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            Catherine bailaba con lord Alexander Dawson cuando vio a un apuesto hombre caminar entre la gente, un hombre al que nunca había visto en su vida. Con un elegante atuendo oscuro, este observaba a todos los que allí se encontraban. A Catherine le pareció un hombre muy apuesto y eso que ella conocía muy bien al género masculino, pero no tanto como desearía.

            Se fijó en la cara de él donde pudo apreciar una cicatriz en la mejilla que le deba un atractivo especial. Distinto a todos los hombres con los que había flirteado la joven. Tenía el cabello oscuro e iba bien afeitado. Pero tenía un aspecto salvaje, cosa que atrajo a la joven con una fuerza fuera de lo normal. Lo que más la fascinó fue su mirada. Tan oscura como la noche sin estrellas. Misteriosa. Sagaz. Enigmática.

            Sintió deseos de acercarse, pero no sabría si él accedería a hablar con ella. Podía notar la oscuridad cerca de él, aún así no se quedaría sin saber quién era ese hombre tan misterioso así que cuando acabó la canción, Catherine se acercó a él con decisión.

            -Buenas noches, milord- dijo Catherine cuando estuvo cerca de él- creo que no nos han presentado.

            El hombre la miró sin decir nada. Eso provocó en ella cierta indignación, ya que un comportamiento como el de ese hombre no era el adecuado.

            -Por lo menos podría decirme su nombre ¿no le parece?

            -Debo irme- dijo el hombre.

            -No sea maleducado, señor.

            -No pretendía serlo, es solo que tengo un poco de prisa- dijo con voz monocorde.

            Catherine lo miró con una de sus finas cejas enarcadas.

            -¿Está huyendo de mí?

            -Yo no huyo de nadie.

            -Quien lo diría, bueno, le dejo, no quiero retrasarle más, que pase una buena noche.

            Catherine no pudo ocultar su decepción ante el rechazo de unos de los hombres más hermosos que había tenido ocasión de ver. Uno de los pocos que se había negado a conocerla.

            Esto consiguió ponerla de los nervios, ningún hombre se resistía a conocerla y tarde o temprano conseguiría que ese misterioso hombre cayera a sus pies como lo hacían los demás.

            Maldición. Aquella mujer casi echa a perder todos sus planes. Necesitaba vigilar a Sairin sin que nadie sospechara quién era él. Los únicos que veían su cara era la primera y última vez que se la veían.

            Se dirigió al jardín para luego desaparecer subiendo al muro. Se montó en su caballo, el cual lo esperaba atado a un árbol cerca de la mansión. Rápidamente llegó al lugar donde se escondía. Un desván situado en un pequeño hostal de la ciudad.

            Cuando llegó allí, ya le esperaba su ayudante, un hombre bajo y regordete, calvo y con un espeso bigote. Sus ojos eran del color de la noche.

            -¿Y bien? ¿Conseguiste atrapar a la chica?- preguntó el calvo nada más verlo entrar.

            -No, la maldita es escurridiza, no la encontré por ningún lado y eso que miré en todos los rincones.

            -¿Estás seguro?

            -Claro que sí, a mí nunca se me olvida una cara.

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