CAPÍTULO II: El Primer Reino.

74 11 2
                                    

La vida de Melfos cambió para siempre, pero no fue la única. En el lejano pueblo, el mismo pueblo al que echó a la esposa de Melfos, tenía una gran noticia. Las decisiones fueron largas y los candidatos duros.

El alcalde del pueblo ya estaba cansado de tanto dirigir la aldea y de hacer justicia a los que no respetaban las normas del valle. Había encerrado a muchos hombres, criminales que cometían cosas horribles. El valle estaba oscuro; allí, no pasaba apenas un rayo de luz. Hasta el sol se escondía.
Un día, Zamill reunió a todos los habitantes de su pueblo. La gente empezaba a hablar a espaldas; se temían cualquier cosa. Lo miraban con recelo, pues no sabía lo que tramaba.
-¡Ninguno merece el sitio que yo ocupo y que yo pronto dejaré! - anunció enfadado. La gente se miraban entre ellos, algunos con caras de alegría, pero alegría con malicia. Estaban deseando. Era cierto lo que decía Zamill. Estaba agotado de tanto cargo y quería dedicarle tiempo a su familia y descansar.
Todos querían el cargo hacía tiempo. Todos eran ambiciosos y soberbios, pero el alcalde no quería dejarle el puesto a cualquiera. Tenía que poner remedio al problema que le perturbaba en su cabeza varios meses.
Realizar un torneo. Un torneo con espadas y dignos caballeros. Quien quisiera podía participar. Por lo tanto, casi todos los hombres del valle se presentaron. Estaban entusiasmados, querían el puesto, claramente.
Sé escribió una larga lista con los nombres de cada uno. Había un grupo en especial, que se reían de los hombres bajitos y gruesos que también se querían apuntar. Ese grupo era malvado. Su oscuridad podía verse hasta en sus ojos. Tenían el concurso planeado; intentarían echar a todos los que no se merecían estar en los ensayos.

Durante semanas, el pueblo quedó desierto por la ausencia de los hombres. Iban a entrenar a un lugar subterráneo que había debajo del pueblo y que el alcalde dejó. Pero ahora todo había cambiado. La aldea sólo habitaban mujeres y niños. Los candidatos dormían en el suelo, o se pasaban los días enteros entrenando con espadas y cuchillos.
Las familias de ellos, velaban por sus esposos, hermanos e hijos para que no murieran. Nadie quería desperdiciar una oportunidad como esta.

Todo el mundo sabía que Dissior se había apuntado al gran torneo y, que por supuesto, iba a pelear a muerte por ese trono de alcalde. Pero tenía otros planes distintos. Él siempre entrenaba sólo. No quería a nadie con él. Este, también tenía una esposa y un bebé que velaban por él. Dissior era un hombre casado con una hermosa mujer. Había dado a luz a un pequeño niño al que pusieron de nombre, Philips. Por el aspecto y el carácter del bebé, ambos padres sabían que lo había heredado de su querida madre, incluso las emociones eran de ella. Dissior era todo lo contrario; un hombre serio y ambicioso. Era de cuerpo robusto y muy fuerte. Siempre lo había sido. Nunca cuidaba a su familia, y ella sentía un vacío enorme. Siempre lloraba cuando el no estaba.
Su esposa pensaba muchas veces «¿como habré podido enamorarme de un hombre tan oscuro»? - le dijo a su hijo mientras tomaba la leche de su madre. Dissior se pasaba los días y las semanas con la espada y la sudor. Eran sus acompañantes de día y de noche, sin importarle su familia.

-¡No cuidas de tu familia! ¡No nos quieres a ninguno! - gritó Eleonor dejando a Philips en su cuna para que pudiera dormir; aunque Eleonor sabía perfectamente que no podría. Dissior frunció el ceño y su mirada se oscureció por completo. Ella empezaba a tener miedo. No era la primera vez que esto pasaba. Él también gritó. Pero los de él fueron aún peores.
-¡Lo hago por vosotros! - echó andar rápido hacia ella. Su esposa dio un paso atrás asustada. -¡Me paso los días luchando! - apuntó un dedo hacia la puerta, que señalaba el lugar subterráneo y el futuro trono que él deseaba tener.
-Por eso mismo no cuidas de tu familia, porque no te importamos, porque te preocupas por ti mismo. Porque quieres el trono y sólo eso. - le contestó mirándole a los ojos muy enfada y decepcionada, enfrentándose a él pese al miedo que tenía.

En ese instante, Dissior dio un paso más hacia ella y le agarró del cuello. Eleonor dio un grito sordo del susto, con los ojos sorprendidos, pero no era la primera vez pasaba. Él la miró con demasiada oscuridad esperando que ella dijera cualquier cosa para luego, actuar él.

-¡¡Suéltame!! ¡¡Por favor!! - le gritó, mientras sus manos se agarraban a las de él para aflojarle. Su intento no funcionó. Dissior la apretó aún más fuerte que antes; que nunca.
La discusión y la agresión terminó cuando alguien entró por la puerta y se quedó boquiabierto. Era Zamill.
-Eleonor has visto a Di... ¡¡DISSIOR!!, ¿pero que estás haciendo? - gritó tapándose las boca con una de sus manos. - ¡Suéltala Dissior! - continuó casi suplicando pero a la vez demasiado furioso.
Eleonor ya había derramado alguna lágrima en esa discusión, pero en el momento en el que el alcalde entró, sus ojos sacaban lágrimas a borbotones. Dissior la miró, detenidamente, con asco y con furia, la soltó y se volvió hacia Zamill. Su mirada había alcanzado toda la oscuridad posible.
-¡¡VETE!! - chilló Eleonor mientras tosía sin parar apoyada en la mesa que había a su derecha.
Los dos hombres se quedaron unos segundos mirándose detenidamente hasta que el alcalde habló:
- Sí. Será mejor que te vayas antes de que sea yo quién te mate a ti. - señaló con un dedo hacia la oscuridad. El bebé comenzó a llorar; al parecer si que se había dormido. Pero ahora mismo, parecía lo menos importante.

Zamill, se apartó del camino de Dissior y este, se dirigió hasta la puerta de entrada. Se giró y mantuvo su mirada fija a algo. Su esposa, ya no podía mirarle a la cara. Era a su hijo. No se lo pensó dos veces cuando ya estaba junto a la cuna del bebé. El niño dejó de llorar al ver semejante escena.
El padre soltó tales palabras a Philips, que el niño jamás olvidaría.
-Todo esto es culpa tuya. - declaró a su propio hijo, observándolo con asco y desprecio, mientras el pequeño le miraba.
-¡Fuera de aquí! ¡YA! ¡Y no te atrevas a volver! - dijo Eleonor sin mirarle a la cara, impidiendo que le hiciera daño al niño.

El alcalde caminó hasta situarse al lado de la muchacha y acercarla hasta él. Zamill miró por última vez a Dissior, y este se marchó sin mirar a nadie más. Cerró la puerta con un portazo sordo y huyó de su casa y del pueblo, sin mirar atrás.
Eleonor se derrumbó en el suelo, llorando muy fuerte de lo que nunca había llorado, Zamill la abrazó para calmarla y la trajo hacia su pecho para decirle sin palabras que podía contar con él.
Él los ayudaría a ambos.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora