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            Edward y Sairin entraron en el salón y se sentaron en el sofá que estaba frente al hogar. Ella lo miró fijamente.

-¿Te sientes mejor?

-Estoy bien- dijo ella.

-¿Seguro?

-Sí.

-¿Por qué me ocultaste que esperabas un hijo mío?

-No lo supe hasta hace unos pocos días cuando me lo dijo mi tía al ver mis síntomas.

-No sabes lo desesperado que estaba al no encontrarte por ningún lado. Pensé que te había perdido para siempre.

-Pues aquí estoy y con nuestro hijo en mi seno- dijo ella llevándose las manos al vientre ligeramente redondeado sin dejar de sonreír.

Él también sonrió y unió sus manos con las de ella en el vientre.

-Ahora más que nunca no dejaré que te pase nada. Os protegeré con mi vida si hace falta.

Ella no pudo evitar abrazarse a él. Estaba tan contenta de que él le hubiera confesado su amor y que aceptara a su hijo. Él correspondió a su abrazo estrechándola contra sí, luego con una mano le elevó el mentón para besar aquellos hermosos labios que ella poseía y los que él no podía sacar de su cabeza.

-Te amo, Edward.

-Yo también te amo, amor mío- dijo volviéndola a besar apasionadamente.

Él la despojó de la parte de arriba del vestido dejando sus senos al descubierto, entonces, con una mano comenzó a acariciar uno de ellos con inmensa suavidad provocando en ella que gimiera levemente.

La boca de él bajó lentamente por su garganta hasta llegar al valle que había entre sus senos, luego posó sus labios en unos de los pezones, ya erguidos y lo succionó. Ella se arqueó para darle mejor acceso a sus senos doloridos por la dulce tortura a la que él le sometía.

En lo que él succionaba los pezones con las manos le levantó la falda para tener un acceso directo a ese monte de Venus que lo volvía loco de lujuria.

-Edward...- susurraba ella con voz ahogada por la pasión.

-Amor mío- dijo él con la voz ronca.

Sairin gimió muy fuerte al notar la mano de él en el centro de su placer aferrándose a los hombros de Edward. Él la tocó suavemente sintiendo la humedad de ella y sin poder más se desabrochó el pantalón y la penetró.

Comenzó con acometidas lentas mientras la besaba en la boca, poco a poco fue aumentando la fuerza hasta que juntos llegaron al clímax.

Permanecieron unos segundos uno encima de la otra recuperando el control de sí mismos.

Después de recuperarse, volvieron a vestirse y se abrazaron con cariño.

-Volverás conmigo a casa ¿verdad?- le preguntó él.

-Por supuesto, amor mío- dijo ella.

Edward sonrió feliz.

Luego, se levantaron y le dijeron a Julie que ella volvía con su marido a casa.

-Me alegro por los dos- dijo Julie sonriente- no me gustaba ver a mi sobrina en el estado en que se encontraba. La pena la estaba consumiendo y eso no es bueno para la criatura que viene en camino.

Atrápame en tu pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora