Capítulo 38: Una pista al camino de la verdad 🧑‍⚖

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Narra Antonella

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Narra Antonella

Estiro mi cuerpo cuando abro los ojos y lo primero que veo es a mi hombre dormido plácidamente a mi lado. Su rostro relajado, con la pequeña barba, hace que me quede observándolo suficiente tiempo. Le doy un suave beso en los labios para ir al baño, pero me detiene tomando mi mano.

—Buenos días, cariño —me saluda con un beso en la frente.

—Buenos días. ¿Cómo dormiste? —le respondo mientras lo abrazo.

—A tu lado siempre duermo bien —alega—. Me encantaría quedarme contigo encerrado aquí, pero debemos regresar a Milán. —Asiento.

—Iré a darme una ducha. —Veo sus intenciones de acompañarme—. A solas. Eres una distracción y tardaremos horas. Tendremos tiempo para nosotros luego.

—De acuerdo —dice levantando las manos en señal de rendición.

Tras ducharnos, nos vestimos con la ropa que el chófer de Edel compró para nosotros y lo encontramos en el comedor, con todo un banquete de desayuno. Edel tiene un periódico en la mano y una taza de café enfrente.

En el desayuno nos cuenta que ya dispuso su jet para nuestro regreso y partimos de inmediato después de haberle dado las gracias por su ayuda. Promete ir a visitarnos y estar presente en el juicio.

El vuelo pasa en un abrir y cerrar de ojos. Tal y como dispuso cuando viajé, dejó órdenes de atendernos muy bien y Martín y yo pudimos disfrutar del cuarto que había en el jet mientras el aparato se movía. Llegamos a Milán en dos horas más o menos. Habíamos descansado y estamos listos para descubrir por fin al culpable de todo.

Cuando nos bajamos del avión me sorprendió ver a todos allí. Supongo que Martín les avisó y estaban preocupados y aunque como Martín, insistieron en que fuera a descansar, hay otros temas más importantes. Mandamos nuestro poco equipaje al apartamento de Martín y le dijo a Donato que mandara mis cosas a su apartamento con su chófer, que yo viviré con él. Nadie dijo nada al respecto.

Nos montamos en el auto tras despedirnos de todos rumbo a ver Alonzo. Por dentro de mí estoy nerviosa, solo ruego por tener más éxito que las personas que lo han interrogado sin obtener resultados positivos. Necesito que me diga algo, un dato, un mensaje, lo que sea.

—¿Cómo estás, Antonella?

—Bien. ¿Ha habido algún avance con Alonzo?

—No, el chico se niega a hablar. Está teniendo ataques de pánico, no para de temblar y no quiere comer —me informa. La situación es caótica.

—Entraré sola a la sala de interrogatorios —informo mirando a la fiscal para pedir permiso y asiente mirándome.

—Estaré observando todo tras el vidrio. Si veo un movimiento raro, entro. Si te sientes mal, mira a la cámara que entraré por ti —asegura y me parece tan tierno.

—Tranquilo. No entres bajo ningún concepto. No lo asustemos. Déjame manejar la situación como mejor lo considere a ver si consigo algo.

—De acuerdo. Será como tú digas.

Tomo una respiración profunda cuando estoy frente a la puerta mientras Martín y la fiscal se posicionan tras el vidrio que muestra Alonzo en un pésimo estado, el cual compruebo cuando por fin entro a la sala.

Alonzo levanta la vista de entre sus manos esposadas para observarme entrar a la sala que da repelús. Una fría celda en colores grises, una mesa en el centro y una silla donde está sentado Alonzo y otra para mí, frente a él. Mueve sus manos y pies con impaciencia.

—¿Qué hace aquí? —Es lo primero que pregunta.

—Esa misma pregunta quiero que me respondas —comienzo—. Tú no deberías estar aquí. —Parpadea varias veces, mirándome fijo—. En ese asiento donde estás, debería estar otra persona. —Agacha la cabeza—. Y si no colaboras, terminarás ocupando el lugar del verdadero culpable en una prisión. —Lo he asustado.

—No puedo hablar, abogada. Será mi fin —dice rendido.

—¿Te está amenazando? —Se queda en silencio—. Ya veo. ¿Por qué no quieres comer?

—Puede tener algo la comida —alega.

—Aquí nadie quiere matarte, Alonzo.

—No hablo de ustedes. Hablo de... —Se calla.

—Dilo. —De momento, él observa la cámara que lo graba todo y luego me mira a mí.

Volteo y miro a través del vidrio que, aunque no pueda ver afuera, espero que Martín no intervenga e impida que los demás lo hagan. Vuelvo a fijar mi vista en el hombre frente a mí que no se pierde ninguno de mis gestos. Voy a la cámara y la apago, imposibilitando que afuera puedan escuchar nuestra conversación.

—Ahora sí, solo somos tú y yo.

—¿Tiene papel y lápiz? —me pregunta de forma extraña y consigo uno en mi bolso.

Lo toma con las manos temblorosas y aún con las esposas puestas, garabatea algo que no logro ver desde mi posición hasta me da el papel soltando un largo suspiro. Al ver el contenido, es una dirección. Lo miro sin comprender.

—Vaya esta noche. No habrá nadie allí. Allí encontrará las pruebas que demuestran la inocencia de la señora Annalisa. —Mi corazón empieza a latir frenético ante la noticia—. Un consejo —me dice justo cuando he guardado el papel en mi bolsillo y estaba dispuesta a salir de allí—, fíjese en los detalles, señorita Marchetti. —Asiento y salgo.

—No debió hacer eso —me regaña la fiscal. Sé que lo que hice estuvo mal.

—Lo sé, pero era la única forma. Él cree que estábamos solos. Que la única conexión era la cámara y por eso la apagué. Necesitaba que confiara en mí para que me dijera.

—¿Le dio información de utilidad para el caso? —inquiere.

—Sí. Le pido que lo deje en mis manos. No quiero darle falsas esperanzas. Déjeme comprobar las cosas a mi modo y luego la haré partícipe. —Ella asiente. Me pone feliz que me den un voto de confianza.

Sé que este trabajo es de la policía, pero teniendo en cuenta que estamos tras una persona que no conocemos su paradero ni su rostro, con todo el bullicio de la policía, lo pondremos sobre alerta, por eso creo que es mejor que vayamos nosotros que seremos más cautelosos

Salimos del lugar sin decir una palabra. Nos montamos en el auto y Martín arranca. Llegamos a su departamento en tiempo récord y subimos. Sé que se muere por preguntarme. A la fiscal no le dije nada, pero con él no haría lo mismo. Él está conmigo. 

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