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            El carruaje iba de camino a la casa de Rowling. El silencio pesaba en el aire dentro de este. Sairin miraba por la ventana mientras que Edward no podía apartar la mirada de ella. Después de un largo silencio, él habló:

            -Veo que le gustó el vestido.

            -Sí, muchas gracias.

            -De nada, ha sido todo un placer.

            -No tenía que haberse molestado tanto, debió de costarle carísimo.

            Edward la miró fijamente a los ojos.

            -Dígame cuánto le costó y se lo devolveré con creces, se lo prometo.

            -No se preocupe por el dinero, tómelo como un regalo de compromiso.

            Sairin sintió el ardor en sus mejillas y rápidamente bajó la mirada.

            -Usted sabe que nuestro compromiso es una farsa.

            -Ya pero la gente hablará si la ve con el mismo vestido de siempre, ya que interpretamos un papel, hagámoslo bien ¿no cree?

            -Quizá tenga razón…

            -Entonces no se preocupe por el vestido.

            -De acuerdo.

            El resto del trayecto lo hicieron en silencio. Finalmente después de casi una hora de trayecto llegaron a la mansión de los Rowling, una preciosa casa con un amplio jardín lleno de arbustos con flores. También había una preciosa fuente presidida por un angelito con un jarrón entre de sus manitas y de ahí salía el chorrito de agua. Al fondo se hallaba la mansión con dos escaleras curvas que acababan en la misma dirección, las dos grandes puertas de roble de la entrada. La fachada, hecha de piedra como era habitual, poseía varias ventanas que daban al interior de esta.

            Edward se bajó del coche y ayudó a Sairin a bajar, luego los dos subieron las escaleras de la casa con paso firme. Ella iba con su mano en el brazo de él. Tenía que seguir interpretando el papel de prometida así que tuvo que fingir una sonrisa ante todos.

            Les abrieron la puerta y allí ya les esperaba un lacayo para recoger los abrigos y sombreros de los invitados. Edward le quitó la capa a Sairin y se la entregó al lacayo junto con el sombrero de él que no se había puesto en ningún momento.

            Luego ambos entraron en el gran salón donde fueron recibidos por una alegre Catherine que lucía un fino vestido de muselina blanco con hilos dorados, un amplio escote que dejaba poco a la imaginación y las mangas acabadas en encajes.

            -Oh amiga, estás radiante- dijo Catherine acercándose a su amiga- llevas un vestido precioso.

            -Gracias, tú también estás muy bella- dijo Sairin sonriendo afablemente.

            Catherine después de mirar a su amiga reparó en la presencia de Edward y lo saludó cortésmente.

            -Buenas noches, lord Edward, es un placer volver a verle.

            -Lo mismo digo, señorita Rowling- dijo él haciendo una inclinación de cabeza.

            -Espero que disfrutéis de la fiesta, por cierto, Sairin, mi lacayo te habrá dado la tarjeta de baile ¿no?

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