CAPÍTULO XXXVIII: El Hueco Que Hay Debajo De La Tabla.

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Melfos y Flomira habían muerto. Philips y Luzmor luchaban por crear como intentar subir a rescatar a Marit. Y los Munfos y Minna ayudaban a los dos muchachos con sus poderes, pero el reino del cielo era demasiado oscuro y los poderes de los munfitos era inútil.

Desde que Phillips entró a la habitación de Melfos donde se encontraba Minna llorando en el suelo y leyó la carta, no dejaba de pensar en cómo llegar hasta ese lugar.
La desesperación por recuperar a su hermana gemela se agotaba, se sobrepasaba de los límites.
Luzmor necesita esa conexión con ella. No entendía por qué, pero la ansiaba. Era su amiga, y prometió a su abuela que la salvaría.
Ambos tenían sus motivos, pero unos completamente distinto, los unía aún más.
Melfos. Él quería tenerla. Rescatarla. Pero no pudo. No llegó a cumplir su sueño. Y ahora ellos lo harían, por él.

En en cielo. En ese mundo tan inmenso, una nube oscura y una barrera oscura, protegía un castillo. Gobernado por dos reyes.
Y un prisionero. Prisionera.
Marit.
Aquella niña tan valiente y hermosa, a la que todos querían. Su sola presencia hacía felices a su alrededor. Pero ahora, once años después de subir al cielo por primera vez, había dejado de ser una pequeña criatura.
Ahora era un hermosa joven, alta y de belleza inalcanzable. Sus pecas ahora no existían, o al menos a penas se notaban. Su cabello había crecido fuerte, pero su color pelirrojo estaba igual que de pequeña.
Sus ojos verdes iluminaban cada rincón, cada vista. Iba vestida con un largo y estropeado vestido naranja. La suciedad la invadía. Su ropa estaba desgastada y sucia. Su cara era preciosa, aunque necesitaba lavarse, después de estar encerrada demasiado tiempo en una torre.
Una larga y gigantesca torre. Ella siempre pensó que quizás fuera la más alta del castillo. Por eso nunca se posaban los pájaros en la ventana de piedra.
El lugar en el que se hallaba era más siniestro que cualquier castillo malvado.
La nube negra y en forma de espiral que la envolvía, la vio por primera vez cuando subía hasta su destino. Tuvo la, sensación de que le pertenecería algún día.
Llevaba once años sola, en aquella torre oscura, sin compañía, sin comida; apenas le traían. Pero sobre todo, sin su familia. Echaba de menos a su padre, a su hermano, y a sus amigos. Quería abrazarlos a todos. Todos significaban algo para ella.
Cada vez que los recordaba - que eran todos los días y constantemente - rompía a llorar. Sus ojos siempre estaban rojos, pero aún así, no dejó de ser hermosa.
Los primeros días de su cautiverio intentaba salir de cualquier forma que se le ocurría.
La habitación en la que estaba encerrada no tenía puerta. Dissior o Folmer iban a verla una vez cada mucho tiempo para comprobar que no se había escapado. Pero si tenía una ventana. Pero demasiado pequeña, y con barrotes de metal.
La pared era redonda, y no tenía cama, ni un armario, ni siquiera agua para lavarse. Ella misma se sorprendía de lo que aguantaba sin comer ni beber.
Sólo tenía una tabla pegada al suelo, y un par de mantas que usaba para taparse. Su estado era lamentable, pero aún así, no se rendía. Intentaba tocar piedras en la pared, por si algún milagro, la magia oscura hiciera algún movimiento, y moviera algunas rocas, haciéndolas mover.
Todos los días se despertaba por la pequeña luz que entraba en el minúsculo hueco con barrotes. Extendía los brazos, estirándose y dirigía la mirada hacia ese espacio de cielo que veía. Era su único lugar en el mundo. Su pequeño trozo de cielo que podía ver.
Soltaba unas lágrimas de tristeza, pero de esperanza y se tiraba horas y horas sentaba justo al lado de la ventanilla para ver su paisaje. Pensaba en todo, pero a la vez tenía la mente en blanco.
«Philips te echo de menos» pensó. Eso le hacía coger fuerzas y no derrumbarse. Recordaba el tiempo que estuvo con él. Cuando se escapaban de sus pueblos para verse en el bosque que los separaba para jugar.
Con el paso del tiempo, Marit quería confiar en que su familia la salvase y la sacara de ese lugar, pero habían pasado tantos años que llegaba a pensar a veces, en que no lo harían, que se habían olvidado de ella, o que ya no la necesitaban.

-Voy a subirle algo para comer.
-Ten. Dale una aguja y esta tela. Querrá entretenerse con algo. Pero quédate delante de ella. No vaya a ser que haga de las suyas.
-Sí, Folmer. Enseguida bajo. - Dissior cogió todo lo que iba a subirle a la muchacha y lo metió en una bolsa de tela.
Obedecía órdenes de Folmer, pero él sabía que lo hacía por tener un puesto mayor en su reino compartido con su compañero.
Folmer no pensaba lo mismo. Este le utilizaba. Era su súbdito, aunque no se diese cuenta.

Dissior tardó bastante en llegar hasta lo más alto. Sus piernas se doblaban y temblaban. Pero no le importó. Era inmortal y nada le podía destruir.
Entró en un pasillo corto, pero estrecho. Subió algunas escaleras más y se encontró de frente con una pared de piedra. Posó su mano en una piedra y entre sus dedos comenzó a salir un humo negro. La roca hizo un crujido y la pared se abrió de par en par. Pero tras derrumbarse, salió una barrera negra que desprendía un polvo flotante oscuro.
Marit y él se miraron. Ella lo hizo con tristeza y soledad, y Dissior con dureza y poder.
El rey no entró en la prisión, simplemente cogió la comida y traspasó su mano a través de la barrera. Se la dejó en el suelo y volvió a sacar la mano.
A pesar del hambre que tenía, no se sentía segura comiendo aquello.
«Seguro que le han hechado algo» dijo para sus adentros.
Por el aspecto que tenía aquel trozo de pan y mantequilla, podían comerse, pero eran tan malvados y retorcidos que lo podían haber camuflado.
-Ten. He traído aguja y tela para que cosas. Pero lo harás cuando yo esté delante. ¿Queda claro? - gritó a la joven.
Marit asintió con miedo y cogió la mochila que Dissior había vuelto a dejar en el suelo.
Cogió una silla que tenía al lado, que utilizaba a menudo cuando subía y la vigilaba, y se sentó.
-Come.
La joven cogió un trozo más pequeño que el que le habían traído y empezó a comérselo. No quería más gritos ni amenazas.
Minutos después de acabarse el trozo entero de pan:
-Ahora cose.
Marit se agradeció que supiera hacerlo. Su padre le había enseñado durante años. Y ahora se le daba muy bien. Pero esos once años, lo había olvidado un poco.

Cosió durante unos quince minutos que Dissior estuvo contando.
-Dámelo. Todo.
Ella hizo caso a sus órdenes, y dejó todo lo que le había llevado, en el mismo sitio donde él lo había puesto.
Marit se apartó en un rincón de su pequeño agujero y posó sus ojos en la ventanilla.

En el momento en el que Dissior se agachó, su mirada se centró en aquella tabla clavada en el suelo.
Ese trozo de madera no estaba bien puesto. Llevaría siglos puesto y pudo ver que se veía un agujero debajo de esta.
Su pánico se volvió tenso. Pero no podía utilizar su magia dentro de la suya.
«Como descubra que hay una salida estoy perdido. Tengo que decírselo a Folmer.»
Cogió todas las cosas y las volvió a meter en la bolsa. La miró una última vez y tocó de nuevo la roca que flotaba en aire. Todas las piedras que estaban tiradas en el suelo, retrocedieron a su lugar hasta taparse por completo la pared.
Lo que él no sabía era que, en el momento en que miraba la tabla y el hueco que había en él, Marit miraba a Dissior, y como observaba con miedo el hueco negro.

Marit estaba preparada.

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