28. El secreto.

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Narra (TN)

Alcé los ojos para ver con quién había chocado. Y ahí estaba. Aquel muchacho que encontraba tan apuesto: Paul McCartney. Llevaba el corte de cabello que John había descrito, haciéndolo verse todavía más guapo de lo que ya era antes. Estaba mirándome con una sonrisa, y me fue imposible sonreírle también. Sentía la necesidad de hablar con él cuanto antes, sólo él podría resolver todas mis dudas.

—Es genial verte, (TN) —me dijo—. Llegué a Liverpool hace algunos días, pero no me había recuperado del todo. Y... John decidió quedarse un poco más.

—Sí, me lo contó todo lo que pasó en una carta —respondí.

Asintió con la cabeza sin mucho entusiasmo. No apartaba sus hermosas avellanas de mí, pero curiosamente yo no me sentía nerviosa por estar con él en ese momento.

—Y... ¿cómo has estado? —cuestionó, rascándose un poco la nuca—. ¿Has hecho algo interesante por aquí?

—He estado muy bien, pero además de comprar azúcar, no he hecho mucho: Liverpool no ha cambiado nada en el tiempo en que estuvieron fuera —reí un poco—, pero sí que era más aburrido cuando no estaban. Ahora estoy feliz porque George y tú ya se encuentran aquí; y un tanto ansiosa porque John regrese.

Puse mis ojos en la bolsa con azúcar y luego en el camino hacia casa. Sabía que Mimi se molestaría si me tardaba más de lo necesario.

—Estás ocupada —inquirió McCartney.

—En cierto modo, sí —musité, señalando la bolsa—. Mi tía Mimi me pidió que le comprara azúcar y, si no llego pronto, se molestará y comenzará a decir que me estoy haciendo rebelde como John.

Se rió un poco y dijo que me acompañaría.

Durante el camino, le conté a Paul todo lo que había hecho mientras ellos estaban en Hamburgo, que realmente habían sido cosas sin relevancia. No obstante, fueron cosas suficientes para el trayecto, pues no tardamos mucho en llegar.

Lo invité a pasar y le pedí que esperara en la sala mientras le llevaba la bolsa de azúcar a Mimi. Volví y lo encontré examinando una fotografía que mi tía había dejado en la sala para mostrárselas a sus amigas cada que tenía oportunidad. Paul tenía una expresión de ternura en su rostro. Carraspeé un poco mi garganta para indicarle que ya había regresado. Dio un pequeño salto y dejó inmediatamente la fotografía. Parecía nervioso por haberla tomado, me acerqué para tranquilizarlo. La tomé y los dos dirigimos la mirada al pequeño John Lennon que me abrazaba.

—Ésta la tomó el tío George en la víspera de Año Nuevo en 1948 —dije tranquilamente—. En casi todas las fotos de esos años John aparece abrazándome. Decía que no quería que me fuera lejos, nunca.

—John te quiere mucho —dijo Paul—. Tiene mucha suerte de tener una hermana como tú. Me imagino lo contento que debió ponerse el día que naciste.

—Pues...no.

— ¡¿Cómo que no!? —exclamó con sorpresa, frunciendo ligeramente el ceño—. Se ve que John es un buen hermano. O... ¿acaso tenía miedo de que le quitaras su lugar? —Hizo una pausa—. Buen, así es él; si me dijeras que así fue, te creería.

Paul intentaba hacerme reír un poco, pero no podía reír cuando recordaba la verdad. Ese secreto que sólo John, Mimi, April y yo sabíamos. Tío George y tía Mimi me habían hecho prometerles que jamás le iba a contar a nadie lo que realmente había pasado. Y yo sabía el por qué: si alguien llegaba a saber, ellos tendrían muchos problemas. Comencé a sentirme mal, deprimida. Le sugerí a Paul que saliéramos a caminar un poco y accedió.

Got To Get You Into My LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora