Narra (TN)
Abrí los ojos y, al darme cuenta de que ya no me encontraba en el trabajo de papá, me puse a llorar. Miré alrededor con miedo y desconfianza: estaba en la calle, desconocida y desierta.
Sequé las lágrimas de mis mejillas con mi mano y me acerqué a la puerta de la primera casa que encontré, creyendo que habría algún adulto que pudiera ayudarme a regresar a casa o a encontrar a papá. Toqué varias veces, pero nadie abrió.
En el cielo, la luna resplandecía, pero había nubes oscuras que indicaban que llovería pronto. Quizá ya era muy noche para recibir visitas. Me senté frente a la puerta y comencé a llorar más fuerte. Sentía cómo el frío viento despeinaba mi cabello cuando alguien abrió la puerta. Era una mujer.
— ¿Necesitas algo?
—Quiero que me ayuden a regresar a mi casa —dije en medio de sollozos—. Extraño a papá y a mamá.
Un hombre se acercó a la mujer, parecía más agradable que ella; pero seguían siendo unos completos desconocidos para mí.
— ¿Quién es, Mimi? —le preguntó.
—Es una niña, George —respondió ella—. Dice que quiere que la ayudemos a volver a casa.
—Dile que pase, Mimi —dijo George—. Está helando allá afuera, y pronto comenzará a llover.
—Pasa —me pidió la mujer, no sin antes mirarme de pies a cabeza.
Entré y el hombre acercó una silla para que pudiera ocuparla. Seguía teniendo mucho miedo, todo parecía muy anticuado en esa habitación. Era como haber entrado a una tienda de antigüedades. No se parecía en nada a mi casa.
— ¿Cómo te llamas, lindura? —preguntó el hombre.
—Soy (TN) (Tu apellido).
—Muy bien, (TN) —continuó George—. Escucha, yo mismo te llevaré hasta la puerta de tu casa y hablaré con tus papás sobre lo sucedido, pero necesito que me digas tu dirección para poder hacerlo, ¿conoces tu dirección?
Negué con la cabeza gacha. Era muy pequeña para memorizar esa información, recordaba el dorado número 17 que estaba afuera de la casa, pero eso era todo. Jamás había necesitado aprenderme la dirección completa, hasta entonces, claro.
— ¿Cuántos años tienes?
—Cinco —respondí—. Cumplí cinco el día doce de Diciembre.
— ¿Cómo se llaman tus padres, (TN)? —preguntó Mimi.
— (Nombre de tu padre) (Apellido de tu padre) y (Nombre de tu madre) (Apellido de tu madre) —contesté.
—No los conozco —dijo Mimi un poco preocupada—, ¿viven aquí en Liverpool?
— ¡¿Liverpool!? —exclamé—. ¿Dónde es Liverpool?
—Liverpool es justamente el pequeño pueblito donde estás, niña —respondió un chico un poco más grande que yo, que había bajado despacio por las escaleras—. No es la gran cosa, pero creo que podría ser peor. Además, le tomas aprecio.
—John, creí que ya estabas dormido —le reprendió Mimi—. No deberías estar despierto tan tarde.
—Es Nochebuena, Mimi, deberías relajarte un poco —respondió el chico con tranquilidad y luego me miró—. Por cierto, ¿quién eres tú? ¿Eres otra sobrina perdida de tía Mimi a la que ahora va a cuidar?
— ¡No recuerdo haber pedido que hicieras suposiciones, John Winston Lennon! —exclamó la mujer.
—Soy (TN) —me presenté, un poco asustada.
—John, harás enojar más a Mimi —dijo George—. Por favor, ve a la cama o no habrá buenos regalos mañana para ti. Recuerda que a los niños malos, Santa siempre les trae una pieza de carbón, ¿acaso quieres eso?
El chico se fue a regañadientes, después de rodar los ojos. Miré a la mujer y luego al hombre, ellos estaban mirándose entre sí y murmuraban algo sobre mi acento, el cual era muy diferente al de ellos.
—Yo no vivo en Liverpool —admití, logrando atraer la atención del matrimonio—, mis papás tampoco viven aquí. Liverpool está en otro país, por eso no puedo estar ahí.
George se rascó un poco la cabeza y luego miró a su esposa.
— ¿Qué vamos a hacer, Mimi? —preguntó.
—Podemos llevarla al orfanato...
Me horroricé al escucharla decir esa palabra. Yo no quería terminar en un lugar así. Esos lugares eran para niños y niñas que no tenían a nadie en el mundo que pudiera cuidarlos; yo sí tenía a mis padres, sólo debía encontrarlos.
— ¡No! —grité asustada—. No me lleven a ese lugar, vi en la televisión que ese lugar es horrible, les daban de comer algo verde a los niños. Prometo no molestarlos más, pero no me lleven a ese lugar.
— ¿La televisión? —preguntó George—. Nadie que conozca tiene una, ¿de verdad tienen una en tu casa?
Fruncí el ceño y asentí lentamente. Estaba temblando por el miedo que me provocaba el saber que podía terminar en un orfanato. Deseé con todas mis fuerzas que mamá y papá aparecieran, pero eso no pasó.
—Tenemos tres —respondí, creyendo que contándoles todo lo que sabía podría convencerlos de no llevarme a un orfanato—. A mí me encanta verla, en especial las caricaturas. Mis padres prefieren utilizar el ordenador o sus tabletas electrónicas.
— ¿El ordenador? —preguntó el hombre—. ¿Tabletas electrónicas? ¿A qué te refieres?
—Bueno, usted sabe —no sabía cómo explicarlo—, esas máquinas que tienen una pantalla y un teclado para hacer muchas cosas. Mi padre dice que son la innovación del siglo.
—Tal vez lo viste en un sueño, pequeña —dijo George—. El frío y el hambre seguramente alteraron tu cabecita. Estamos en 1948 y eso que tú dices...el ordenador...y las tabletas esas...no existen.
Abrí los ojos como platos. ¿1948? Algo estaba muy mal. No podía ser posible que estuviera en Liverpool, mucho menos en 1948. Pero si lo estaba...significaba que mamá y papá aún no habían nacido.
Me sentí mareada y perdí el conocimiento.
Narra George
Levanté a la pequeña niña y la recosté en el sofá, sin hacer caso a la escena de drama que mi esposa intentaba llevar a cabo. Sonreí y luego la miré. Hablamos hasta muy tarde acerca de ella y lo que haríamos. Me reusé a dejarla en la calle, aunque tampoco sabía cómo regresarla a casa.
—Mimi, ¿por qué no se queda con nosotros? —pregunté—. Me da la impresión de que es una chica muy especial, cuando nos contaba todo eso del ordenador...no sé, sentí como si viniera del fututo, debe ser una personita muy especial. ¿Y si la adoptamos?
— ¿Qué dirán mis amigas si recojo a una pordiosera? —mi esposa se exaltó—. Nos hicimos cargo de John por el tipo de vida que Julia lleva, pero ella no tiene ni mi sangre ni la tuya. Aquí no es un orfanato, George.
—La sangre nunca me ha importado, Mimi—respondí—. Tiene cinco años, tres menos que John, se llevarán muy bien. Podría ser como la hija que siempre quise tener.
Mimi me miró mal y negó con la cabeza.
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Got To Get You Into My Life
Fanfiction¿Qué pasaría si un accidente te transportara hasta el Liverpool de 1948 a la tierna edad de cinco años? El destino te lleva a conocer a un hombre que consideras perfecto y del que te enamoras: Paul McCartney, quien por cierto es el mejor amigo de tu...