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Inglaterra, 1805.

           

            El viaje desde la mansión hasta la casa de la señora Dainne tardó cerca de una hora a la cual a Sairin se le hizo eterna, al igual que se le haría la fiesta, a ella no le gustaban esas fiestas, le parecían una pérdida de tiempo, ella prefería enfrascarse en sus libros de novelas románticas las cuales la hacía soñar. Vivía casi por y para sus libros, incluso ha llegado a escribir alguna que otra novela que mantiene oculto en un baúl pequeño donde guarda algunos recuerdos de su pasado. Recuerdos de su padre, sobretodo, aunque también escondía algo que valoraba mucho, un collar de esmeraldas que perteneció a su madre. Sairin era huérfana desde hacía muchos años. Perdió a su madre cuando nació y a su padre lo perdió cuando ella tenía cinco años.

            Desde entonces vive con su tía en la mansión de esta. Conservaba pocos recuerdos de su pasado. Y ahora a sus veinte años, vestida con un vestido de un color verde claro, haciendo resaltar su rostro, con su larga cabellera negra recogida en un moño, su cara fina en la cual resaltan sus grandes ojos oscuros casi negros, su nariz fina y unos labios tan sensuales que provocaban la envidia de muchas jóvenes casamenteras, se dirigía a una de esas aburridas fiestas.

            Ella y su tía llegaron cuando ya había comenzado. Allí, Sairin se encontró con su mejor amiga, Catherine, una joven bastante charlatana con el cabello rojizo ondulado hasta la cintura, los ojos verdes y algunas pecas en sus mejillas.

            -Amiga, pensé que no llegabas- dijo Catherine cuando se acercó a su amiga.

            -Mi tía no quería perderse la fiesta, ya la conoces- dijo Sairin con fastidio.

            -¿Sabes de qué me he enterado?- preguntó Catherine con picardía.

            -Sorpréndeme.

            -Me he enterado de que va a asistir a esta fiesta, lord Edward.

            Sairin al oír ese nombre, creyó desmayarse allí mismo, no podía ser, ese hombre en la fiesta no. El hombre al que menos deseaba ver, esa noche sobre todo era a lord Edward.

            -¿Te pasa algo? Te has quedado muda.

            -Cathy, dime que eso no es verdad, por favor.

            -Vamos, Sairin, lord Edward ni siquiera sabe que estás loca por él.

            -No te atrevas a decir eso delante de la gente- dijo Sairin mirándola con enfado y luego sonrió a una pareja que pasaba junto a ellas y luego dijo por lo bajo- nadie debe saber nada… ¿lo recuerdas?

            -Claro que lo recuerdo- dijo Catherine en voz baja también- pero es la verdad, Sairin, nadie lo sabe, excepto yo claro está…

            -Pues por eso, tu voz es demasiado audible y se te escapan las cosas…

            -Sí, pero no me trates así…

            -Lo siento… es que oír el nombre de ese hombre me saca de quicio.

            -Entonces mejor note gires…- dijo Catherine.

            Sairin sin hacerle caso se giró y allí lo vio. Tan elegante como siempre. Lucía un pantalón y chaqueta oscuros, en el cual destacaba su camisa blanca, pero su belleza era mayor que las ropas que llevaba. Debajo de esa chaqueta, imaginó sus anchas espaldas, luego ese pelo negro y los ojos verdes como las esmeraldas fueron los que le cautivaron de tal manera que hasta soñaba con él.

Atrápame en tu pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora