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            Sairin entró en la habitación, miró a su alrededor, su baúl estaba delante de la cama. Una cama que recordaba perfectamente. La cama en la que durmió la primera noche que fue a esa mansión. Buscó su camisón y se cambió.

Antes de que ella apartara la colcha para acostarse, la puerta se abrió y apareció Edward. Rápidamente, ella se metió en la cama y se tapó hasta el cuello a pesar de que su camisón ocultaba todas sus curvas.

Él se acercó lentamente y se puso por el lado donde ella estaba acostada, cosa que hizo a Sairin cambiarse de lugar y ponerse al otro lado.

-¿Me tienes miedo, Sairin?

-¿Miedo? No, ¿por qué?

-Porque huyes cuando me acerco a ti.

-Bueno, es que...

-¿Qué?

-Que sé lo que vas a hacer y no te lo pienso permitir.

Edward sonrió y preguntó como si no lo supiera.

-¿Qué es lo que voy a hacer?

-Pretendes tener una noche de bodas y no lo consentiré. Esta boda sólo ha sido un trato, no tienes que hacer nada conmigo.

Edward puso una rodilla en la cama, hundiéndola bajo su peso. Sairin abrió los ojos, sorprendida y se alejó un poco más. Él se acercó y ella se hizo más para atrás.

Estuvo a punto de caer, pero él fue más rápido y la agarró de la cintura, quedando tan pegados que podían notar los latidos del corazón del otro. Edward bajó la mirada de los ojos de ella hasta sus labios, los cuales le tentaban a probarlos.

-Te deseo, Sairin, te deseo tanto...

Sairin tragó saliva con dificultad sin dejar de mirarlo, su respiración era agitada y no se explicaba por qué se sentía así. Era una sensación de vacío, pero a la vez le llenaba los pulmones.

Notó la hinchazón de la entrepierna de él y se mordió el labio inferior.

-Tú también me deseas, lo sé, lo puedo notar, tu cuerpo arde porque te posea. Déjame poseerte, seré cariñoso contigo, te lo prometo.

Ante estas palabras, ella no se pudo resistir más y se dejó guiar por él. Edward la besó con una terrible dulzura que la dejó sin fuerzas para moverse. Entreabrió sus labios y ambos probaron el sabor del otro, uniendo sus lenguas en un juego erótico que les aumentaba el deseo. Las manos de él jugaron con el sedoso cabello de ella, quitándole la trenza que se había hecho para dormir.

En cambio, las manos de Sairin se apoyaron en los hombros de Edward, no sabía qué hacer. Seguidamente, las manos de Edward bajaron por la espalda de ella en una lenta caricia que a pesar de tener la tela del camisón de por medio, Sairin tembló de placer y gimió levemente.

Ambos se recostaron en la cama, ella debajo y él encima, pero se apoyó en los codos para no aplastarla.

-Dime que me deseas, Sairin, dímelo...

-Te deseo, Edward...- susurró ella.

Él sonrió y se incorporó un poco para poder tocarle los pechos, los cuales ya estaban un poco hinchados y deseosos de ser probados. Sin esperar permiso de nadie, deshizo el lazo del cuello del camisón y lo subió para dejarla desnuda ante él. Sairin rápidamente se tapó, pudorosa.

Atrápame en tu pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora