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Comenzaba a oscurecer y Gabriella se vio obligada a encender las dos únicas velas que había en la habitación. Las contracciones de Sairin iban en aumento y parecían no remitir.

La puerta, entonces se abrió y apareció un hombre que traía una bandeja con dos platos de sopa rancia para las dos. La dejó al lado de la jofaina y sin decir nada salió de allí.

Gabriella se acercó y probó la sopa. Hizo una mueca ante su mal sabor.

-Señora, no debemos comernos esta sopa, está muy mala.

Sairin se levantó de la cama para acercarse hasta el mueble y ver por ella misma el estado de la sopa cuando sintió una fuerte contracción que la hizo doblarse de dolor.

La doncella al percatarse del dolor de su señora se acercó corriendo a ella. Sairin levantó un poco su vestido y pudo ver un charco entre sus piernas.

-Gabriella, he roto aguas... el bebé ya está aquí...

-Pero, señora, usted no daba a luz hasta dentro de una semana.

-Lo sé, pero el bebé parece que no quiere esperar más... ¡ah!- gritó tras una fuerte contracción.

-Relájese, señora, por favor y recuéstese en la cama.

Sairin se volvió a acostar y le vino otra contracción.

-Dios mío, Gabriella, ayúdame, mi bebé está a punto de nacer.

-Lo sé, señora, lo sé, pero es que nunca he traído un bebé al mundo, sé que necesitamos agua caliente y toallas limpias.

-Pues pídelas, por favor, no puedo más... ¡ah!

-Sí- la joven corriendo se acercó a la puerta y comenzó a aporrearla- ¡que alguien me ayude! ¡La señora se ha puesto de parto! ¡Ayúdenme!

Tras golpear varias veces, la puerta se abrió y apareció el hombre que les había traído la bandeja, el cual miró a Gabriella y a Sairin.

-¿Qué pasa?- preguntó el hombre. Este era alto, bastante fuerte, con el pelo corto oscuro y ojos oscuros. Una cicatriz marcaba su mejilla y su ojo, parecía bastante imponente.

-La señora, se ha puesto de parto, necesito agua caliente y unas toallas limpias, se lo ruego.

-¿Cómo sé que no estáis mintiendo para escapar?

-¡Ah!- gritó Sairin evidenciando los dolores que estaba sintiendo.

-Es la verdad, tiene que creerme, señor, por favor, necesito eso o a alguien que sepa sobre traer niños al mundo.

-Lo harás tú, nadie entrará aquí. Traeré lo que me pides, pero tardaré un poco.

-¡Mi bebé no espera!- gritó Sairin respirando agitadamente.

El hombre no dijo más y salió de la habitación volviendo a cerrar con llave. Gabriella se acercó hasta la cama y cogió la mano de su señora.

-No se preocupe, todo saldrá bien, se lo prometo.

La respiración de Sairin era agitada ya que las contracciones eran cada vez más seguidas.

-No sé si podré soportar este dolor, Gabriella, es horrible.

-Aguante un poco, enseguida vendrá ese hombre. Respire con calma- dijo Gabriella mostrándole cómo hacerlo y Sairin la imitó, pero otra contracción la hizo agitarse.

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