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            ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué tanta confianza con esa mujer? No podía sacársela de la cabeza desde que la vio la semana anterior. Los sueños de ella desnuda en su lecho, debajo de él lo torturaban cada noche hasta provocarle una dolorosa erección.

            Y ahora la veía con otro hombre.

            -Maldición, Depredador, tú no eres así, eres un mercenario y tu misión es atrapar a la morena, a la amiga de esa hermosa mujer.

            El Depredador salió de entre las sombras y se acercó a la ventana para observar el interior, allí estaba ella bailando con ese tal Jake. Luego su atención se centró en Sairin hasta que oyó una voz detrás de él.

            -Tiene el collar puesto.

            -¿Lo que usted quiere es ese collar?

            -Sí, aunque ella también me interesa.

            -Eso quiere decir que tengo que secuestrarla.

            -Exactamente.

            -¿Cuánto pagará por eso?

            -No voy a pagarte más.

            -Si no me paga, dé el trabajo por zanjado y se queda sin la chica y sin el collar.

            -De acuerdo- dijo el noble resignado- te daré otra bolsa de dinero.

            -Dos.

            -Vale, serán dos. Espero que lo consigas esta vez.

            -Lo conseguiré.

            El noble volvió dentro y el Depredador se quedó solo. Después se fue al hostal donde se estaba quedando, atacaría por la mañana.

            -Edward, me estoy asfixiando- dijo Sairin algo pálida al verse rodeada de gente.

            Edward la cogió por un brazo y la sacó rápidamente del salón.

            -¿Te sientes mejor?- le preguntó una vez fuera, en el recibidor.

            -No, necesito salir al jardín.

            Él la acompañó fuera y Sairin aspiró profundamente mientras recuperaba su color habitual poco a poco.

            -¿Qué tal ahora?

            -Mejor… gracias por sacarme de ahí- dijo ella mostrando una sonrisa tímida.

            -Demos un paseo, te sentará bien.

            Sairin asintió y se pusieron a andar por el jardín.

            -¿Puedo preguntarte algo?- le preguntó Edward.

            -Claro.

            -¿A qué se debe ese miedo por los sitios cerrados y las aglomeraciones? ¿Qué te pasó para que tengas ese miedo?

            -Este miedo me viene de pequeña. Cuando cumplí los siete años, mi tía me llevó a su casa de campo. Ese día, según llegué, salí a dar un paseo por el bosque hasta que llegué a un pozo. Ilusa yo, me asomé y caí dentro. Estuve allí cerca de dos días. Fue insoportable, pensé que las paredes se me caían encima. De ahí viene la cicatriz que tengo en la pierna y la de la espalda.

Atrápame en tu pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora