CAPÍTULO X: Suave Rojizo.

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Hay millones de lugares preferidos para todo el mundo. Lugares que experimentar y vivir. Marit también tenía uno. Para ella, su lugar favorito en el mundo, era su pueblo. Tenía todo lo que ella se había imaginado en sus sueños. Unos prados verdes, unas casitas de madera construidas con mimo y mucho amor, amiguitos con los que jugar, y una familia. Lo tenía todo. No necesitaba nada más. Era feliz tal y como quería vivir. Y desde aquel momento en el que sus amigos y su padre pudieron tener la magnífica suerte de contemplar uno de los mejores momentos que hizo Marit, había conseguido hacer muchas cosas más:

-Podía hacer que hiciera viento.
-Escondía el sol y sacaba la luna sin ser de noche.
- Era más fuerte que nadie, así que ayudaba en todo lo que pesaba: en troncos, tablas de madera, rocas enormes,...
¡Magia! ¡Hizo magia! Pasarían años hasta que se lo creyera. Era algo irreal para ella. Hizo que las gotas cristalinas de las pomposas nubes, ascendieran hacia el cielo. Aquella aldea era el único hogar que poseía, y se sentía orgullosa de lo que tenía.

Ahora era otoño. Un hermoso otoño. Repleto de nuevos colores. De asombrosos olores que calaban es su nariz chata, una ola de viento suave, y fresco; ya hacia un poco de frío. En esa estación, la pecas de su dulce carita, se notaban más que en otras ocasiones. Sus ojos esmeraldas relucían con más fuerza y su sonrisa era eternamente fugaz.
Las frondosas copas de los gigantescos árboles del bosque que había afuera del pueblo, empezaron a caer lentamente por el suelo de tierra. En esos momentos, todos los niños salían correteando hasta llegar a su principio del bosque, y el final para otros; para Amcar.
Saltaban y alzaban los brazos para intentar atrapar las hojas secas de múltiples y llamativos colores.
-Ten cuidado mi criatura, y no te separes de tus amigos, ¿vale mi flor? - mientras Melfos lo decía, acaricia con amor los mofletes de la pequeña y la miraba con preocupación, pero a la vez, con dulzura.
- Si papi. Te lo prometo. - dijo Marit, ilusionada. Salió corriendo tras todos los niños y niñas.
Podían pasarse las horas saltando y brincando sin parar. En esta estación, era el juego preferido de todos los pequeños.
Sus sonrisas volaban y se esparcían en el aire que soplaba. Cuando ya caían casi todas, seguía la otra parte del juego, oírlas crujir. Les encantaba el sonido. Algunas niñas, se lanzaban al suelo, pero aterrizaban en una montaña de hojas ya destruidas.
Marit se lo pasaba en grande. Mientras saltaba, sus ojos divisaron a lo lejos una mancha roja o naranja, no lo veía bien. Entornó sus dos esmeraldas y seguía viendo algo borroso. Algo estaba mirando hacia donde estaban ellos.
Se le ocurrió una idea. Nadie la estaba prestando atención. Ningún niño estaba jugando con ella en ese momento. Se acercaría solo un poquito para averiguar que era y se marcharía de vuelta. Había prometido no alejarse.
Los miró a todos de nuevo y se marchó despacio, sin llamar mucho la atención. Estaba un poco asustada, eso era evidente, pero tenía más valor que miedo.
Se adentró en el inmenso bosque y cuando su uno de sus pies hizo crujir una ramita, aquella mancha, que cada vez tenía más forma, huyó. Aquella cosa se marchó corriendo. Era un animal. Marit sentía más curiosidad por saber que era. Volvió la cabeza hacia sus amigos ya lejanos, y seguían sin saber nada de ella. Mejor.
Andaba sumamente despacio. Cuando llegó a donde había visto ese animal antes de que se marchara, no estaba. No hay nada. Miraba de un lado hacia otro. Estaba nerviosa y decepcionada. Lo había espantado. Seguía mirando; sin mover un solo palmo de su cuerpo. ¡Zas! Lo encontró. Estaba escondido tras un árbol. Una mancha rojiza se asomó para ver también a Marit. Esta se inclinó en el suelo de hierbas y tierra, mientras le miraba.
- Ven pequeñín. No te voy a hacer daño. - justo después de eso, el maravilloso zorro de color blanco y rojo, pudo ver, en los ojos de la niña, algo especial. Algo hermoso. Nunca jamás se acercó a un humano, pero Marit tenía magia. Sí. Era la magia lo que atraía al animal.
El zorro salió de aquel árbol y caminaba con sus patitas hacia ella, despacio, quería ir, pero seguía sin fiarse del todo. El animal siempre tenía que huir de aquellas malvadas personas, que le perseguían para ser su cena.
Marit quedó asombrada cuando estaba viniendo hacia ella.
Pensó en que tal vez, el pobre no habría comido en días, así que, sacó de su bolsillo de tela, un trocito de pan y chocolate; era su merienda, pero le daba igual.
-Ten pequeño, esto es tuyo. Te lo doy. Seguramente no habrás comido nada. - lo dejó en la hierba y se separó un poco de su merienda para que el zorrito confiara en que no le haría daño.
El pequeñín olfateó las dos cosas, y sorprendió a Marit cuando cogió con su boquita el trozo de pan.
-¡Ja ja ja! ¿No te gusta el chocolate? Para mí, es mi comida favorita, está muy dulce. - le dijo al zorro, y este le miraba con curiosidad con el cuscurro en ya zampado.
El animalillo, se aproximó aún más hacia ella, hasta rozar la mano de Marit. Esta, con su otra mano, empezó a acariciar suavemente su suave rojizo.
-Eres precioso. - respondió con dulzura y tranquilidad. Él, subió hasta sus piernas tendidas en el suelo, y ella le daba un masajito en su cabecita.

El crujido de otra rama, alertó al animal, y salió huyendo. Cuando estuvo lejos de su amiga, la miró y se fue corriendo. Aquel ruido les sacó de aquella nube.
«Espero que no sean mis amigos» pensó asustada. Miró a todos lados y no vio nada.
-¿Quién anda ahí? Sé que hay alguien. - aclaró en voz alta, lo suficiente como para que la oyera correctamente.

Un niño, salió de un árbol cabizbajo.
«¿Por qué todos se esconden en un árbol?» rio. Ambos se miraron, mientras el caminaba con suavidad.
Marit jamás olvidaba una cara, y menos la de aquel chico.
-¿Quién eres? - preguntó ella.
-Debería preguntarte lo mismo. - él no quería decirle quien era. Se avergonzaba dedonde venía. Bajó la cabeza. No deseaba decirle su nombre. «Sabría que soy el hijo del rey».
-Bueno, si no me quieres decir como te llamas, ¿de dónde vienes? - Philips tampoco quería decírselo, lo sabría al instante. - Un momento. Tú... Tú eres... - asustada, con los ojos muy abiertos, se dio media vuelta y salió corriendo. Como su nuevo amigo, el zorro.

-¡Espera! No soy como tú piensas. Yo soy distinto. Diferente a él. - le dijo en voz alta, esperando con su mirada puesta en ella, que se detuviera.
Ella lo hizo, se detuvo, y se giró a él con timidez.
-Me conoces, sabes quien soy, pero yo no quiero ser como él. Además, ahora lo odio. - una lagrimita se escapó de uno de sus ojos y cayó al suelo, triste.
A Marit le dio pena, y tampoco quería dejarlo allí, tenía pinta de no haber comido y sucio.

Volvió sobre sus pasos y se agachó hasta estar igual que él.
-No te preocupes. Te creo. Creo que sé que no quieras ser como él. Pero no debes odiarlo. - le animó.

- Mató a mi madre - dijo un poco enfadado. Marit lo entendió y se llevó una mano a la boca del asombro. Suspiró y acarició su espalda.
-Tranquilo. Todo saldrá bien, ya verás.
Fue como instinto que Marit buscara a su pequeño amiguito con la mirada, y que lo encontrara en el mismo sitio en el que se escondió. El animal se dirigió a ellos, y ambos, lo acariciaron con ternura.

Un encuentro fugaz.
Nuevos descubrimientos.
Pero una fuerza mágica, capaz... de todo.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora