CAPÍTULO XXII: En El Fondo Del Corazón Quedan Cenizas De La Anterior Vida.

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La joven niña se despertó sin pensar en los hechos ocurridos el día anterior. No tenía ni idea, sin embargo, no notó nada especial en el ambiente ni en el lugar. Se sentía en el mismo sitio de siempre. Bostezó sin vergüenza ninguna y se levantó de la cama, feliz.

¿Cómo podía ser que Marit no se acordara de lo de ayer?
Su memoria había desaparecido completamente. Pero se la veía activa y emocionada por las aventuras que se acontecían en ese día, tan espléndido.
Se asomó al único ventanal de cristal que su habitación poseía, y el aire fresco de la mañana, bañó a la niña con alegría. Tenía la sensación de que eso lo había hecho más veces.
Se olvidó de aquellos pensamientos y siguió viviendo el momento.
Pero cuando abrió los ojos después de aquella ráfaga de frescura, no pudo disfrutar del paisaje. Sólo había suciedad, mugre y oscuridad. No había campo. Bueno sí, a los lejos. Parecía una barrera; justo en medio había una línea imaginaria que separaba Amcar del bosque.
Este último se veía verde, frondoso y gigante. No había fin para aquel paisaje. Pero en el pueblo donde vivía, sólo se podía observar casas destruidas, personas caminando débilmente esperando algo; un milagro.
A Marit le dio pena ver a esas personas pobres. Así que, sacó su mayor humildad y generosidad y se planteó algo muy importante y hermoso.
Pero Dissior estaba claro que eso, no le iba a gustar nada de nada.

-Me parece que ya te lo he dejado claro,¿no crees? - la paciencia de Dissior aún tenía un límite, y estaba a punto de sobrepasarlo. La idea de Marit para ayudar a los habitantes de Amcar a dar comida y cobijo, eran dos palabras que el rey jamás entendería.

-Por favor padre. - suplicó juntando las manecitas como si estuviera rezando. Dissior era tajante. Cuando tomaba una decisión tenía que llegar hasta lo más hondo. Aunque tomó una actitud distinta a la que utilizaba con Philips. Marit le decía "padre" y no "rey". Aunque él no quería serlo, pues solo le interesaba el poder y el sufrimiento de aquellos cercanos a él. Pero consiguiendo aquello, facilitaba la confianza con la niña, y podría soltar información sobre el anciano.
-¡He dicho que no! ¡Jamás saldrás que aquí! ¡JAMÁS! - tras aquellas palabras y gritos, algo se rompió dentro del pecho de la niña. Su mirada hacia él cambió. Ya lo le suplicaba, y el rey, harto de oírla, no tuvo más remedio que acabar ese tema que no se haría.
Unas lágrimas comenzó a brotar de sus ojos y su cara se tornó oscura y triste.
Dissior no quería verla, y menos así. Lanzó un hechizo negro hacia el centro de Marit y esta se durmió. Su cuerpo empezó a levitar hasta estar tumbada en el aire. El rey se levantó de su trono y ambos fueron a su habitación para volver a borrarle la memoria.
La alcoba se oscureció excepto la pequeña bola verde del cetro. La contempló unos instantes preocupado.
-Está niña puede estropeármelo todo. - parecía que lo decía para sí mismo, pero por quien había detrás estaba claro que se lo decía a Clanmiana.
-Necesitas mi ayuda, y lo sabes. No puedes hacerlo solo. Déjamela a mí. Yo me encargaré. - una sonrisa se dibujó en su cara diabólica.
-Vale. Haz lo que tengas que hacer. - la miró con preocupación, pues todo dependía de esa niña. Era más poderosa de lo que ambos esperaban.

-Tengo miedo.
-Yo también lo tengo, pero hay que ser fuertes Melfos. Ahora Marit necesita nuestra ayuda. - Philips lo animó y le acarició el brazo del anciano con ternura. Melfos lo miró detenidamente pensando:
«A pesar de ser un niño de siete años, no lo parece. Ha sufrido bastante y es él el que me tranquiliza.»
-Hola chicos - Minna apareció de la nada asustándolos dando un salto. - ¿estáis preparados? - asintieron despacio. - Repasemos el plan: nuestra intención es intentar que Marit simplemente nos haga caso. Hacerla ver que la queremos. Así que, iremos a la puerta del castillo y la llamaremos. Ella vendrá «o eso espero» y le contaremos todo lo que sentimos por ella.
-¿Y si no funciona? ¿Y si no nos quiere ver, o no quiere escuchar y se marcha, o...? - la paciencia del anciano de tensaba y se impacientaba. Estaba claro que jamás había pasado tantos nervios.
La pregunta de Melfos era evidente y fácil de hacer pero de responder era mucho más difícil. El hada estaba bloqueada. Se quedó con la boca abierta mientra el anciano la miraba con tristeza y Philips con curiosidad.
-Pues... - se rindió. - La habremos perdido para siempre.
Bajó la cabeza y salió de la sala de Melfos abatida. Los ojos de hombre empezaron a brillar hasta que no pudo aguantar más y un puñado de lágrimas salieron a la misma vez deslizándose por sus arrugadas mejillas. Philips estaba totalmente confuso. No entendía nada de lo que estaba pasando.
«¿Cómo puede ser que Marit no quiera volver? ¿Nos recibirá? Tengo una hermana. ¿Qué puedo hacer?» Su cabeza daba vueltas. Tenía tantas cosas que preguntar y solucionar que se mareaba de tanta presión. Tuvo que sentarse en una butaca de madera que tenía justo detrás.
Philips habia dejado de ser un niño cualquiera. Su vida y las cosas que le habían ocurrido destrozaban la infancia y lo hacían un hombre valiente.
Minna y los Munfos, junto con Melfos y Philips comenzaron a salir por la entradilla del pueblo asustados pero preparados. La gente que ya sabía aquella desgracia, dieron ánimos desde lejos y el anciano los saludó a todos con la mano.
Tenían un largo viaje, lleno de aventuras que comenzar. Cosas que afrontar y un destino que sólo dependía de ellos.

Marit se despertó por los rayos del sol que calaban por los ventanales del castillo, haciendo que la luz natural ilumine toda la habitación. Se incorporó en la cama y miró a su alrededor.
«¿Que ha pasado?»
Su mirada reflejaba otro tipo de sentimientos. Se sentía rara; muy rara. Notaba algo en su cuerpo. Como si la hubiesen atacado, pero no tuviese ningún rasguño. Un ruido la sobresaltó de la cama y miró hacia la puerta. Era Clanmiana. Marit siempre había tenido un poco de miedo a la bruja, pero al estar con su padre, el temor menguaba.
-Niña vamos. Levántate. - ordenó a la pequeña con seriedad. Esta hizo caso omiso y se dispuso a vestirse.
Pensaba que le pondrían ropa nueva o al menos la que tenía que la lavarían como hacía Melfos, pero tuvo que ponerse la misma ropa que llevaba desde la última vez que lo vio.

Apartó ese sentimiento de su cabeza y se puso los zapatos viejos que tenía.
Cuando hubo terminado, empezó a peinarse el cabello haciéndose una trenza a cada lado de la cabeza.
-¡Vamos niña no tenemos todo el día! - gritó Clanmiana.
Marit no pudo terminarse de hacerse su peinado preferido porque la bruja ya la estaba sujetando del brazo arrastrándola hacia la puerta. No rechistó, pero se sentía confusa, pues aún sentía esa sensación extraña. Ambas caminaron sin decir una palabra. Sus miradas se dirigían a un camino que ya sabían.
La sala del rey Dissior.
La pequeña ya no tenía ese miedo que la aterra a cuando se aproximaba a algo o a alguien. Ahora se sentía fuerte y capaz de enfrentarse a todo. Algo la había cambiado y tenía que averiguar qué era.
Clanmiana no siquiera llamó a la peirta donde se encontraba el rey. Aún seguía cogiéndole del brazo, pero ahora la apretaba más. Marit no sabía si era porque era malvada y la odiaba, o le tenía miedo a Dissior, así que apartó el brazo con fuerza haciendo impresionar bastante a la bruja. Las dos se miraron con desprecio. Un comportamiento raro en la pequeña.
-Mi rey. - saludó Clanmiana.
Este la miró con superioridad y eso era un señal clara de que podían pasar. Ni siquiera miró a su hija, pero si sabía de su presencia. Marit estaba confundida. No entendía ese comportamiento, así que, actuó de la misma manera.
Dissior al fin la observó con detenimiento, comprobando que todo seguía en orden. Su pelo iba a medio hacer, una trenza a la izquierda iba echa a la perfección, pero la otra parte del cabello iba suelto. La melena pelirroja descendía por los hombros de la niña. Llevaba un vestido ajado por el tiempo, y sucio. Un poco roto y descosido y unos, zapatos llenos de barro.
-¿No tienes nada que decir? - preguntó alzando la cabeza hacia su hija. Esta lo miró y no dijo nada. No quería hacerlo. Se sentía extraña todavía y no se fiaba. Sus sentimientos habían cambiado. Ahora reflejaban odio y asco hacia todos.
Clanmiana la empujó haciéndola responder, pero seguía sin decir nada.
-¡Niña estúpida, responde a tu rey! - gritó la bruja en el oído de Marit.
Nada.
El rey se levantó apoyándose con su cetro en el suelo y se dirigió hasta ella.
Pero antes de poder decir nada, alguien llamó a la puerta.
El rey y Marit seguían mirándose fijamente pero no hablaban. Clanmiana los observaba a ambos esperando una actuación para atacar.
-Mi rey. Alguien quiere veros a vos y a ella. - la mirada del general se posó en la pequeña, que aún miraba a Dissior. Este alzó de nuevo la cabeza y el general abrió las puertas.

La mirada de Dissior se paró.
En un instante todo se detuvo.
Melfos se echó las manos a la boca y sus lágrimas empezaron a descender.
Y Marit aún seguía mirando a... la nada.

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