Capítulo 23: Volviendo a desconfiar 🧑‍⚖

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Salgo de allí enfurecida sin que se dé cuenta que lo estuve escuchando

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Salgo de allí enfurecida sin que se dé cuenta que lo estuve escuchando. Estoy que ardo de rabia. ¿Qué maldito juego es en el que estoy metida? Todas las dudas que se esfumaron con sus buenas acciones, regresan como ráfagas para poner mi cabeza hecha un lío.

El aire del hotel se siente asfixiante. Decido salir de allí a dar una vuelta por la ciudad para despejar mi mente. Me distraigo visitando los lugares que más me gustaron cuando estuve en la universidad. Me tomo algunas fotos y se las mando a las chicas que enseguida comienzan a preguntarme qué tal me va. Carina como siempre con sus bromas de si pasó algo entre Lefevre y yo. No hay posibilidad de que algo así ocurra. Es todo lo que digo.

Camino a medida que vago en mis pensamientos. De ilusa llegué a pensar que este viaje marcaría algo diferente en la relación que hemos tenido desde que nos conocimos, pero no fue así, simplemente otra decepción sin remedio. Mi celular suena en el bolsillo. Al ver, es Anna.

—Hola, Anna —le saludo cuando respondo la llamada.

—Ha pasado algo, ¿cierto? —No me dice ni hola. ¿Ahora de qué está hablando?

—¿De qué hablas? —inquiero.

—A Donato le pasó algo —afirma—. Llegó aquí al apartamento hecho un loco.

—¿Te dijo algo?

—Si lo hubiera hecho no te estaría preguntando. —Su voz es irregular. Está nerviosa.

—No tengo idea, Anna —miento deliberadamente.

—Llegó aquí desesperado, pidiéndome por favor que a pesar de todos sus errores que no olvide que me ama. Es algo malo, Antonella. Tengo la cabeza hecha un lío. —Solo se me ocurre que tenga que ver con la llamada

—Averiguaré qué sucede —prometo.

Casi al anochecer, regreso al hotel. Me muero de hambre y me duelen los pies de caminar. Al llegar a la recepción veo a Martín dando vueltas por todo el lugar. Cuando se percata de mí presencia, cuelga el teléfono al tiempo que se dirige hacia mí y su cara me dice que está enfadado. ¡Qué le den!

—¡¿Me puedes decir qué tienes en la cabeza para haber desaparecido como lo hiciste?! —Está enfadado, eso es evidente. Ha gritado y varios de los comensales han volteado a mirar en nuestra dirección.

—¿Desde cuándo yo tengo que darte explicaciones, Lefevre? —le respondo con otra pregunta—. Por desgracia, desde que murieron mis padres dejé de hacerlo.

—Antonella, me asusté al no encontrarte por ningún lado. —Suaviza su tono—. Quieras o no eres mi responsabilidad aquí porque yo te traje. Te agradecería que la próxima vez que salgas, me avises con un simple mensaje —pide y asiento. Lo menos que quiero ahora es discutir.

Entramos al ascensor. Él sigue tenso y yo igual. Me siento incómoda con él en este espacio reducido sabiendo que me ha mentido en mi propia cara. La rabia se apodera de mí ante el recuerdo de su conversación.

—No vuelvas a desaparecer así —dice acorralándome en la esquina del ascensor una vez hemos llegado al piso. Me aparto saliendo de entre sus brazos para irme a mi cuarto, pero antes de que logre cerrar la puerta, él entra conmigo.

—Quiero estar sola. —Es una clara invitación a que se vaya.

—¿Qué es lo que te pasa? Te noto rara, distante. —Resultó ser más observador de lo que me imaginé.

—Nada. —Es todo lo que digo. Si sigue así, voy acabar explotando y no quiero.

—Estás mintiendo y a mí nadie me miente. —Pierdo toda la calma cuando me interrumpe para decir semejante idiotez.

—A ti nadie te miente, sin embargo, tú sí puedes mentir y manipular a las personas a tu antojo. —No pude aguantarme. Martín parpadea sin entenderme.

—¿De qué estás hablando ahora?

—Hablo de que escuché tu conversación con Donato. —Se tensa—. Estás encubriendo a tu amigo. Fisgoneaste mis cosas y encontraste información que no te proporcioné.

—¿Por qué me lo ocultaste? —inquiere.

—No me vires la tortilla. Yo decidí darte el beneficio de la duda, pero eso no significa que confíe cien porciento en ti.

—Entonces ocultas más información —asegura.

—No estamos hablando de mí, sino de ti —afirmo. Sé lo que está haciendo y no voy a dejar que el tema se quede así.

—No registré tus cosas buscando nada —comienza a hablar—. Cuando tuve que salir de la conferencia de la mañana para resolver el tema de la empresa, vine a buscarte para invitarte a almorzar con unos conocidos que están aquí. Entré pensando que estabas en el baño y no me escuchabas. Tengo llave porque fui quien reservé. Vi unos papeles encima de la mesa y no pude evitar leerlo. —No sé si deba creerle—. ¿Vienes conmigo a cenar? Les dije que te presentaría a ellos, quieren conocerte. —Lo está haciendo de nuevo. Lo dejaré por ahora...

—Sí, vayamos a la cena. Solo dame media hora para arreglarme.

En la cena, Martín está como si nada, como si no hubiéramos tenido ninguna discusión hace menos de una hora. Me siento mejor, alejo de mi mente lo sucedido y me concentro en disfrutar la cena y la compañía de estas personas que me recibieron muy bien, en especial uno, un alemán que está tan bueno como el mousse de chocolate que pedí de postre.

Martín se veía tenso. Cuando comencé a conversar con Edel Richter, lo noté enfadado, parecía querer que la cena terminara.

—Antonella y yo nos retiramos, señores. —¿Por qué habla por mí? Yo no quiero irme. Estoy muy a gusto con Edel. Decido no perder los estribos ni mi buena educación y asiento.

—Nos vemos mañana en la conferencia, señorita de cabellos de fuego —me dice galante, tendiéndome la mano. Escucho a Martín resoplar tras de mí.

—Allí nos veremos. Fue un gusto conocerte —digo con sinceridad. Es un hombre muy simpático además de ese atractivo que se carga.

—¡Vinimos a un simposio, no a ligar! —vocifera Martín cuando vamos de camino al ascensor.

—No estoy ligando —respondo—, y si lo estuviera haciendo, estoy en todo mi derecho. Estoy soltera y puedo hacer lo que me plazca.

—No lo harás frente a mis narices. —Si hay algo que me revienta, es que me digan lo que tengo que hacer.

—No eres mi dueño, Lefevre. ¿Qué mierda te pasa?

—Pasa. —Aprisiona mi cuerpo junto al suyo y me siento pequeña cuando me mira con esos orbes cafés—, que me muero de celos.

 —Aprisiona mi cuerpo junto al suyo y me siento pequeña cuando me mira con esos orbes cafés—, que me muero de celos

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Ajá, esto se pone interesante. Aunque, ¿ustedes le creen a Martín?

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