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            Sairin bajó al comedor a desayunar. Cuando entró, Edward no estaba allí, pero en la mesa estaba ya preparado su desayuno. Amanda entró para servirle a Sairin.

-Amanda, ¿sabe dónde está el señor?

-Salió muy temprano, señora, cogió el caballo y se marchó tan rápido como el viento.

Sairin bajó la mirada por un momento, pero luego la miró y sonrió.

-Gracias, Amanda.

-De nada, señora.

Después de eso, Amanda salió del comedor rumbo a la cocina donde la esperaba un chaval de unos trece años para que le entregara la carta con la información que había obtenido para su señor. Luego le dio unas monedas al chico junto con la carta y este se fue de allí.

Tras esto, Amanda volvió a sus quehaceres. Sairin desayunó sola y luego fue a la biblioteca donde se puso a leer un libro.

Desde la ventana, alguien la vigilaba fijamente, sabía que estaba sola y que sería el momento adecuado para atraparla. Entonces, cogió una piedra y la lanzó contra la ventana.

Sairin, alarmada, se levantó rápidamente mirando hacia la ventana. Caminó de espaldas, buscando algo para defenderse y encontró en la pared un escudo con dos espadas. Cogió una de ellas entre sus manos, la cual paró en el suelo por su peso.

-¿Quién anda ahí?

De repente, un hombre, cubierto con una capa oscura y un sombrero, también oscuro, entró en la sala por la ventana que acababa de romper. Sairin levantó la espada con mucho esfuerzo y lo apuntó con ella.

-Ni lo intente- dijo el hombre.

-¿Quién sois?

-Soy el Depredador- dijo él- vengo a cumplir una misión.

-¿Usted es el Depredador?- preguntó Sairin, intentando ganar tiempo para poder salvarse- ¿es usted el mercenario más buscado de Inglaterra?

-El mismo, pero no me entretenga... no intente gritar o le juro que esta daga, acabará clavada en su corazón- dijo el Depredador con una daga en la mano.

Sairin se sintió desfallecer.

-De acuerdo... no gritaré, pero no me haga daño, yo no le he hecho nada, por favor, no me mate.

-No pretendo matarte, eso lo hará quien me contrató.

-No puede hacerme esto, señor, haré lo que sea, pero no me haga daño y no me lleve ante nadie.

-De nada me van a valer sus súplicas, señora, por cierto, felicidades por su boda- dijo con cierta ironía en su voz.

-Se lo ruego, señor. Si lo desea hablaré con mi esposo para que le proteja de la ley, pero no me haga nada.

El Depredador se acercó a Sairin, peligrosamente y le quitó la espada de las manos, tirándola a un lado. Sairin lo miró con mucho miedo y comenzó a retroceder lentamente. Este se acercaba más y más, dispuesto a dejarla fuera de combate para poder llevársela.

Edward llegaba de dar un paseo a caballo. No dejaba de pensar en el grácil cuerpo desnudo de su esposa.

Su esposa.

Aún no se podía creer que aquella maravillosa mujer fuera su esposa. Bien sabía que era un trato por protegerla pero su necesidad de poseerla iba más allá de su sentido del deber y no lo dudó ni un instante. Pero esa mañana, al despertar y verla, su deseo aumentó y tuvo que levantarse e ir a dar un paseo a caballo para relajarse.

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