malgastar sus pocas fuerzas. Tenía que concentrarse.
Melfos oyó varias voces, pero no le dio importancia a eso, sino a lo que decían: "Marit"
«No. No puede ser. Jamás la veré, la acariciaré. Estarán soñando, como...»
Por una vez, su sueño se hizo realidad. Un movimiento que provenía de afuera de su agujero lo despertó de sus sentimientos.
-¿Ma-marit? Marit. ¿Tú? No. - efectivamente pensó que estaba soñando. Se acercó muy lentamente hacia ella, separados por los palos de hierro, la observó. Miró cada rincón de su cara. Su cara, sus ojos color esmeraldas, su sonrisa - que ahora estaba seria - su pelo pelirrojo, sus mofletes redondos y suaves.
Melfos se tapó la cara entera con sus manos. No se lo creía.
¿Y si era una trampa?, pensó.
Minna y Phillips miraban con atención, aún aturdidos por la visita.
La Marit de dentro, sacó toda la fuerza. Toda la empleó en alzar su brazo hasta la altura de su pecho y la extendió con cuidado entre los barrotes. Melfos se destapó y la miró.
-¿Qué...? - solo podía ver su mano. Ver que quería rozar su piel y sentirla, le partió el corazón.
El hizo la misma operación y cuando sus manos al fin se tocaron, el anciano, emocionado, rompió a llorar. Sus lamentos dolían a la Marit que también lloraba a la misma vez que él.
Ambos disfrutaron de ese momento único que nunca olvidaría Melfos. El dolor era tan grande que, Minna y Philips lloraron también. Aquel silencio tenía que ser eterno, el poder disfrutar de aquello.
Melfos se contuvo, pero la curiosidad le podía más:
-Mi criatura... - tragó con dificultad al pensar que si hablaba lo empeoraría todo. Marit no se movió. Aún seguían acariciándose las manos. Pero volvió a apretar con fuerza y lo soltó.
-Papá.
Fue lo único que dijo, pero bastó para Melfos. Todo desapareció. Sólo existía el anciano y ella. El mundo para Melfos aún volvía a florecer y a iluminarlo todo.
Sus lágrimas seguían saliendo sin parar.
Minna y Phillips ya llevaban minutos con las bocas tapadas por el asombro.
Un espantoso ruido los despertó a todos de aquel milagro.
De repente Marit se quedó sin fuerzas y la oscura niña que había afuera, le soltó de la mano al anciano con fuerza y se apartó rápido.
Melfos se quedó sorprendido al igual que los otros.
-¡¿Quién hay ahí!? - esa voz les era familiar a todos.
Marit se posicionó delante de las escaleras y un fuerte viento hizo volar su pelo. Era Clanmiana.
-Tú. Niña. ¿Qué haces aquí? - la observó con curiosidad al ver qué seguía teniendo esa oscuridad en los ojos. Marit no habló, pero se limitó a mirar.
-Sube a tu habitación y no vuelvas a salir.
La pequeña cumplió las órdenes y empezó a subir esa espiral eterna.
Cuando llegó a su habitación, caminó hasta su ventana y se mantuvo quieta mirando la luna y las estrellas durante horas. Simplemente las observaba.

En Palem, otra noche más Luzmor no podía más. Desde que los Munfos entraron a su vida, no podía pegar ojo. Su inquietud por saber más y más, le vencía. Se apoyaba en su baúl que estaba justo debajo de la ventana y miraba el cielo, repleto de puntos blancos y brillantes, que deslumbraban desde el espacio. La luna, que ese día estaba llena, Luzmor se hizo una pregunta que le había atormentado durante años.
No quería que le contaran una mentira, pero quería saber la respuesta a sus preguntas.
Por ello, al día siguiente se atrevió a formular la gran pregunta.
-Buenos días abuelita. - se acercó a ella y la besó en su mejilla arrugada por los años.
-Bueños días mi pequeño. - su sonrisa se extendió hasta el límite. Ambos se sentaron en la mesa donde ya posaba el desayuno y mantuvieron el silencio extraño que nunca se pronunciaba.
-¿Te pasa algo hoy cielo? - Luzmor la miró con pena, temiendo que al decir su cuestión, también le engañara, como muchos le habían hecho.
-Abuelita, - esta lo miró frunciendo el ceño, preocupada. - no quiero que me engañes.
-¿Por qué iba a hacerlo? ¿Qué quieres saber? - su sonrisa empezó a alargarse, mientras sus ojos mostraban alegría.
-Todo el mundo me ha engañado cuando les he dicho que... - algo no le dejaba seguir.
-Dilo Luzmor. Prometo no mentirte. - pero Flomira no sabía aquella pregunta y no podía prometerle nada.
El pequeño se atrevió por fin a contarle lo que le inquietaba.
-¿Qué son las estrellas, abuela? - se estremeció cuando lo dijo, y por un instante se arrepintió al ver la cara de incredulidad de su abuela.
-¿Quién te lo ha contado? - se levantó corriendo hasta las ventanas y las cerró todas con sus cortinas de tela.
Luzmor se preguntó por qué tanto misterio. ¿Qué tenía que esconder?
-No puedes decir eso por ahí, ¿de acuerdo? - el pequeño asintió curioso. - Bien. Esto es alto secreto. No puedes decir absolutamente nada de lo que te voy a contar.
Se sentó junto a él en otra silla que había al lado del niño, y ambos se miraron con atención.
-Hace siglos, no había pueblos en la tierra. Sólo existía el cielo. - nada más decir eso, Luzmor se tapó la boca. - Arriba, en las estrellas y en las nubes hay reinos. Reinos gobernados por reyes poderosos.
«En las estrellas hay un castillo y un minúsculo pueblo que protege a, su rey. En cada estrellita hay uno distinto. En las nubes, hay un castillo gigante. El más grande de todos los tiempos. Es muy poderoso. Demasiado. Sé decía que cuando llovía, se formaba un arcoíris enorme. La gente que vivía aquí, sabían de esos reinos en el cielo, y aprovechaban la oportunidad y subía por el arco de colores.»
Luzmor miraba asombrado a su abuela. Escuchando cada palabra fascinado.
«El reino de las nubes era malvado. Contenía todo lo necesario para derrotar a todos los reinos de las estrellas. Cuando estas se asomaban, los guardias de estos subían hasta llegar a la luna, y de ella a cada estrella»
-¡¿Cómo!? - su pregunta era demasiado difícil para él, pero fácil para su abuela.
-Tu abuelo. Subió por el arcoíris y se escondió en el reino de las nubes gigantes. No lo volví a ver nunca. - una lágrima se formó en su mejilla y descendió lentamente hasta aboserverse por la piel. - Mi generación murió y el secreto de las estrellas se ocultó entre ellos. Tu generación ahora, no sabe nada. Ni siquiera sus padres. Te cuento esto porque eres mi nieto, y no quiero mentirte. Quiero que sepas quien era tu abuelo. Pero sobre todo, por nada del mundo, cuentes esto a nadie. Aquellos reinos viven en paz gracias a que el secreto no despertó jamás.

Ambos se abrazaron tristes y felices a la vez. Habían compartido algo más que un secreto.
Un poder.
Una nueva magia.
Luzmor volvió a su habitación satisfecho y esperó todo el día hasta que pudo contemplar las estrellas, junto con su abuela.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora