CAPÍTULO XXV: Luzmor.

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Como siempre, la cabeza de Dissior se alzaba con poder y soberbia.
Marit llamó a la puerta y junto con Clanmiana que se hallaba atrás entraron.
La pequeña mantenía la compostura y seguía sin hablar.
Estaba claro que Dissior utilizó también su conjuro hacia ella, para no tener que soportar su voz, ni sus súplicas por ayudar a los habitantes de Amcar.
-¿Cómo te encuentras? - interesado, la miró con curiosidad, esperando la respuesta que el rey quería.
Como si fuera una máquina, la niña contestó:
-Estoy bien, mi rey.
Pero en el interior de Marit la impulsaba a decir algo. Como si fuera a echarlo pero no pudiese.
Dissior no era consciente de ese acontecimiento, y se había confiado demasiado en que por fin tendría el poder absoluto.
Clanmiana y el rey se miraron con seguridad afirmando que era lo que ambos esperaban oír.
-Vamos niña, a tu habitación. - la cogió del brazo y la empujó hasta la puerta. Marit siguió el camino hasta donde le habían dicho y no dijo nada. La bruja cerró la puerta y Dissior se quedó solo, pensando en... planes.

Planes que solo una persona retorcida haría. Aunque, ya lo había hecho varias veces, pero no como ahora.
Sentía la necesidad de destruir y aniquilar otro pueblo. Otras vidas y futuros.
Pero eso a él no le importaba.
Ahora arrasaría el pueblo entero. Se veía capaz.

Había un pueblo, lejos de Amcar que también estaba escondido en unas pequeñas montañas, al norte. Donde el frío reinaba con fuerza. Nevaba casi todo el año. Cuando era verano, siempre llovía, en cambio, en las demás estaciones nevaba sin parar. Los copos de nieve descendían con suavidad desde lo más alto del cielo, y caer en el suelo de tierra dura.
Las cabañas y los árboles, los huertos, y las carretas, se llenaban de nieve hasta cubrirla por completo.
Hacía mucho frío, pero el paisaje era algo magnífico de contemplar; de disfrutar.
Podías estar horas jugando a las guerras de las bolas de nieve, o a hacer muñecos de nieve con esas narizotas de zanahoria. Montar en trineo y caer por una cuesta lisa de nieve congelada.
Palem, el pueblo, estaba repleto de personas felices y unidas. Había ancianos paseando o sentados en butacas en el portal de sus casas, adultos que contribuían en sus respectivas tareas o simplemente hacían recados para la comida o la cena, y niños. Estos siempre jugaban. Les encantaba. Podían pasarse días enteros sin parar, jugando. Les daba igual no dormir.
A todos les gustaba menos a uno. Luzmor era el único niño del pueblo al que le gustaba explorar cosas perdidas. Le fascinaba encontrar tesoros que solamente él podía ver. Era fascinante.
Todos los días, por la mañana, salía en busca de objetos, cosas curiosas y extrañas que nunca pensaba que encontraría.
Sus padres murieron por una extraña enfermedad, así que pedía permiso paea salir a su querida abuela.
Flomira era una mujer mayor. Su belleza resaltaba desde que nació, y ahora, lo sigue haciendo. Su pelo ahora era blanco, pero cuando fue joven, su melena rubia resplandecía con fuerza.
Le encanta coser. Era lo que más tiempo dedicaba. También cuidaba de su nieto, tras la trágica noticia de la muerte de su hija y su marido. Murieron cuando Luzmor era un pequeño bebé, así que Flomira se encargó con felicidad de su pequeño.
-Abuela, voy a salir a buscar cosas perdidas. - se acercó y le dio un beso en la frente. Ella se despidió con una enorme sonrisa, mientras el niño salía por la puerta.
-Este niño nunca para. - se rio y Flomira continuó cosiendo justo al lado de la enorme chimenea, sentada en una mecedora de madera.

-Luzmor, ¿no quieres jugar? - le preguntaron sus amigos.
-Hoy no. - ni siquiera se paró a contestar. Apenas jugaba con ellos. No se sentía a gusto. Él quería otras cosas. Quería cumplir sus sueños, investigar y averiguar descubrimientos alucinantes.
Siempre se adentraba en el bosque. No era muy grande, lo suficiente para encontrar su destino.
Siempre hallaba palos o trapos viejos que volaban en días de terrible viento. Su esperanza menguaba, pero cuando emprendía al día siguiente el viaje, su autoestima volvía a subir.
Ese día, con su mochila de tela - echa por su abuela - y su palo, detector de objetos extraños, tenía el presentimiento de que hoy, encontraría algo que no fuese un trapo ni un palo.
Pasaba horas metido entre los árboles frondosos y verdes. Los pájaros lo recibían con cantos mañaneros y el aire lo envolvía con suavidad, haciendo que su pelo castaño se moviera de una lado a otro.

Cansado de buscar y buscar sin descanso alguno, decidió volver con su abuela y preparar la cena. Su decepción apareció un instante, pero de repente, oyó el crujido de una rama. Se dio la vuelta de inmediato y volvió sobre sus pasos.
No dijo nada, pues sí lo decía, se iría y no podría ver nada.
El sol del atardecer asomaba entre las copas de los árboles haciendo que la luz ilumirara todo el suelo de tierra. Así le sería más fácil encontrarlo.
Su mirada se extendió por todo a su alrededor, hasta que se paró en algo rojizo.
Luzmor torció la cabeza curioso y en cuanto vio la cabecita del animal supo lo que tenía que hacer.
De su mochila sacó el pico de un trozo de pan que se echó antes de irse y lo tendió en el suelo muy despacio.
El animal se escondió de nuevo asustado y Luzmor habló:
-Toma pequeñín. Es un trocito de pan. Entero para ti. Puedes quedártelo. - levantó las manos y se levantó del suelo esperando que el zorro se asomara.
El olor del pan debió de acercarse a la nariz del animal y este se asomó acercándose muy muy despacio. Tenía miedo y no se fiaba.
Para transmitir confianza, Luzmor se alejó un poco del pan y darle espacio al zorrito. Era pequeño, pero ya había sido una cría.
-¿Estás solo pequeño? - el animal no miró y meneó su cola de izquierda a derecha. Este vio que Luzmor sonreía y se acercó hasta sus piernas y acariciarse en ellas.
El niño bajó su mano hasta la cabeza del zorro y empezó a acariciarlo.
Se agachó y a los pocos segundos, ambos estaban jugueteando en el suelo.
Luzmor había encontrado algo que le llevaría a un destino duro pero fuerte.
El zorro no estaba solo, porque ese animal era el zorro de Marit y Philips.

Y escondidos entre las ramas de los árboles, Munfos miraban con atención al niño que los ayudaría en un futuro, a rescatar a Marit y sus amigos.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora